Opinión

Guerra en las aulas (Antonio Sánchez Martín)

Que los estudiantes siempre han sido contestatarios y poco amigos de las jerarquías gobernantes, no es cosa nueva. Rebeldía y cambio son atributos propios de la juventud, y si metemos ambas cosas en la coctelera enloquecida de la crisis la mezcla que resulta es explosiva.

Hace cuarenta años, allá por el comienzo de los setenta, los estudiantes corrían delante de los grises por las plazas y calles de esta misma España pidiendo “Amnistía y Libertad”. Con la llegada de la democracia, los agentes de la antigua Policía Armada, -auténtica fuerza de represión del estado franquista-, se trocaron en maderos de uniforme beige, y cuatro décadas más tarde en azules agentes del Cuerpo Nacional de Policía, ya como “fuerzas de seguridad del estado”.

Pero, aparte del uniforme, poco más parecen haber cambiado las cosas a juzgar por la saña con que los antidisturbios aporrean al pobre manifestante que pillan por delante… La misma mala uva de entonces, sólo que ahora se televisa en directo y se fotografía por reporteros anónimos desde el mismo corazón de la revuelta. Fotos y vídeos que se cuelgan en la red en cuestión de segundos y van acompañadas de un sucinto y escueto comentario: “Pásalo”.

Recuerdo haber visto correr a aquellos estudiantes por las calles sevillanas y escuchar a lo lejos el estallido sordo de las pelotas de goma al salir por las bocachas de los fusiles que las lanzaban. Me acuerdo también de las lecheras de la bofia, -como entonces se apodaba a la poli-, aquellos cutres SEAT 1500 pintados de gris, que aguardaban apostados tras las esquinas de las calles donde se libraba la batalla por las libertades.

Yo entonces tenía trece años y veía los toros desde la barrera. A lo más percibía que algo no iba bien porque cada mañana había una nueva pintada en las fachadas de mi calle, que luego se convertían en centenares, como multicopiadas tapia tras tapia, (-entonces todavía no se había inventado la fotocopiadora-), desde mi casa hasta el colegio.

Mal van las cosas en España cuando hemos pasado de pedir amnistía y libertad a pedir gas-oil para calentar las aulas del colegio. Por mucha menos brutalidad de la que emplearon los antidisturbios en Valencia, a más de una madre le han quitado la custodia de su hija por darle un simple cachete. Cosas que pasan… pero que no deberían pasar en un estado de derecho como Díos manda y, sobre todo, con sentido común.

Nada justifica que las supuestas “fuerzas de seguridad del estado” actúen con tanta saña contra chicos de trece años, ni contra mayores de cincuenta; contra estudiantes que se manifiestan contra los recortes en educación o contra manifestantes del 15-M que protestan por el paro juvenil y los desahucios bancarios. A ver si nos enteramos de una vez que la democracia y la libertad de expresión se la ganó el pueblo español a pulso y que no nos la regalaron los políticos, porque si hace cuarenta años los españoles no hubieran tenido voluntad de concordia y convivencia, en España no se hubieran alcanzado los derechos ni las cotas de bienestar que ahora tanto tememos perder.

Muchos de los que ahora se manifiestan por las calles de Valencia y por otras ciudades de España votaron al Partido Popular en las pasadas elecciones generales del 20-N. Reclamar una educación de calidad y defender la idea de que la educación es una inversión y no un gasto, son opiniones absolutamente respetables; por eso sorprende la desaforada actuación policial, que no se sabe muy bien si estaba allí para garantizar la seguridad ciudadana o para reprimir el legítimo derecho de la libertad de expresión que tanto nos costó conseguir.

Ahora, en tiempos de crisis, es necesario recortar gastos y nadie lo discute; pero es inadmisible hacerlo “sin ton ni son”. Que en sanidad se retrasen las operaciones o se pretendan cobrar las medicinas y las consultas resulta inadmisible; igual que en educación, donde se pretende reducir el profesorado y suprimir la calefacción en las aulas… Como si después de cuarenta años nada hubiera cambiado en España, cuando en aquellas frías mañanas del invierno, antes de salir para el colegio, mamá te subía la cremallera del grueso chaleco que tejió con mimo para el mayor de sus hijos, y que luego,  junto a los memorables zapatos gorila, iban heredando tus hermanos hasta llegar al benjamín de la familia.

Si nuestros gobernantes quieren ahorrar y recortar gastos, que quiten cargos de confianza, que por sobrar, sobran todos. Ahí pueden y deben recortar nuestros políticos todo cuanto quieran, que ahorrarán un buen pastón. Posiblemente el sueldo de cualquier exdiputado o exconcejal, recolocado como “asesor del partido”, -dietas y chóferes incluidos-, sea suficiente para pagar el gasoil que consumen media docena de institutos durante el invierno.

Por eso espero que a los gobernantes del PP no se les hayan subido los votos a la cabeza, y que ninguno confunda la mayoría absoluta y el poder recibido con un cheque en blanco. No olvide el Sr. Rajoy ni sus ministros, que si recibieron el apoyo de diez millones largos de votantes fue porque había que echar del poder a los gobernantes que arruinaron a España hasta el punto de que ya no hay dinero ni para comprar papel higiénico o pagar la calefacción de los colegios.

No se les entregó el poder para que nuestros chicos pasen frío y mucho menos para que se les llame “enemigos” del sistema si protestan por ello. No se puede disolver a palos la libertad de expresión de quienes piensan distinto o reclaman sus derechos, porque eso supone retroceder cuarenta años en el tiempo, y significa que en este bendito país llamado España, en vez de ir -p’alante-, vamos dando pasitos -p’atrás-.


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