Opinión

Desde la lejana Umea, una ciudad unida por tres puentes

Un joven viajero contempla el Puente Nuevo desde el Arco del Cristo. Foto Oliver Trip.

En la lejana y fría Umea, después de un largo día bordeando la costa oeste del tenebroso Báltico, nos encontramos sentados, rodeados de inmensos bosques, no lejos de la E-4, que nace en Helsimborg y muere en Haparanda, a orillas del rio Torne, que sirve de frontera entre Suecia y Finlandia. A pesar de ser las once de la noche el sol sigue brillando en el lejano oeste sin terminar de ocultarse tras las copas de los árboles.

En esta época del año, por estas latitudes, nuestro astro rey duerme poco. Se acuesta sobre las doce de la noche para aparecer de nuevo sobre las dos y media o tres de la madrugada, lo que hace que la noche no exista. Durante estas dos o tres horas el cielo luce un blanco velo que permite el poder pasear por calles y plazas, cual extraños espectros.

Para los nativos, acostumbrados a dicho fenómeno desde su nacimiento, el hecho carece de importancia, pero para aquellos, como yo, nacidos al sur de Europa, casi a orillas del Mediterráneo, el acontecimiento no deja de producirnos un cierto desazón.

Precisamente fue paseando bajo los abedules que pueblan esta ciudad y bajo el embrujo de las “noches blancas”, donde unos amigos suecos me contaron la leyenda del nacimiento de Umea, una más de las tantas que nutren la literatura de las tierras del Norte de Europa.

Leyendas que servían de entretenimiento en las interminables noches del invierno Ártico.

Cuenta la leyenda que: “Cada año, con la llegada de las nieves y amparados en las tinieblas de la, casi eterna noche ártica, se formaban grupos de jinetes que, cabalgando sobre negros renos, se dedicaban, sin motivo alguno, a distorsionar y perturbar la vida de las tribus que habitaban a ambos orillas del río Ume.

En el crudo invierno de estas tierras, cuando las gélidas temperaturas hacían que las aguas del río se helasen, las tribus que habitaban a una y otra orilla aprovechaban para cargar sus trineos de pieles de zorros, lobos y renos e intercambiarlas entre ellas por otros objetos y cosas que unos u otros no poseían.

Mientras estos seres se afanaban en su trabajo, los despiadados jinetes se divertían destruyéndolo.

Hartos del proceder de tan siniestros jinetes, los lideres de las diferentes tribus formaron grupos de hombres y se enfrentaron a quienes de forma tan caprichosa , perturbaban sus vidas y vienes.

Tanta era la razón que les asistía y tan fieramente se enfrentaron a aquellos apocalípticos jinetes que en poco tiempo, aquella horda otrora invencible fue barrida de la faz de la tierra. Como consecuencia de ello la region vivió y prospero en paz. Siendo las mismas motivo para el nacimiento de la ciudad de Umea.”

Umea fue dignificada con el título de ciudad por el Rey Juan III, allá por el año 1.588, y desde entonces hasta finales del siglo XVIII, la misma fue incendiada y destruida en cuatro ocasiones por hordas de invasores rusos.
Bastaba, no obstante, que se retirasen los invasores para que la ciudad fuera reconstruida de nuevo por sus moradores.

Hoy en día, Umea es una próspera ciudad de 130.000 habitantes, que crece a orillas del río que le da nombre, sin que este sea un freno para su desarrollo, pues ambas orillas están unidas por tres puentes (ninguno de ellos cortado al tráfico) que facilitan su desarrollo comercial, social y cultural a ambas partes por igual, sin que la parte sur tenga que envidiar nada a la Norte, ni esta ultima nada que desear de la Sur.

Esta leyenda posiblemente no hubiese tenido ningún impacto en mi ánimo, de no ser porque, en la actualidad, la terrible leyenda de una fría ciudad ártica, se haya convertido en en una pesadilla en pleno siglo XXI, en otra ciudad a miles de kilómetros de ella.

Ronda, que ya hacía un siglo que era “Fidelis y Forte” cuando Juan III nombró ciudad a Umea, vive en la actualidad la pesadilla que atribuye la leyenda a la fundación de la que hoy se conoce con el sobrenombre de “ Ciudad de los Abedules”.

Ronda, que ya contaba con palacios y escuelas cuando Umea no era más que una miserable aldea de chozas, perdida en los obscuros bosques de las tierras árticas, se ve hoy dividida en dos, como Umea lo estuvo, por el capricho y el desconocimiento de un grupo de jinetes, que en lo único que se apoya para llevar a cabo sus desatinos, es en un montón de papeles, sin fundamentos jurídicos ni sociales, rescatados del “Cajón de Sastre” que todo burócrata acostumbra tener en el más obscuro rincón de su despacho.

Pero, desde la lejana Umea, se que, al igual que aquellos desalmados jinetes de negro, de los que habla la leyenda ártica, encontraron su merecido cuando los pacíficos aldeanos, hartos de sus tropelías, decidieron enfrentarse a ellos y hacerlos desaparecer para siempre de sus vidas. Estos jinetes de humo que cabalgan sobre corceles de sombras y cenizas, azotando inmerecidamente la vida de mi ciudad, serán derrotados por las victimas de sus antisociales medidas.

Serán derrotados sin necesidad de recurrir a la violencia ni al enfrentamiento.

Serán derrotados por las armas con que la Historia y el Progreso han dotado a los pueblos para derribar a sus tiranos.

Serán derrotados por el poder de los votos, y sus corceles de sombras y cenizas desaparecerán sin dejar huellas, mientras la alegría y la satisfacción invadirán el ánimo de los hombres y mujeres de Ronda al saber que el más grande de sus símbolos, su puente, volverá a cumplir la función para la que fue construido, en la segunda mitad del siglo XVIII. UNIRLOS!

Umea, 15 de julio de 2018


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