Cultura y Sociedad

Francisco Rivera Ordóñez ‘Paquirri’ sale por la puerta grande de la plaza de toros de Ronda con lágrimas en los ojos en una Goyesca para la historia

Buena tarde de toros en la que los diestros han cedido en exclusiva al hijo de ‘Paquirri’ la salida por la puerta grande de la Real Maestranza de Caballería tras cortarse la coleta

Francisco Rivera Ordóñez mira a los ojos de su primer toro en el día de su despedida de los ruedos. Foto Blas Gil.

La plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería lucía espléndida para un acontecimiento fundamental cada año: su reencuentro con una de sus razones de existir, el toreo.

La tradicional Corrida Goyesca alcanzaba su LXI edición con un aliciente especial: la despedida de los ruedos de Francisco Rivera Ordóñez. El bisnieto del Niño de la Palma, nieto de Antonio Ordóñez, sobrino de Luis Miguel Domingúin e hijo de Paquirri vivía una de las tardes más emotivas de su carrera, rodeado de partidarios, amigos y con compañeros con una significación especial en el cartel. Las muestras de cariño fueron constantes al que a partir de ahora ejercerá de anfitrión de tan magno y distinguido evento, que colgaba el cartel de ´no hay billetes´

´Limonero´, de la ganadería de Daniel Ruiz, sería el escogido para cerrar una trayectoria que también comenzaba como becerrista en este histórico ruedo. Una gran ovación obligaba a saludar al torero antes de la salida del astado. Su vestido azul marino y oro viejo se manchaba cuando clavaba las rodillas en tierra para recibirlo con una larga cambiada a porta gayola antes de intentar estirarse a la verónica, aunque la condición abanta del toro no terminara de permitírselo.

Donde sí que brilló con rotundidad fue en un tercer par de banderillas por los adentros en el tercio que compartió con El Fandi, antes de tomar la muleta para realizar un sorprendente brindis al chofer de su cuadrilla, el que le ha llevado por todas las plazas de España durante tantas temporadas. Muchas veces habría soñado en el último toro de su vida, pero seguro que el que se había imaginado no era este, ya que le faltaba entrega en sus embestidas. En uno de sus arreones, el toro hizo por él viviéndose unos instantes angustiosos en los que quedó sobre la arena totalmente a su merced entre los dos pitones.

Enrabietado volvía a la cara para realizar un desplante antes de precisar de tres pinchazos para pasaportar al toro y recibir una fuerte ovación. Vistas las circunstancias y conociendo la particular idiosincrasia de esta corrida, se atisbaba que se iba a estoquear un sobrero de regalo, circunstancia que confirmaría al solicitarlo a la presidencia al concluir el saludo correspondiente.

El último ´bis´ era un toro de Jandilla precioso de hechuras cuando salía de toriles. A priori el toro ideal para el triunfo. Debió estar seleccionado y reservado como cartucho de emergencia. Tras entrar al caballo pareció encogerse e hizo temer que la pólvora estuviera mojada.

Protagonizó en solitario un tercio de banderillas solvente, y esta vez quiso que la dedicatoria fuera para su hija mayor, Cayetana. Lamentablemente se cumplió lo que había avisado anteriormente, y el burel no quiso unirse a la fiesta en una tarde que debía ser triunfal para Paquirri. Pasaba andando, sin emplearse nunca, lo que no le hizo desistir y aguantó el trago hasta sobreponerse a base de coraje y esa raza torera que corre por sus venas. Tras un pinchazo y una estocada casi entera lograba su propósito de ´arrancarle´ las dos orejas y poder abandonar su plaza en volandas tras simbolizar el corte de la coleta por parte de su amigo Juan Ignacio Alonso.

Pero la dinastía continúa con su hermano Cayetano, que permanecerá como único fijo en las goyescas venideras, hasta que él quiera. De la ganadería de Juan Pedro Domecq era el que debía haber cerrado el festejo, al que recibió con el capote con cuatro faroles con el compás abierto. Pese a que él no ha seguido los pasos de su padre o su hermano de banderillear, en esta ocasión quiso hacerlo invitando también a El Fandi.

El suyo tuvo el plus de ser cortas, con un doble quiebro y en todo lo alto. Sorprendente y que recibía el reconocimiento de todos y el abrazo de sus compañeros. Pero para fuerte fue el abrazo en el que instantes después se fundían los dos Rivera Ordóñez en el preludio de una faena iniciada por alto y en la que surgieron los mejores derechazos de la tarde, con gran elegancia y temple. Al noble ´juampedro´ le faltaban las fuerzas, una auténtica lástima porque por lo demás era un dechado de virtudes. Repetidor y con transmisión, cuando terminaron de entenderse toro y torero surgió la magia de una faena inspirada a los compases de una premonitoria interpretación del pasodoble ´Puerta Grande´, que se haría efectiva tras la estocada fulminante. Creía Cayetano que merecía más premio que las dos orejas, e incluso se llegó a encarar con el presidente Luis Candelas por la no concesión del rabo solicitado.

El festejo se iniciaba con la novedosa apertura ecuestre del rejoneador Diego Ventura, que hará doblete en esta feria al participar también en la Corrida Rondeña de Rejones con la que se cierra el abono. Recibía al que abría plaza, de la ganadería de Cortés de Moura, a lomos del caballo ´Guadalquivir´, con el que quiso cuidarlo con un único rejón de castigo.

El espectáculo comenzaba con ´Nazarí´, encelando al burel a dos pistas hasta dominarlo por completo antes de clavar banderillas, entre las que destacaron las colocadas al quiebro, como las que ejecutaba posteriormente con ´Lío´, que una vez más hizo honor a su nombre. Pese a la condición parada de su oponente, el prodigio de su lidia hizo que no bajara la intensidad con ´Fino´, a la espera de un aldabonazo definitivo con ´Remate´, con el que siguió clavando en todo lo alto los palos al violín, siendo los dos últimos cortos. Un rejón de muerte trasero que descordaba al animal provocó su derrumbe fulminante y la concesión de dos orejas que marcaba el signo triunfal de la goyesca de 2017.

Correspondía la invitación cursada en el segundo de la tarde El Fandi de banderillear con Paquirri, a quien también brindó su faena a un toro de Garcigrande que había recibido a la verónica con el capote, aunque donde había caldeado el ambiente había sido con chicuelinas y la revolera. Tanto que luego repitió las suertes en el quite.

En su reaparición tras una lesión muscular producida hace unos días en Almería y que puso en peligro su presencia, se mostró pletórico de facultades, comenzando su labor con la franela rodilla en tierra pese a que el toro había tendido a frenarse ante los engaños. Le ayudó de inicio a prolongar sus embestidas para poder ligar en redondo. No se pudo mantener el nivel con la zurda, ya que por ese pitón se le colaba repetidamente, poniéndole en aprietos y obligándole a realizar un sobreesfuerzo en una actuación valerosa y variada rematada con una buena estocada que fue premiada con un apéndice.

Quiso unirse a la fiesta Sebastián Castella, que a última hora había sido invitado a sustituir a José María Manzanares. Con más voluntad que acierto, colocó un par de banderillas al quiebro en un tercio que compartió con Rivera (a quien dedicó su actuación) y El Fandi. El de Torrealta, más pobre de presencia que los demás y excesivamente brocho de pitones, le permitió realizar uno de sus hieráticos comienzos de faena, con un pase cambiado por la espalda; aunque luego no le facilitó su labor al costarle un mundo coger el engaño. Lo intentó a base de cruzarse y tocarle el pitón contrario, hasta que el francés terminó por aburrirse y abrevió con los aceros en otra excelente estocada que fue el mayor argumento para la concesión de un trofeo.

El primero de los de Domecq le había correspondido a Miguel Ángel Perera, que no se salió del guión tradicional salvo en la dedicatoria al compañero que se marchaba. La nobleza fue la principal virtud de este animal, que el extremeño se llevó a los medios a pesar de que el viento molestaba particularmente en esos instantes. La poderosa muleta del diestro le exigió con la mano baja en los primeros compases de una faena que no terminó de rematar por la vía deseada del temple, precisamente porque la boyantía inicial del animal no tuvo continuidad y el trasteo tuvo que culminar en las cercanías con una asombrosa tranquilidad y un dominio absoluto del hombre sobre la fiera. No falló con los aceros y las dos orejas paseadas eran un pasaporte para traspasar por méritos propios la monumental puerta grande maestrante.

Pero esta vez el privilegio era exclusivo para Paquirri, paseado por sus compañeros, su último apoderado El Tato y finalmente por su hermano Cayetano. Al otro lado de su dintel le encontraba toda la Ciudad de Ronda, que esperaba a sus héroes en la cita fundamental de sus Fiestas Toreras en Honor a Pedro Romero.


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