Cultura y Sociedad

El verano ha llegado. Nadie sabe cómo ha entrado

De un día para otro. cuando a principios de la semana pasada no superábamos unos agradables 22 o 24 grados, a final de la misma hemos sobrepasado los 30 o 32 en nuestra ciudad

Imagen de las cuatro estaciones del año.

A imitación de aquel refrán o frase súper conocido, que reza: «La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido». Me atrevo a titular este artículo de Astronomía, esta vez, de una forma similar, pero con referencia al verano: este verano de 2018, que acabamos de estrenar.

Y es que, como nunca estamos contentos con nada. Ni siquiera con la meteorología (o incluso nos atrevemos a criticar a la Astronomía), ya nos estábamos quejando muchos de que el verano no hacía acto de presencia este año. Pues ya lo ha hecho, y de qué manera. No ya por las temperaturas excesivamente altas (que no lo son en extremo), pero sí porque todo ha ocurrido de la noche a la mañana. De un día para otro. cuando a principios de la semana pasada no superábamos unos agradables 22 o 24 grados, a final de la misma hemos sobrepasado los 30 o 32 en nuestra ciudad, y se ha llegado a casi los 40 grados en el Valle del Guadalquivir.

Evidentemente existen veranos más o menos extremos a lo largo de los años, al igual que lo mismo ocurre con el invierno. Pero lo cierto es que en verano hace calor y en invierno hace frío, como también es indudable todos nos quejamos de ambas cosas, a pesar de que unos soportamos (o decimos soportar) mejor uno o el otro extremo.

Pero ¿qué es el verano astronómicamente hablando?

Sin profundizar demasiado en el tema, verano es el período estacional de la Tierra en que los rayos del Sol caen casi verticalmente sobre la superficie de su Hemisferio Norte, al mediodía y, al mismo tiempo, el Astro Rey está más tiempo sobre el horizonte. Esto explica que la temperatura alcance en nuestras latitudes valores más elevados.

Esto culmina cada año alrededor del día 21 de junio y en un paralelo situado aproximadamente a 23 grados y 26 minutos de arco, al norte del Ecuador, y que se denomina Trópico de Cáncer, línea imaginaria en la que, en estos días, el Sol está en el cénit justo al mediodía solar del lugar. Momento en el que comienza astronómicamente el verano en el Hemisferio Norte, como hemos indicado antes.

Esto es debido a la inclinación del eje de giro de la tierra, con respecto al plano de la elíptica que ésta describe alrededor del Sol, haciendo que en estas fechas sea este hemisferio el que, digamos, mira hacia el Sol.

Lo contrario, lógicamente ocurre en el Hemisferio Norte, en el que no vamos a dar detalles, sólo decir que todo pasa simétrica y contrariamente al del Norte.

Entonces, si todo debiera extrapolarse por igual hacia atrás y hacia delante del 21 de junio ¿por qué el estío (climatológicamente hablando) se centra en los meses de julio y agosto, y no en los de junio y julio? Pues porque el calor es acumulativo y comienza a hacerse más riguroso justo desde, y a partir de, el momento de máxima exposición solar (cuando en realidad dicha exposición solar comienza a disminuir. Por todo ello, está bien que el verano comience el 21 de junio, coincidiendo así más ampliamente con la canícula, pero no nos engañemos: el comienzo del verano es un hito geométrico astronómico, y lo demás es relativo.

Determinación de la redondez de la Tierra

Por otra parte, sí, todo lo anterior encaja además con el hecho de que la tierra es más o menos redonda pero, ¿a qué viene que, precisamente aquí y en este momento intentemos hablar de su determinación?

Pues porque, como hemos comentado antes, el inicio del verano en el Hemisferio Norte (en nuestro caso), es un hito en el que ocurren fenómenos especiales, a su vez que fácilmente observables y que siempre, sobre todo en tiempos antiguos, en los que la Astronomía y la Naturaleza eran muchísimo más observadas (en general) que hoy día, cuando nos tenemos que enterar del comienza del verano por las noticias, y no precisamente al revés.

Sí, nuestro antepasados se dieron cuenta de que en estas fechas nuestro cuerpo, y todos los demás objetos, apenas producían sombra. Fenómeno que se hacía más patente en aquellos lugares situados en el Trópico de Cáncer (sin que ellos supieran de este nombre, ni de por qué sucedía tal cosa).

Pues bien, aunque por aquella época ya se sospechaba que la Tierra podía ser redonda, fue Eratatóstenes de Cirene (Cirene, 276 a.C. – Alejandría 194 a.C.), matemático, astrónomo y geógrafo griego quien, no sólo lo demostró, sino que se atrevió a calcular su diámetro y el valor de la inclinación del eje terrestre (ambas cosas con bastante aproximación). Además, posiblemente hiciera un cálculo de la distancia Tierra-Sol, y apuntara la «necesidad» de los años bisiestos (ya en aquella época).

Mediante cálculos geométrico y trigonométricos que no vamos a explicar aquí, resulta que este científico (conocido además por su rudimentario pero infalible método para el hallazgo de números primos, denominado «Criba de Eratóstenes») puso en marcha su estrategia, conociendo que en Siena (hoy Asuán, en Egipto), en el día del solsticio los objetos  verticales no proyectaban sombra y el sol llegaba hasta lo más profundo de los pozos (esto pasa porque dicha ciudad está en la línea del trópico), y que en la misma fecha eso no sucedía exactamente en otra ciudad, Alejandría, situada al norte de la anterior (prácticamente en el mismo meridiano), se dispuso a medir (o encontrar en archivos de la Biblioteca de Alejandría) la distancia que separaba a dichas dos ciudades. Incluso hay historiadores que admiten que contrataría a un ejército para que, con paso uniforme contara y midiera esa distancia.

Anécdotas aparte, Eratóstenes convino que la distancia entre Siena y Alejandría era de 5.000 estadios y que el ángulo de la sombra de un objeto vertical en Alejandría era de 7 grados y 12 segundos, cuando en Siena era 0 grados, o lo que es lo mismo, 1/50 de la circunferencia. Por lo cual, la longitud del paralelo del lugar (Trópico de Cáncer) sería de 250.000 estadios.

Tampoco vamos a hacer aquí las correspondientes transformaciones de unidades, pero sí decir que sus cálculos son asombrosamente parecidos a los que tenemos hoy día. Máxime sabiendo en la actualidad que la ciudad de  Alejandría no está justo al norte de Siena (como el supuso), sino que sus respectivos meridianos están separados por 3 grados de arco.

Desde aquí nuestro reconocimiento y admiración por este científico del siglo III antes de Cristo.


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