Cultura y Sociedad

Se cumplen 40 años del fallecimiento de Orson Welles, cuyas cenizas descansan en Ronda

El 8 de mayo de 1987, su hija Beatrice colocó las cenizas del director, enamorado de la ciudad, en un pozo del jardín de la finca San Cayetano, propiedad del torero Antonio Ordóñez, con quien mantuvo una estrecha amistad

Histórica fotografía de Orson Welles con el mítico torero Antonio Ordóñez.

Considerado uno de los grandes innovadores del séptimo arte, este cineasta transformó la historia del cine con su creatividad y visión única. Actor, director, guionista y productor, dejó un cuerpo de trabajo que sigue siendo referencia: las películas de Orson Welles continúan inspirando a cineastas y estudiosos por su innovación técnica, profundidad narrativa y audacia artística.

Este pasado viernes día 10 de octubre se cumplieron 40 años del fallecimiento de Welles, cuyos restos descansan en la finca de San Cayetano de Ronda, propiedad de la dinastía de toreros Rivera Ordóñez. De hecho, los nietos del gran mito de la tauromaquia, Antonio Ordóñez: Francisco y Cayetano, suelen pasar días de sus vacaciones en esta finca, en cuyo pozo fueron depositadas las cenizas del cineasta.

“Un hombre no es de donde nace, sino de donde elige morir”. Orson Welles, a quien se atribuye esta frase, no eligió morir en Ronda, pero consiguió que sus restos se quedasen para siempre en la ciudad del Tajo. El 8 de mayo de 1987, su hija Beatrice colocó las cenizas del director, enamorado de la ciudad desde casi siempre, en un pozo del jardín de una finca de Antonio Ordóñez.

Nacido en 1915 en Wisconsin, Welles mostró desde joven un talento fuera de lo común. Antes de llegar a Hollywood, ya había dejado huella en el teatro y la radio, especialmente con su adaptación de La guerra de los mundos (1938), que hizo creer a miles de oyentes que una invasión extraterrestre era real.

Durante su dilatada y exitosa vida, mantuvo una estrecha relación con Antonio Ordóñez, con quien compartió numerosas corridas de toros, viajes, y también alocadas fiestas. Es por esa amistad, y por los atractivos de Ronda, por lo que dejó escrito en su testamento su deseo de que sus restos quedasen para siempre en la ciudad soñada de Rilke.

Un visitante que se volvió parte de la ciudad

La primera vez que Orson Welles pisó Ronda quedó atrapado por su belleza. Le impresionó el tajo, la plaza, el ritmo pausado y cálido de la vida rondeña. Volvió una y otra vez, no como un turista de paso, sino como alguien que buscaba un rincón donde vivir sin máscaras.

En la ciudad lo recibieron con naturalidad. Aquel hombre alto, de voz profunda, que tantos reconocían por sus películas, se convirtió en un vecino más. Caminaba por las calles, compartía mesas, se sentaba en los bares, saludaba a la gente por su nombre. Ronda no lo trató como a un famoso. Lo trató como a un amigo.

La amistad que lo unió a una familia y a una forma de vivir
Su vínculo más fuerte fue con la familia Ordóñez, una de las grandes sagas taurinas de la historia. Con Antonio Ordóñez, leyenda del toreo, Welles encontró una amistad sincera. En su finca, a las afueras de la ciudad, halló un hogar. Allí pasó largas temporadas, conversando, riendo, escuchando el campo y la voz de la gente sencilla que tanto admiraba.

No se trataba solo de la tauromaquia —aunque le fascinaba la elegancia de la Goyesca y el arte de Antonio—, sino de la forma de vivir, de compartir, de sentirse parte de una tierra. Fue en esa finca donde decidió que quería descansar para siempre.

La Feria de Pedro Romero y las tardes de Goyesca

Cada mes de septiembre, Ronda estalla de color con la Feria de Pedro Romero. Quien haya vivido una Goyesca sabe que no es una simple corrida: es un ritual que mezcla historia, belleza, respeto y emoción. Orson Welles se enamoró de esa celebración desde la primera vez que la vivió.

Podía vérsele entre la gente, con su sombrero negro y su figura inconfundible, disfrutando de la fiesta como uno más. Era habitual en los balcones de la plaza, en las tertulias, en los paseos previos a la corrida. Y muchos rondeños aún guardan en la memoria esa imagen de un extranjero que parecía conocer el alma de la ciudad mejor que muchos nacidos aquí.

El último deseo de un hombre que eligió Ronda

Cuando la vida de Orson Welles llegó a su fin, su voluntad fue clara: descansar en Ronda. No en Hollywood, ni en Nueva York, ni en ningún gran cementerio de nombres célebres. Quiso que sus cenizas fueran depositadas en la finca de su amigo Antonio Ordóñez. Y así fue.

Ese gesto selló para siempre una relación que había nacido del afecto y no de la fama. Welles no vino a Ronda a posar, ni a buscar titulares. Vino a vivirla y a amarla en silencio.

Hijo adoptivo y símbolo de una época dorada

En agradecimiento, la ciudad de Ronda lo nombró Hijo Adoptivo. También se erigió un monumento en su honor, en el Paseo que hoy lleva su nombre. Es un lugar que no solo recuerda a un artista universal, sino a un hombre que eligió esta tierra como patria del alma.

Su figura forma parte de esa época dorada en que la ciudad atraía a artistas, escritores y soñadores de todo el mundo. Pero en su caso no hubo pose ni turismo cultural. Hubo raíces. Hubo hogar.

Cuarenta años después, su nombre aún se pronuncia con cariño

Ahora, cuando se cumplen cuarenta años de su fallecimiento, Ronda vuelve a recordar a Orson Welles no como a un mito distante, sino como a uno de los suyos. Su nombre aparece en fotografías antiguas, en historias contadas en voz baja, en recuerdos familiares. Hay quienes aún lo evocan sentado a la sombra de una terraza, escuchando, observando, sonriendo con esa mirada de quien se siente en casa.

Ronda ha cambiado con los años. Pero hay presencias que permanecen. Y Orson Welles es una de ellas. En esta ciudad encontró descanso, y en esta ciudad su memoria sigue viva. No fue un visitante ilustre. Fue, y seguirá siendo, un rondeño para la eternidad.


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