Opinión

Coronavirus: peligro y oportunidad

La crisis capta la esencia de nuestra incierta vida normal, porque ésta también tiene su doble faceta: el peligro de perder la integridad física y el peligro de paralizarse o estancarse psíquicamente

El confinamiento ha sido un momento que ha hecho que revisemos nuestros valores como personas.

Con independencia de las consecuencias provenientes de cada crisis, en el fondo de ellas coexisten dos elementos que se interaccionan, el peligro y la oportunidad. No es un invento del que humildemente escribe sino es sacado de la experiencia que viven todas las personas que ven dislocada su vida por la alteración del orden establecido.

Toda alteración de un orden sólido, produce beneficios a quienes descubren el secreto de encontrar la oportunidad en la crisis, solo con el manejo adecuado de nuestro propio pensamiento nos podrá  llevar a buen puerto, o solo a valorar lo que teníamos, que ya es mucho, al sosiego  que se ha visto alterado por el conflicto. Si, se trata de encajar de nuevo las piezas dislocadas sopesando la pérdida económica con la ganancia de que el virus no haya llamado a nuestra puerta y no hayamos perdido nuestra integridad física (al menos, aún).

La crisis capta la esencia de nuestra incierta vida normal, porque ésta también tiene su doble faceta: el peligro de perder la integridad física  y el peligro  de paralizarse o estancarse psíquicamente; como contrapartida, una situación de inseguridad  nos ofrece la oportunidad de crecer emocionalmente fortaleciendo nuestra capacidad para resolver conflictos  y superar adversidades.

Al reflexionar sobre las dificultades que estamos viviendo nos enfrentamos con la impotencia que sentimos ante la incertidumbre que nos acosa y que somos incapaces de controlar. Al mismo tiempo nos sentimos reconfortados ante la extraordinaria capacidad de adaptación y recuperación que poseemos. Son notorios los cambios que obran en personas  después de vivir adversidades muy penosas y prolongadas,  los cuales le llevan a los hombres y mujeres a crecer emocionalmente.

Esta actitud para extraer consecuencias provechosas de las desgracias, no está relacionado con la edad, el sexo, ni el nivel socioeconómico ni mucho menos con el tipo de dificultad que se afronte sino con el tipo de persona que se sea. Por el contrario, el crecimiento emocional o secuelas positivas que ocasionan estas coyunturas estresantes, dependen sobre todo de la capacidad de adaptación y de los mecanismos de defensa que se utilizan para protegerse de los efectos dañinos de la adversidad.

Hoy mismo antes de ponerme a escribir lo que me ocupa, he oído en dos ocasiones que antes de esta crisis alguien aspiraba a ganar una importante cantidad de dinero, o sea pretendía acceder a esa felicidad, pero después de vivir lo vivido, será seguro, mucho más feliz solamente quedándose en casa y que el virus lo haya dejado como estaba.  Ayer se veía en televisión una señora mayor llorando y profundamente emocionada al narrar las atenciones que había recibido en el hospital donde fue dada de alta por un positivo en la prueba del virus.  No hay que conectar la televisión sino solo asomarse al balcón cada día de los que vivimos y oír como la gente aplaude aunque no haya nadie en las calles. Se comparte el crecimiento personal que experimenta cada cual ante las adversidades.

Para las personas que han sufrido dificultades más o menos extremas, éstas se convierten en una especie de centro vital alrededor del cual reorganizan sus valores y expectativas, y configuran una vida más grata que les permite disfrutar de cosas sencillas a las que antes no daban importancia.  Otros cambios positivos incluyen la maduración de la personalidad, la mejora en la relación con otras personas, el aumento de la solidaridad y el desarrollo de la capacidad para ponerse en la piel de los otros.

En el fondo, el atributo humano más emblemático es la propia habilidad para hacernos a nosotros mismos, por lo dicho, no como esclavos de un destino labrado en nuestro mapa genético o esculpido en nuestro carácter, sino como nuestros propios forjadores.


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