En el año 1967 se le otorgó la distinción de hijo adoptivo de Ronda al dictador Francisco Franco siendo alcalde de la ciudad Don Pedro Sánchez Castillo, que sus razones tendría en esos tiempos para dárselo. El Tripartito que gobierna Ronda actualmente, también habrá tenido las suyas para retirárselo.
No pretendo entrar en el hecho, que puede ser todo lo acertado o inapropiado que cada cual quiera, pero si en el episodio de aliviar fuegos que debieran estar extintos y más que apagados.
Se suele prodigar en muchos medios y no con menos frecuencia artículos que machacan sobre un tema de hechos consumados y consumidos, en el que ni las víctimas ni los verdugos existen; son los referidos a la memoria histórica cuyo texto se tiñe de matices complejos, profundos y eternos que no nos llevan a sitio alguno sino al rencor.
La figura literaria que renombra las cosas y que llamamos metonimia es la que mejor define este trasiego de nombrar y renombrar las calles y las mismas cosas con distintos collares, podríamos decir, es como un cambio semántico por el cual se designa una cosa o idea con el nombre de otra sirviéndose de alguna relación cuantitativa y semántica entre ellas. En este caso es nombrar al franquismo con el nombre de Franco, al todo con el nombre de una parte como podría ser también a la inversa, valiéndonos de la sabiduría de los humanos que toma sus referencias de lo que se denomina la memoria, la cual nos permite retener experiencias pasadas y cuya suma llamada recuerdos conforman el aprendizaje, dos conceptos difíciles de separar. Hay personas, muchísimas, en las que el recuerdo en la forma que lo tienen almacenado se activa gracias al reforzamiento de ciertos genes y sus ganas de revancha y venganza, no los deja vivir queriendo volver al pasado para hacer justicia. Habrá que recordar que todo lo pasado es historia y todo lo histórico está en la memoria y no sólo una parte a conveniencia.
Para tener claro en qué torneo y pugna estamos habrá solo que remontarnos al 1936, año de comienzo de la guerra civil. Cualquier joven que tuviera entonces 20 años, ahora tendría 100, sólo en el remoto caso que aún viviera; o sea que nadie que lea este artículo habrá vivido esa guerra. Esta memoria a tan largo plazo puede ser un arma de doble filo porque lo vivido, ha de haberse experimentado con suficiente intensidad y frecuencia como para que no se borre de nuestro recuerdo, forme parte de nuestro aprendizaje insertándose en los esquemas de lo que consideramos bueno o malo y se tome en cuenta como útil para vivir el resto de nuestras vidas. Es como repetirnos en el hecho que expresa la famosa frase ”El que no conoce su historia, está obligado a repetirla”.
El papel que juega este concepto en la selección natural es de vital importancia; aunque también impone una carga cuando el medio cambia y la memoria a largo plazo sólo rescata recuerdos que ya no son actuales, por lo que la edad, el envejecimiento y el desgaste neuronal suponen un hándicap en la readaptación del individuo en cuestión, dificultando la inserción de los nuevos datos en dicha memoria; se dilatan así los tiempos de respuesta y se pone en grave peligro la supervivencia en el medio cambiante en el que vivimos (renovarse o morir).
¡Qué difícil es no caer cuando todo cae!, decía Machado.
Hay muchos, muchísimos, que igualmente no han vivido ni sentido esos horrores, pero igualmente tienen datos que dejan olvidar a fin de que los muertos descansen y los vivos convivan en paz. No se puede condenar a un banquillo donde no hay nadie sentado; recuperar la memoria por motivos de conveniencia es un error. ¿Qué sentido tendría traer ahora al recuerdo la represión en el bando republicano durante la guerra, popularmente conocido como el terror rojo?, es igualmente historia y memoria, y entraríamos en una guerra psicológica, paso previo a otra nueva de armas.
El sistema demagogo del bienestar culpa a otro de lo que le pasa a cualquiera, y por ello se ha instalado en la convivencia un sistema de culpas que nos tiene enfrentados a personas, familias, pueblos y regiones, que amparados en razones de historia estamos poniendo en gran peligro la paz.
En este mundo en el que las conciencias teóricamente ponen límites a los excesos, aparecen ambiciosos, héroes y caudillos que se creen señalados por el dedo de la historia y obligados por ello a ser salvadores de una ideología o una patria inventada por ellos mismos, siempre con la ayuda vital de la incultura de muchos que sirve como catalizador y levadura para los fines propuestos.
RONDEÑO
Enhorabuena por el artículo de opinión. Perfecto, simplemente perfecto!
Gente de la calle
¡Cuánta sabiduría en este artículo! ¡Y cuanta demagogia se hace cada día con temas del pasado, para que no se vean las carencias de hoy!