Cultura y Sociedad

El Camino de Santiago y de las Estrellas

Según los investigadores la fecha del hallazgo del sepulcro del Apóstol Santiago debió ser entre los años 820 y 830, aunque la tradición lo sitúa en el año 813

Camino de Santiago y crucero antes de llegar a Ages cerca de Burgos. (J.L. Anillo León).

El peregrinaje a Santiago de Compostela, para venerar las reliquias del apóstol Santiago el Mayor, constituyó uno de los principales acontecimientos culturales de la identidad europea de la Edad Media. A través de los siglos se ha convertido en símbolo de fraternidad y creador de una conciencia europea.

En 1993, el Camino de Santiago fue declarado “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO y posteriormente “Primer Itinerario Cultural Europeo” por el Consejo de Europa. A título honorifico también es conocida como la “Calle Mayor de Europa” y recorre más de 800 km, cerca del paralelo 42, por nuestro país. Pero, por encima de esta famosa vía hay otro camino al que la tradición le llamó también de Santiago o Camino de las Estrellas: la Vía Láctea.

El descubrimiento

Según los investigadores la fecha del hallazgo del sepulcro del Apóstol Santiago debió ser entre los años 820 y 830, aunque la tradición lo sitúa en el año 813. El descubrimiento se debió a un ermitaño llamado Pelagio que observó durante varias noches una impresionante lluvia de estrellas, resplandores y luminarias misteriosas Este evento celeste parecía provenir de una zona del cielo próxima al Pico Sacro y caían  en el bosque Libredón sobre un montículo. Extrañado y asombrado, este hombre comunicó tan maravilloso suceso al obispo de Iria Flavio, Teodomiro, que mandó realizar excavaciones en aquel misterioso lugar y tras el hallazgo del sepulcro, reconoció que las redescubiertas reliquias eran las del Apóstol  Santiago y las de sus discípulos Atanasio y Teodoro. El lugar fue bautizado como Campus Stellae (campo de estrellas), de donde deriva Compostela.

La Vía Láctea

Una simple mirada hacia el firmamento en una noche de verano sin luna y alejados de las luces de las poblaciones, nos revela en todo su esplendor una senda nubosa que corta la bóveda celeste de Norte a Sur, es la Vía Láctea, nuestra galaxia. Su nombre deriva de su aspecto lechoso, que según la mitología griega era un reguero de leche que se derramó por el cielo, mientras la esposa de Zeus, Hera, amamantaba al héroe Hércules. A lo largo de la historia de la humanidad, cada pueblo ha dado una interpretación particular a esta franja, pero la mayoría coinciden en considerarla como un “camino” o “vía”, llamándola: camino del cielo, río de salud, camino hacia la tierra del mañana, camino de las ocas, sendero de los pájaros,…  En 1610, Galileo Galilei se convirtió en el primer ser humano en observar la Vía Láctea, a través de un telescopio, asombrándose de la visión que estaba contemplando y descubriendo que estaba compuesta por millares de estrellas débiles, invisibles a simple vista, pero que su modesto telescopio revelaba con claridad. Realmente es un conglomerado de más de doscientos  mil millones de estrellas; es una galaxia  en forma espiral a la que pertenece nuestro sistema planetario ubicado al borde de uno de sus brazos.

La Vía Láctea es la principal relación de la Ruta Jacobea con la Astronomía donde la huella del Camino de Santiago quedó marcada para siempre en los cielos, cuando, según la tradición, Santiago Apóstol  se apareció  a Carlomagno mostrándole el camino celeste de la Vía Láctea para conducirle a su sepulcro, sirviendo a lo largo de los siglos de guía a los caminantes hacia Compostela.

El milagro de la luz

El camino aparente anual del Sol (la eclíptica) intercepta al Ecuador Celeste dos veces al año, ocurriendo alrededor del 21 de marzo (equinoccio vernal o de primavera)  y del 23 de septiembre (equinoccio otoñal). Cerca de las fechas de los equinoccios, el día y la noche tienen la misma duración. Este evento astronómico queda también reflejado en el Camino de Santiago a través de San Juan de Ortega (1080-1152) contemporáneo de Santo Domingo de la Calzada que fueron maestros de constructores y se les atribuyen innumerables milagros. San Juan de Ortega, desde el aspecto arquitectónico dejó como testamento de su maestría la edificación de una iglesia en el pueblo que lleva su nombre, una obra de arte donde la luz y el misticismo se elevan en determinados días del año.

Concretamente, dos días antes y hasta dos días después de ambos equinoccios, a las 5 de la tarde, hora solar, y durante un periodo de 7 a 8 minutos, un rayo de sol penetra por una  ventana ojival  y con asombrosa exactitud ilumina y recorre lentamente uno de los capiteles que representan la escena de la Natividad, la Anunciación y la Visitación. El evento es seguido por numerosos peregrinos con especial emoción y es conocido como el “milagro de la luz”.


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