Opinión

El debate que no existió (Nacho Garay)

Aunque soy totalmente partidario de los debates electorales, la realidad es que cada vez que se produce uno de ellos hago la firme promesa, incumplida año tras año, de no volver a verlos porque me siento defraudado al acabar cada uno de ellos.

Encorsetar de tal manera los debates, con cada partido poniendo límites a los temas que no le interesan, aunque si puedan interesar a los ciudadanos, deja a los mismos sin que se hable de los grandes temas que realmente preocupan a todos.

Entre Arias Cañete y Elena Valenciano no se habló el pasado jueves ni una sola vez de la corrupción política, la segunda preocupación de los españoles según todas las encuestas, ni del desafío soberanista catalán, un problema que los candidatos europeos sí trataron en su debate a cinco, ni de la situación que se vive en Ucrania y que puede condicionar mucho la Europa del futuro.

Al final estos debates se convierten en un mitin a dos bandas, en los que cada candidato trata más de convencer a los suyos que de dirigirse a la mayoría indecisa de ciudadanos que mira estas elecciones como si no fueran con ellos y que son realmente a los que hay que explicar lo mucho que nos jugamos en estos comicios.

En fin, otro debate para la decepción, un auténtico peñazo para los espectadores, por lo que hay que plantear seriamente cambiar el formato o casi sería mejor suprimirlos del calendario electoral.


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