Opinión

¡Qué vergüenza! (Antonio Sánchez Martín)

¡Qué vergüenza! Cuarenta años después ahora resulta que volvemos al pan y circo del fascismo, que cuando venían mal dadas distraía a los españoles con el futbol y con los toros. Al igual que entonces, -parece que los años hayan pasado en balde-, el Gobierno ha esperado a que España debute en la Eurocopa para pedir un crédito de cien mil millones de euros (más de dieciséis “billones” de pesetas) destinado a rescatar a una banca que se buscó su propia ruina por tanto crédito multimillonario en hipotecas basura y tanta especulación urbanística.

Pero el problema de este país no son sólo los bancos, sino también una clase política de auténtica vergüenza, que derrocha, malversa caudales públicos y predica con el mal ejemplo, y entre la cual cada vez es más difícil encontrar esas honrosas excepciones de políticos que defiendan antes los intereses de los ciudadanos que les eligieron, que su propio sueldo o las prebendas del cargo público que pretenden ocupar de forma vitalicia.

Unos y otros, -bancos y políticos-, son los auténticos responsables de la ruina de España, y han necesitado de su mutua complicidad para sacar adelante sus “negocios” y enriquecerse ilícitamente. Porque ni los bancos sin políticos que recalificaran terrenos urbanísticos, ni los políticos sin bancos que financiaran proyectos fantasmas como el aeropuerto de Castellón, (-inaugurado sin aviones y que todavía hoy sigue sin estrenarse-) se hubiera ido a la ruina este país.

Y ahora la pregunta crucial es: ¿Quién paga eso? Me temo que una vez más nos tocará a los ciudadanos. Se habla de que Europa prestará el dinero a un 3 ó un 4 por ciento de interés, pero no lo hará directamente a los bancos, sino al Estado. Y eso es lo que genera mayor indignación social, que haya dos varas de medir; porque cuando vas al banco a pedir un crédito te piden dos avalistas que respondan con sus bienes si te va mal el negocio, y ahora, -por decreto y por cojones- a todos los españoles nos obligaban a avalar un préstamo para rescatarles a ellos de la ruina, perjudicando con ello a  nuestro bienestar social, pues los intereses del rescate lo pagará el estado, que somos todos.

Pero el principal problema de la codicia de los bancos y de la corrupción de los políticos es que se ha generalizado y extendido sin distinción a todos los partidos y cargos públicos. Del caso Juan Guerra, -primer escándalo de corrupción de la democracia-, al caso Gürtel y los trajes del expresidentes de la Comunidad Valenciana, o a los EREs fraudulentos del Gobierno Andaluz (-expedientes de jubilaciones millonarias para altos cargos socialistas o para sus amigos más cercanos-), pasando por el -aún “presunto”- despilfarro del Presidente del Tribunal Supremo en más de treinta viajes de fines de semana de difícil justificación que fueron pagados con dinero público, o a los miles de exdiputados, exalcaldes y exconcejales que son “recolocados” como asesores, gerentes de empresas públicas o cargos de confianza con sueldos millonarios que pagamos entre todos.

Es cierto que los casos más llamativos siguen siendo los que afectan a los partidos y cargos públicos, -que son los que conocemos por los medios de comunicación-, pero esa corrupción se ha contagiado ya de forma generalizada a toda la sociedad y cada vez es más frecuente que las empresas cobren sin factura, paguen comisiones o “mordidas” para ganar un concurso público, o que traten a sus empleados como una mercancía más de su negocio, pagando sueldos de miseria o despreciando la experiencia de los trabajadores de más edad, a los que se sustituye irresponsablemente por “becarios” o por personal menos cualificado por tal de abaratar los sueldos y recortar sus derechos laborales.

Es cierto que la codicia es un “pecado capital” consustancial a la existencia humana, casi genético, pero esas desviaciones de la conducta humana deben ser reguladas y perseguidas por los poderes públicos y las leyes, en vez de fomentarse con el mal ejemplo de nuestros políticos y cargos públicos. Por eso es inmoral que el Gobierno no quiera dar explicaciones del escándalo de Bankia, o del fondo de rescate europeo, o que los diputados del Partido Popular impidan la comparecencia de Carlos Dívar en el Congreso para dar explicaciones sobre sus viajes y alojamientos en hoteles de lujo durante fines de semana que ahora pagamos entre todos.

Es necesaria una regeneración ética de la sociedad, empezando por los representantes de las instituciones y los poderes públicos que deben predicar con el ejemplo. Una nueva transición para recuperar, no sólo nuestra degradada democracia, sino buena parte de la ética social que hemos perdido. No se me ocurre otra forma de luchar contra la “economía sumergida”, contra el dinero negro, la especulación de los mercados, ni contra los abusos que cada vez más empresas y empresarios cometen contra los derechos de los trabajadores.

Ya va siendo hora de que los ciudadanos de la calle tomemos conciencie de nuestro poder no sólo como votantes cada cuatro años, sino como consumidores a diario en muchas empresas y establecimientos que cometen estos abusos contra los trabajadores, empresas a las que se podría boicotear dejándoles de consumir o de comprar sus productos y servicios. Y pongo ejemplos: Sacando el dinero de las entidades ahora intervenidas (porque probablemente pagarán los intereses del rescate a base de cargar comisiones abusivas a sus clientes), o dejando de comprar determinadas marcas o en aquellos comercios donde se despide injustificadamente a los trabajadores o se les contrata por sueldos de miseria.

Bastaría con difundir por la prensa o mediante mensajes en el teléfono móvil todas esas “corrupciones” locales que nos afectan más de cerca y boicotear a los bancos que nos cobran precios abusivos por sus servicios, o a las empresas que explotan a sus trabajadores. Mensajes del tipo: -“Boicot a Supermercado XXX por despedir trabajadores de 40 años. Pásalo”-. A lo mejor no arreglamos el mundo ni logramos acabar con la corrupción política, pero en la medida y alcance de nuestras posibilidades lucharemos contra esos abusos empresariales y tanta inmoralidad como nos rodea, ya que por desgracia nuestros políticos no parecen estar por la labor. Como dice aquel proverbio árabe: “Si cada uno barre su puerta, al final toda la calle estará limpia”.


Un comentario en “¡Qué vergüenza! (Antonio Sánchez Martín)

  1. jose

    estoy contigo me gustaria apoyar al alguien y dar la cara con el para parar el abuso politico que tenemos en españa que es un cancer mortal para el ciudadano que todos los sufrimos
    por ejemplo quitando esas pagas vitalicias no somos todos los españoles iguales pues yo cuando he trabajado en una empresa y se me ha acabado el contrato me ido a la oficina de la inem y el cobrado mi desempleo y despues he vuelto ha buscar trabajo eso mismo tenian que hacer ellos y algunos cobrando mas de un sueldo sin hacer nada solo por su nombre en ayuntamiento una empresa o una diputacion y todo ese dinero sale del sudor de nuestra frente de los españoles
    pero eso demuestra que no todos somos iguales

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