Opinión

El estanco de Marcos Morilla (Pepe Becerra)

Al estanco de Marcos Morilla, en la mediación de la populosa calle La Bola para el vulgo y Vicente Espinel para los amigos del purismo y exaltadores del escritor rondeño no se va solo a comprar tabaco o un par de sellos. Me pregunto si el nombre del antiguo propietario del estanco por excelencia de Ronda no le vendría dado por una elección que hicieran sus mayores sabedores del hijo excelso rondeño que  crearía la décima en poesía, añadiría la quinta cuerda a la guitarra y firmaría el picaresco libro Relaciones de la vida del Escudero Marcos de Obregón (1618). Sea como fuera, lo cierto es que este comercio, decano de los que abren sus puertas en la Ciudad del Tajo, ha sido siempre un referente obligado tanto para los habitantes de ésta como para los moradores de pueblos cercanos que acudían y acuden  cada día para sus negocios y gestiones más variadas. Son los que, además, invariablemente se acercan a este establecimiento no siempre, como digo, para lo más perentorio como que se podría deducir según el epígrafe comercial que ostenta.

El primer juguete que recuerdo, un enorme caballo  que por mi corta edad hasta me costaba subir a su grupa de cartón pintado alegró durante meses mi existencia cuando todavía era fiel creyente de los Reyes Magos. Lo vi.  colgado en la puerta del estanco de Marcos Morilla, junto a patinetes y triciclos vivamente coloreados. En mi desbocada imaginación infantil deduje que era de allí en donde los magos de Oriente hacían provisión de su maravillosa carga. Para que siguiera creyéndose, mis padres hicieron posible que el anhelado caballo de ojos fijos e inexpresivos y gran envergadura para mis pocos años amaneciera el gran día junto a mi cama para mi júbilo.

Al estanco de Marcos Morilla va la gente de los pueblos de la comarca a “mercar” como se decía antes, abalorios, cintas, botones, espumillón, máscaras, cohetería para las fiestas patronales, baúles, maletas, material escolar, cédulas, impresos de compra-venta de inmuebles, peinetas, mantillas, hilo de coser. Todo, en fin,  cuanto el ama de casa pudiera necesitar para emperifollarse y el hombre de casa para satisfacer sus necesidades de vestimenta, hogar y trabajo. Surtía, además, a las pequeñas tiendas de los pueblos cercanos de los artículos más solicitados en un comercio con una clientela escasamente exigente y era el punto de destino de las cosarias que compraban y revendían los encargos más heterogéneos que pensar se pudiera.

Afable, servicial, honrado, Marcos Morilla atendía en el mostrador, hasta que sus años lo permitieron, a la más variada clientela que cada día pasaba por su establecimiento. Sabía de la vida de labriegos, pegujaleros, talabarteros, recoberos, alpargueteros, matarifes, arrieros, costureras, medieras y colcheras que se acercaban a la tienda y para cada cual tenía la palabra amable, la recomendación acertada, el comentario adecuado que tenía que ver con su persona o su trabajo.

Hoy, ante la proliferación de grandes superficies, frías e impersonales se echa en falta aquellos comercios de antaño. Nada hay como su ambiente familiar y cálido tan alejado de la sonrisa estereotipada de los empleados de ahora. Por fortuna, el estanco de Marcos Morilla continúa, más moderno, más acorde con los nuevos tiempos, la trayectoria de su fundador. Hace tiempo que dejé de fumar pero siempre que voy a Ronda encuentro un pretexto para acercarme al estanco. Es posible que no tenga nada que comprar, pero no puedo sustraerme a su atracción. Se sigue colgando la juguetería en la puerta – ¡mi caballo, mi caballo de cartón ¡ – y se continúa colocando los enormes baúles para la ropa de invierno cerca de la entrada. Dentro, el tumulto es el de siempre. El ir y venir de los dependientes con la agitación de siempre; la mezcolanza de artículos; el saludo de la gente que se encuentra allí, porque como yo hay muchos que se sienten tentados de acercarse a un comercio de abolengo que tantos recuerdos añejos despierta.


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