Opinión

Despierten ahora (Ángel Azábal)

Dívar dijo: “No he cometido ninguna irregularidad ni jurídica, ni moral, ni política”. Y es que no eran hoteles de lujo, sólo de cuatro estrellas, ¿lo pillas? Que no se ha planteado dimitir porque “sería una irresponsabilidad”, al tiempo que “significaría reconocer algún tipo de culpa”. O sea, como todos: pantalones por la rodilla —un decir, oiga, un decir—, se santigua, pone carita de víctima y a seguir mamando de las ubres del sufrido pueblo hispano.

Otrosí, el jueves supimos que los que se lo han estado llevando crudo trajinando con suelo y ladrillos, ahora huyen con los euros fuera de España. Casi 100.000 son los millones que se esfumaron por miedo a lo que va a quedar de una Spain —trúa púants— que se hunde en la podre sin que el Gobierno de Mariano se atreva a entalegar a unos cuantos —con mil doscientos bastaría— de los que se hicieron con el chiringuito de las cajas, las hundieron y ahora pretenden que olvidemos y paguemos de nuestros bolsillos, un poner, sus créditos personales al 1%, los boquetes donde metían a sus parientes, aquellas publicaciones horribles a mayor gloria del amiguete o aquellos viajes a tutiplén que se marcaron por Venecia, Túnez, Irlanda, cuando entonces: recuerda: cuando se creían los dueños del mundo y nos restregaban sus puestos de consejeros: altísimos: Bankia, Bancaja, Caixa Catalunya, Caja Castilla La Mancha… mejor no seguimos. ¿Y se van a ir de rositas? Seguro. No lo dudes. Quienes han echado tripa a costa de la ruina general no van a devolver ni un puto duro.

Esto es el fin de un ciclo que comenzó con el Tratado de Mastrique: ¿alguien se acuerda ya?: un juego de artificio por el cual Alemania y Francia se adueñaban de Europa. La sabia Inglaterra siguió con su libra gibraltareña y no le fue mal. Sin embargo, nosotros, los que corrimos a gorrazos a Anguita por oponerse al Tratado, aquí estamos, viendo cómo arde el decorado y amén al futuro de varias generaciones. No importa. El que venga detrás que plante olivos.

Si yo tuviera veinte o veinticinco años, si yo estuviera en paro con tres idiomas, un máster y dos carreras, si hubiera visto cómo el banco embargaba la casa de mis padres, si ya todo me diera igual, tan igual que hasta no sintiera náuseas ante excesos como los 2.200 euros —netos— que se levanta cierto alcalde de los de 165 vecinos o los más de 50.000 por año de la alcaldesa de cierta ciudad… Si yo tuviera lo que hay que tener, me echaba al monte, pillaba cacho a las puertas del Banco de España y de allí no me movían ni con un tanque de la Brunete.

Tal vez haya llegado el momento de recordar a nuestros hijos que sí, que gracias por esforzarse en los estudios y darnos la alegría de sus conocimientos, pero que ahora tienen la obligación de tirarse a la calle para defender lo que es suyo, y ya de paso a nosotros, aunque sólo sea porque se lo dimos todo o para que dentro de cincuenta años, cuando nosotros seamos una foto en la mesilla, no se avergüencen por lo que debieron hacer y no hicieron. ¡Échense a la calle, carajo! Y no se fíen de nadie. Lean poesía. A Neruda. A Hernández. A Baudelaire. Y nunca a Rilke. Lean y llenen sus bolsillos de adoquines. Hagan de David. Nosotros nos hemos cargado el tinglado y ustedes, cosas del relevo, deberán cambiarlo. Pasen de todos, exijan, desconecten el móvil, no permitan que les señalen sueldos de hambre y no se fíen ni derechas ni de izquierdas ni de medianeros: tírense a la calle y reclamen su futuro, porque ni la Merkel, ni Obama, ni Hollande ni Mariano ni Alfredo ni como se llame el que coño mande en la China van a hacer nada por ustedes. Tírense a la calle, monten otro 15-M sin topos ni manipuladores y no vuelvan a casa sin la cabellera de un ladrón de la Gran Banca: hasta que no consigan lo que es suyo por el mero hecho de haber nacido.

Después, honren la memoria de Alexandros, el pensionista que se suicidó en un parque de Atenas. Junto al cadáver había una nota: «La Policía no me conoce. Nunca he tocado la bebida en mi vida. Nunca he comprado mujeres ni drogas y nunca he estado en una cafetería. Sólo trabajé todo el día. Pero cometí un crimen horrendo: me hice profesional a los 40 años y me hundí en las deudas. Ahora soy un idiota de 61 años y tengo que pagar. Espero que mis nietos no nazcan en Grecia, ya que no habrá griegos a partir de ahora». Ustedes mismos. Elijan: Dívar, Alexandros o la piedra de David.


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