Opinión

Quicio (Pedro Enrique Santos Buendía)

Es el larguero que hacía de eje de giro en las puertas antiguas. Terminaba en los gorrones, cabezas cilíndricas normalmente forradas de hierro que se encastraban, arriba y abajo, en las ranguas o quicialeras.

Hoy todas las puertas se sujetan y giran gracias a bisagras o goznes que se fijan al marco por el quicial, el quicio moderno, que debe estar bien aplomado y fijado a la jamba y ser lo suficientemente robusto para asegurar la puerta y permitirle un movimiento suave y ajustado.

Cuando una puerta no giraba bien o se caía es porque se había desquiciado, (se había salido de su sitio bien por deterioro de los gorrones o por movimientos de las quicialeras). Ese término ha ampliado su significación con el paso del tiempo aplicándose a todo aquello que no funciona bien, especialmente se refiere a las personas u organismos que han perdido su equilibrio mental u organizativo. Alguien está desquiciado cuando no rige bien, cuando va dando tumbos, da pasos adelante y atrás, hace y deshace, cuando ha perdido el rumbo y se encuentra desnortado.

Lamento tener que repetirlo tantas veces pero es el problema que más aparece en lo que entendemos como Clase Política. Se hacen las cosas sin ton ni son, o al menos esa es la impresión que producen las actuaciones de cualquiera de las Administraciones a las que nos encontramos sometidos. Y digo sometidos porque ese es el régimen de gobierno que padecemos y que esa misma clase política nos vende como democracia. Es una democracia sin demócratas porque al pueblo ni se le consulta ni se le obedece, solo se le utiliza para ganar la elección del momento, callándolo mediante la emisión de promesas de todo tipo que jamás se cumplirán. Promesas de esa Clase que, por su propia existencia, demuestra la falsedad de llamar Democracia al sistema político por el que nos regimos. La política no es ya un servicio, se ha vuelto una profesión. Y rentable.

Un ejemplo de este desquiciamiento a nivel local lo hemos tenido estos días con la convocatoria de un concurso para un equipamiento público que rozaba lo estrambótico, por no decir algo menos fino, y movido por unas prisas injustificables reñidas con el buen hacer. Ha quedado suspendido por ahora y la suspensión se ha hecho pública con un Decreto, supuestamente escrito en español pero cumpliendo muy pocas de las reglas gramaticales y sintácticas de esta lengua. Esto es una práctica inadmisible para cualquier administración, pero mucho menos para una que quiere conseguir la declaración de Patrimonio de la Humanidad para su pueblo, (o será matrimonio de la umanidad).

Otro, las interminables y poco justificables obras en tiempos tan difíciles, que se han heredado del caído dios local y que tienen todo el centro bloqueado sine die siguiendo su desquiciado curso hacia la ruína total de todos.

Son solo dos ejemplos evidentes a nivel local y no continúo con otros para que no me sigan tachando de justiciero insufrible o mosca cojonera, que, casi con seguridad, es la definición más generalizada de mi persona que hace la Clase.

A nivel nacional el desquiciamiento es realmente glorioso: Golpe de Estado del 11 M sin investigar todavía ocho años después y tapado por el que perdió y por su beneficiario. Corrupción generalizada de la Clase andaluza, insoportable pero muy alegre y salerosa. Regiones donde se promociona y subvenciona la persecución del español. Catetos terroristas en los órganos legislativos a todos los niveles. Huelguistas profesionales y de vocación subvencionados por las arcas públicas. Protestas porque la educación no tenga calefactor en lugar de por escasa, sectaria y paupérrima. Jueces delincuentes defendidos por sus potenciales víctimas. Política callejera, de ocupación, vocerío y masas, en lugar de parlamentaria y razonada. Promesas, otras promesas y más promesas que  se vuelven incumplimientos desvergonzados.

Todos juntos, por favor: ¡Mi reino por un buen quicio!


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