Opinión

Fuego, elecciones y más paro (Ángel Azabal)

Que la cosa está que arde se sabe sin necesidad de ir al oráculo de Sanrajoy: chuletón de Ávila, puro canario, siesta celiana, pijama y a esperar que escampe.

Arden las cimas del Genal: 750 hectáreas. Puro invierno. Polémicas. Que si Diputación se extralimitó al dar 800.000 euros para reforestar el quemado. Con un par… Que si es la Junta la que debe gestionar el desastre. Que si Bendodo, don Elías, anda a la caza del voto serrano. Dos cosas son ciertas. Una: podencos o galgos, al final los que pierden son los conejos, los sapillos, las humildes abubillas y los recolectores de setas. Dos: cuando el monte arde con tal facilidad, y en febrero, es que alguien no hizo su trabajo: ¿se limpió el matorral, se asearon las cunetas, se abrieron cortafuegos? ¿No? Pues eso, menos polémica y más coordinación: en zonas como el Genal los retenes deberían estar operativos veinticuatro horas de veinticuatro todo el año. Premio a los bomberos, sea cual sea el color de la chupa. Y a ver si pillan al descuidero.

Arden también las sedes de los sindicatos ante una reforma laboral que devuelve a los proletas a principios del XX, recuerda, ya sabes, cuando el señorito montaba jaca pinturera hasta la plaza del pueblo: trota entre el personal parado, remira los dientes —como en la Martinica, vaya— y señala filiaciones políticas hasta elegir a éste o aquél para echar un mes de siega en alguna de las fincas que entonces se mantenían a golpe de fiebre y que ahora se costean a fuerza de subvención. Todo vuelve. Te diré.

La mentalidad empresarial nos llegó con dos siglos de retraso, cuando ya había prendido en países de raíz protestante, las Inglaterras, Alemania, EEUU, la Suiza de Calvino, y por ahí. En España pareciera que nos quedáramos en el colmado: dos aprendices, el patrón y sobre en mano. Sin embargo, también hay empresarios puritita casta, bravos, dialogantes, y se agradece: al menos se duelen cuando tienen que poner en la calle a unos trabajadores con los que mantienen relaciones casi familiares. Hablamos de las PYMES, no de los zumbazumba de la CEOE, que esos son otra cosa más tipo Alien. ¿De qué se ríen los colegas de Rosell y por qué jalean una reforma retrógrada y castradora de derechos, por qué aplauden con las orejas un decreto que finiquita las bien ganadas seguridades de los proletas de ayer, de hoy y de siempre? Aplauden porque es una reforma hecha por y para ellos, redactada al margen del obrero. Bien mirado, la única protección que tenía el trabajador eran los cuarenta y cinco días por año trabajado en caso de despido. Bajarlo a veinte… y ya veremos en qué queda la cosa, no es que lo abarate, es que da barra libre para que cada cual haga lo que le salga de las ingles.

O sea, mon frère Arenas, que con la reforma del PP los currantes quedan como estaban en Olvera por los años veinte del siglo XX, o casi, cuando un ciento de apellidos se repartía el setenta por ciento de Andalucía. ¡Joder, señora Báñez, joder con las reformas “indoloras”! ¿Tendría razón el exalcalde de Getafe cuando dijo que no hay tonto más grande que el obrero que vota derecha? Vaya usted a saber, don Mariano, que diría Cela antes de echarse la siesta. Votaron a Rajoy como pudieron votar a san Pancracio en la esperanza de que no mermarían sus derechos y bueno, en fin, qué quiere usted que le diga, que no es que se hayan cercenado, es que hemos regresado al Fuero del Trabajo y a los gremios del medievo.

Ahora ya sabemos que para la derecha los únicos culpables de la crisis son los trabajadores. Una derecha que no reconoce que el barullo económico abrirá telediarios hasta que los puretas de la UE recuperen el poder que rindieron a la banca, porque fueron ellos, los Sarkozy y los Berlusconi, de la Merkel no te cuento, los que montaron este guirigay a beneficio de cinco listos y una cuerda de gobernantes ineptos. Los listos se inventaron una crisis que empieza y acaba en el muelle de Puerto Banús; los gobiernos de Europa van de panolis y en vez de embridar a las agencias de calificación —¿y eso qué es?— más se doblegan ante unos tocomochos financieros que no sabemos de qué van ni en cuánto quedan, pero que no veas cómo cabrean al personal. De Atenas a Madrid tres horas y media de vuelo.


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