Opinión

La imaginación al poder (Antonio Sánchez Martín)

Aunque hayan pasado más de 40 años “La imaginación al poder” sigue siendo una de esas frases mágicas que consiguen transmitir y evocar mucho con muy pocas palabras. Buena parte de los logros sociales de los que hoy gozamos fueron un día vistos como utópicos por el “status quo” del momento, por el simple hecho de ser soñados y reclamados desde los sectores sociales más contestatarios del momento. El slogan, repetido hasta la saciedad en las famosas pintadas de las paredes universitarias, acabó traspasando fronteras para convertirse en un “grito de guerra” de los movimientos juveniles que proliferaron por medio mundo a finales de los 60, cobrando un significado simbólico.

Y es que la frase reflejaba –y refleja-, ese “cambio social cualitativo” necesario para pasar de una sociedad obsesionada por “tener” a otra más preocupada por el “ser”; así como el cambio psicológico necesario para liberar al individuo de todas las formas de represión y dominio a las que se ve sometido en las sociedades avanzadas. El slogan supone una apuesta por la creatividad personal como instrumento de transformación social y tiene mucho que ver con la frase de Punset, cuando señala que la revolución pendiente del siglo XXI es la revolución del cerebro y sus capacidades latentes.

Las protestas iniciales de los manifestantes del movimiento 15-M (-hoy lamentablemente próximas al radicalismo-) tienen la misma raíz contracultural y exigen un esfuerzo por “repensar”, desde un punto de vista humanista, todos los aspectos y valores establecidos en la sociedad occidental, buscando fórmulas alternativas de vivir, producir y consumir. Para todo ello resulta básica la imaginación y el rechazo de la falsa idea de que el “bienestar”  sólo procede del estado.

Por eso causa una pobre impresión ver que el discurso de Europa frente a la crisis se resume en “no invertir y en recortar el estado del bienestar porque no tenemos dinero para pagarlo”, contrario al del presidente norteamericano, Barack Obama, que apuesta por la inversión pública como mecanismo para dinamizar la economía y el empleo en épocas de crisis. Prueba de lo que digo son las tristes y poco “imaginativas” declaraciones del nuevo presidente extremeño, Jose Antonio Morago (PP), quien días atrás afirmaba que “aunque una carretera sea necesaria no se hará si no hay dinero para pagarla”.

Las palabras de Morago constituyen, a mi juicio, un enorme error, y posiblemente un paso en la dirección contraria para salir de la crisis. “Sin infraestructuras no hay desarrollo”, y pongo por ejemplo a Ciudad Real, por donde desde 1992 pasa el AVE, lo que le permitió “conectarse” a Madrid en apenas una hora y convertirse en una ciudad “periférica” de la capital de España. Lo demás vino por añadidura, y hoy presume de tener uno de los pocos campus universitarios actualmente en expansión, con miles de estudiantes que alquilan pisos y consumen en la ciudad.

Renunciar a la inversión pública contribuye además a acrecentar las desigualdades sociales entre las zonas menos desarrolladas (-caso de Ronda-) y las más pobladas. ¿Por qué si todos los ciudadanos tenemos los mismos derechos en cualquier territorio del Estado (-Art. 139 de la Carta Magna-), debemos renunciar a ello?. Gobernar en tiempos de crisis exige racionalizar el gasto y optimizar los recursos, pero no renunciar a “invertir” en el desarrollo a través de la construcción de infraestructuras como autovías, líneas de alta velocidad y otras similares.

En épocas de crisis como la que vivimos, y cuando nos acercamos a los cinco millones de parados, es más necesaria que nunca la “imaginación” para idear y ensayar fórmulas alternativas de desarrollo; algo que se me antoja casi imposible con el actual elenco de políticos que nos rodea. Ni los que están, ni los que probablemente nos gobernarán en breve, son conscientes de ello, y caen una y otra vez en los mismos errores: Gobernar desde partidos que exigen “obediencia militar” y penalizan las iniciativas políticas personales si no proceden directamente de la cúpula dirigente.

La imaginación es una cualidad innata en los jóvenes, pero no es cuestión sólo de cambiar a los oxidados dirigentes políticos de 60 años por dos de treinta, si esos nuevos jóvenes renuncian a su propia iniciativa y dinamismo y se limitan a controlar el partido como aprendieron de sus predecesores. No hay cosa más triste que ver a unos jóvenes, pletóricos de preparación y cualidades, rendirse ante el poder establecido por tal de medrar y hacer carrera política, como sucede habitualmente .

Otro dato: En España hay exactamente 1268 parlamentarios autonómicos repartidos entre las diecisiete autonomías, Ceuta y Melilla, lo que supone una media de 66 diputados por cada una. Sólo en Andalucía tenemos 109 parlamentarios, 135 en Catalunya y 129 en Madrid, cifras que casi duplican la media nacional, con su correspondiente gasto suntuario de coches oficiales, secretarios particulares, teléfonos, dietas y los innumerables etcéteras que generan. Sobran la mitad si, -como digo-, su papel se resume en acatar la voluntad del partido a la hora de votar en el parlamento; y sobraría también el Senado mientras existan los parlamentos autonómicos, como parece lógico que así sea.

La imaginación es necesaria, además, para no abandonar el impulso utópico, que partiendo de la constatación de que “otro mundo es posible”, nos impulsa hacia la búsqueda de un horizonte deseable, por muy lejano que hoy nos parezca. Alejando Jodorowsky suele repetir aquello de que “yo no puedo cambiar el mundo, pero puedo empezar a cambiarlo”. No en vano el himno musical de aquel movimiento contracultural que supuso el Mayo francés del 68, era una hermosa canción de John Lennon titulada, -como no-, Imagine. (Artículo escrito con la colaboración de Luis Ruiz Aja).


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