Opinión

Un Euro, por favor (Manuel Ramírez Troyano)

El señor P salía de su casa una mañana cualquiera de un día cualquiera. No había cruzado dos calles cuando se le acerca una cara conocida que le para y saluda:

– Hola, ¿Se acuerda de mí?

– Sí, claro, eres el fontanero que montó la instalación de agua en mi casa

– Observo que está recién duchado

– Acabo de hacerlo

– Pues entonces me debe un euro, por favor

-¿Un euro? ¿Por qué?

– Propiedad intelectual, ya sabe

– ¿No pagué a su empresa a la finalización del trabajo?, ¿Le pagaron a usted?

– Sí, a mi me pagaron, pero yo fui el creador y el responsable de que su instalación de agua funcione. La empresa no es más que la parte mercantil de este negocio, y para que yo pueda seguir creando instalaciones necesito vivir de las anteriores. No querrá usted poner en peligro las futuras instalaciones de agua ¿no?, ¿Sabe usted cuanta gente se quedará sin agua caliente en sus hogares si usted no paga?

Bueno, al fin y al cabo un euro no suponía mucho. Después dirigió sus pasos hacia una pequeña cuchillería y eligió un esplendido cuchillo cebollero, pues tanto ver a Arguiñano cortar cebolla mirando a cámara sentía envidia.

– ¿Se cobra el cuchillo?

– Son 12 euros por el cuchillo y cuatro por el canon de la SGAE

– ¿Qué tienen que ver los autores con los cuchillos?

– No son los autores, es la Sociedad General de Asesinos de España. ¿Quién sabe para que utilizará usted el cuchillo? Cobran a todo el mundo, así se aseguran que los asesinos al menos han pagado el canon.

-Luego, todos somos culpables hasta que no se demuestre lo contrario.

-Efectivamente.

Tras comprar la prensa, una cafetería medio vacía parecía el mejor sitio para romper el ayuno matutino y ojear lo acontecido el día anterior.

– Perdone, veo que lee el periódico

– Así es, soy un asiduo

– Pues entonces me debe un euro, por favor

– A usted también, y ¿por qué?

– Lee, ergo sabe, algún maestro le enseñó

– Don Evaristo fue. El mes pasado, por cierto, asistí a su incineración. Pero usted nada tiene que ver con él.

– Pertenezco a La Sociedad General de Maestros de España. Sociedad privada reconocida legalmente, dedicada a la gestión de los derechos de autor de sus socios. Los legítimos herederos de Don Evaristo esperan los ingresos por la propiedad intelectual del trabajo de su padre.

Otro euro más; la mañana comenzaba a resultar un poco cara. Tras pedir un café doble, P se acerca al expositor de pasteles y señala un hojaldre al camarero. A su vuelta a la mesa una voz conocida:

– Hola señor P

– Hola doctor, ¿como usted por aquí?

-Veo que camina muy bien, su rodilla parece estable, la operación de menisco funcionó.

– Incluso he vuelto a jugar a baloncesto.

– Pues entonces, un euro por favor.

– Pero, ¿la sanidad no es pública?, ¿No cobra usted de los impuestos de todos?

– Mi pericia con el artroscopio fue decisiva para la solución de su problema, y sin mi dedicación profesional durante años usted no andaría ahora. Págueme el café y en paz. Por cierto, el enfermero circulante que estaba de turno el día de su intervención está a punto de llegar, prepare otro euro.

Por fin, el café y tranquilidad, un café que bosaba la taza, un par de sorbos y sitio para mojar el hojaldre.

– Disculpe, veo que conoce el principio de Arquímedes, ya sabe, aquello del liquido que se desplaza con la introducción de un cuerpo.

– ¿Usted también quiere un euro?

– Si, represento a la Sociedad General de Inventores y Descubridores.

– Pero Arquímedes vivió doscientos años antes de Cristo, no puede tener herederos.

– ¿También sabe de historia?

– No por favor, he dicho la fecha al azar. ¿Me podría decir en qué utilizan el dinero que cobran por tan antiguo descubrimiento?

– Estamos construyendo un palacio en el centro de Madrid, que servirá para gestionar los derechos de todos los inventores y descubridores, además de pagar los altos salarios de los dirigentes de la Sociedad que tanto velan por la ciencia de este país.

Resuelto el tema, vuelta al café, al hojaldre y al periódico.

-Hola P, qué, leyendo la prensa.

Coño, el óptico, las gafas progresivas.

-Ahí tienes el euro y déjame desayunar.

– P tranquilo, yo no quiero un euro, a mi me debes 18,25

Contado mentalmente hasta diez, P espeta al óptico.

-¿18 euros?

– La lectura de un periódico diario durante los últimos cinco años, a céntimo, tarifa reducida, suma esa cifra. Las horas de televisión no se cobran, estamos de oferta. Reconoce que le has sacado mucho provecho a las gafas que te vendí, no te quejes, sale barato.

Con el café ya frío, sin leer el periódico y tras masticar un hojaldre seco por no poder mojarlo, el señor P emprendió camino hacia el verdadero objetivo de su salida de casa esa mañana: visita al INEM. En la puerta una atenta señorita puso en sus manos una cuartilla satinada, impresa en bellos colores que decía: “LA REPUBLICA SINDE-PENDIENTE DE ESPAÑA le comunica que este será el último mes que cobre la ayuda de 428 euros, sentimos las molestias”.


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