Opinión

La sonrisa de Falele (Andrés Rodríguez González)

Aquellas personas que me conocen, entre otros, algunos de mis alumnos, saben de mi afición por las “Frases”. En la pizarra de mi aula inicio mi semana de trabajo educativo,  siempre con alguna frase positiva; me ayuda a modo de inicio, sirve para crear un buen ambiente de trabajo y quiero creer que hace pensar a quien va dirigida: mis alumnos.

El otro día capturé una que me llamó poderosamente la atención. Parecía premoritoria, de inmediato que la escribí, la borre sin saber la razón. Ahora ya me he dado cuenta. La frase tenía dueño y destino: estaba escrita para Falele y el destino, ser publicada en estas líneas. Escribí algo parecido a “Cuando naces, lloras y los demás sonríen, vive la vida de forma que cuando mueras, tu sonrías por la felicidad que has dado y los demás lloren por haberte perdido. Sin duda,  esa frase era para él, Falele  forma parte de un grupo de personas a las que siempre asocio en el recuerdo con  su sonrisa.

Sonreía cuando, con sus hermanos y padres llegaba a la soledad  de Los Pinos en verano, de inmediato llegaba a mi casa, situada frente a la suya,  para pedir, con su cara de niño bueno y una sonrisa abierta, un inflador para las ruedas de la bici, que, lógico después del invierno, habían perdido el aire de las ruedas.

Falele y su familia eran el signo de que  el calor, la luz y la alegría  entraban en nuestras vidas de retiro casi monástico, de aldea abandonada. De su madre, sin duda, heredó la sonrisa que ya mantuvo toda su vida, también de ella son la paz y la tranquilidad que emitía, alrededor de la madre giraba toda la actividad familiar; sus hermanas y hermano, cordiales pero  prudentes y educados; su padre siempre correcto, amable, trabajador incansable. En pocas horas tenían la casa de verano en marcha, Falele era el encargado de venir a pedirnos las cuatro cosas que, por lógica irrefutable, se olvidan en los traslados. Siempre sonriendo, nunca le hubiéramos dicho que no a nada, era imposible siquiera pensarlo, como decir que no a alguien que te pedía las cosas con aquella sonrisa amplia, amable, limpia, sin ironía, ni muecas ni estridencias que la desvirtuaran. Luego, a lo largo del verano, sus visitas eran continuas, su sonrisa constante, hasta cuando venía, justo antes de la feria, a despedirse hasta el próximo verano.

El tiempo y los años son los que mandan en nosotros, organizan las vidas y nos llevan en la dirección que quieren. Y los niños de La Bomba crecieron, los veranos se llenaron de luz de nuevo, pero sin ellos. La casa fue alquilada y el encargado de que estuviera en orden, quizás fuera inevitable, era  Falele. De nuevo, ahora por otras necesidades ya de adultos, siempre que venía por Los Pinos, se llegaba a casa, unas veces le hacía falta un destornillador, una información sobre la Comunidad, una llave grifa o simplemente nada que justificara la inevitable visita, siempre con la misma sonrisa amplia de cuando era niño.

Su sonrisa era el reflejo de su carácter y personalidad:  feliz, alegre, cariñoso, siempre positivo, abierto, en paz consigo mismo, de mente limpia, generoso, humano, buena persona, valiente en la vida y luchador hasta su último momento. Sin duda sus creencias religiosas le ayudaron en su larga y dura lucha por vivir. Su recuerdo, en forma de su sonrisa, nos ayuda a los que aquí aún estamos.

La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.  La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.


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