Opinión

¿Quién tira la primera piedra? (Antonio Sánchez Martín)

Confieso que en un primer momento sentí estupor cuando vi a Miguel Angel Moratinos, nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, ataviado en Irak con capa y el turbante iraquí. El estupor me duró apenas el tiempo preciso para entender que es señal de aprecio y educación mostrar respeto hacia los rasgos culturales del país que visitas; sobre todo si éste, como en el caso de Moratinos, te ofrece esas prendas como reconocimiento de tu labor. En otras ocasiones, recuerdo imágenes de nuestros Reyes descalzándose a la entrada de las mezquitas que visitaban en sus viajes oficiales por países musulmanes, o incluso al mismo Papa actuando de igual modo en semejantes circunstancias.

El turbante de Miguel Ángel Moratinos reabre una vez más el debate sobre si nuestra sociedad debe permitir que las mujeres islámicas afincadas en Europa vistan el burka como signo de su cultura, -prenda que algunos ayuntamientos comienzan a prohibir que se luzca por sus calles, espacios y edificios públicos-. En un principio podría pensarse que en un país aconfesional, como España, no hay impedimento para ello, incluso cuando la prenda, que oculta por completo a la mujer, tiene en un origen fundamentalmente religioso y es una muestra de sumisión de la mujer hacia el marido. Tal vez sean sólo una minoría las residentes musulmanas que insisten en vestir públicamente el velo integral islámico, pero una sola basta para suscitar el debate sobre la “violencia de imagen” que genera esta prenda y el menosprecio que supone para la mujer en la cultura occidental, donde se equiparan por igual los derechos de hombres y mujeres.

Los musulmanes afincados en Europa vinieron principalmente por motivos económicos, buscando una prosperidad que su propio país les negaba y les impedía mantener con dignidad a sus familias. Conociendo la opinión mayoritaria de los ciudadanos europeos, no creo que sea precisamente una señal de respeto hacia ellos insistir en su derecho a vestir una prenda que ninguna mujer occidental consentiría en que se le impusiera. Tal vez sus “reivindicaciónes” deberían dirigirse hacia las autoridades de sus países para que promovieran la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, desterraran la dictadura de sus regimenes dictatoriales y demandaran la democracia como sistema de autogobierno.

El burka es una muestra más de cómo la religión es usada a menudo como instrumento para atemorizar y someter a la población. Puedo afirmar con rotundidad que lo menos preocupa al Dios de los cristianos y de los islamitas es cómo visten sus mujeres. Con seguridad la principal preocupación del Dios de los creyentes, -de todos los creyentes-, es el intolerable desprecio que determinadas religiones hacen de la vida de las personas cuando pretenden “conducir” su fe mediante una religión de muerte que envenena desde la raíz la convivencia y el progreso de las sociedades islámicas.

No se trata de debatir sobre si una cultura es superior o más avanzada que la otra. No existe discusión posible cuando en una de ellas persiste la pena de muerte, que para mayor agravio se impone frecuentemente mediante la arbitrariedad de sistemas judiciales que no garantizan una mínimas garantías de defensa para los imputados. Por muy condenable que sea el adulterio, (incluso es moralmente repudiado en la cultura occidental), no deja de ser una aberración que en un país islámico una mujer pueda ser condenada a muerte por ello; y lo que es absolutamente inadmisible es que se pretenda ejercer esa sentencia mediante su lapidación.

Actualmente, en la República Islámica de Irán hay cinco mujeres en el “corredor de la muerte”, condenadas a ser lapidadas por adulterio. Para una de ellas, Sakineh Hastían, el tribunal le ha suspendido “temporalemente” la ejecución de la sentencia por las presiones internacionales ejercidas. Les dejo con el artículo del diario El País, donde se describen los atávicos “fundamentos” de las leyes iraníes para dictar este tipo de condenas.

“El proceso de lapidación está descrito con toda frialdad en los artículos 98 al 107 del Código Penal iraní. En primer lugar, se entierra en un agujero al condenado, “hasta la cintura” si es un hombre y “hasta por encima de los senos” en el caso de las mujeres, según estipula el artículo 102. Parece evidente que es más fácil escapar del agujero en el primer caso, extremo que garantiza el perdón si no hubiera testigos (Art. 103). También se determina (Art. 104) que “las piedras no pueden ser tan grandes como para que maten a la víctima al primer o segundo golpe, pero tampoco tan pequeñas que no puedan ser llamadas piedras”.

Es una de las muertes más horribles que se pueda imaginar Despacio y sin piedad, una a una, las piedras van golpeando la parte superior del cuerpo, magullándolo, lacerándolo, hasta que la acumulación de heridas acaba con la vida del reo. En el caso de que la condena haya sido fruto de la confesión, como se pretende en el caso de Sakineh Ashtiani, el juez tiene la responsabilidad de arrojar la primera piedra. Si hubiera testigos, serían estos quienes tendrían ese dudoso honor; a continuación, vendría el juez y el resto de los presentes en la ejecución, que por ley no pueden ser menos de tres.

Dado que las lapidaciones son muy polémicas, suelen celebrarse a puerta cerrada y es por tanto difícil saber qué tipo de personas acceden a participar en un castigo tan cruel. Hay que tener mucho estómago para aguantar la lenta agonía que garantiza el goteo de piedras hasta que las hemorragias o la fractura del cráneo causan la muerte. La película La Lapidación de Soraya M., basada en el libro del mismo título de Freidoune Sahebjam, permite acercarse a ese horror”.

Culturalmente, España y sus gentes han sido desde siglos un país de acogida. Sea bienvenido cualquier inmigrante y su familia si viene a trabajar, pero tengan presente que vivir en nuestro país implica “convivir” con todos nosotros. Por favor, no vengan con fundamentalismos, ni traten de imponer sus agravios de géneros ni sus crueldades; ni las físicas que permiten azotar a sus esposas, ni las estéticas que les permite impone un burka como señal de sumisión hacia el marido. Los que deseen firmar contra la lapidación de Sakineh Hastían, pueden hacerlo a través de la página de Amnistía Internacional: http://www.es.amnesty.org/actua/acciones/iran-lapidacion-mujer/


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