Opinión

Zapatero, váyase (Antonio Sánchez Martín)

La economía española pierde crédito. Esta semana, una agencia de valoración de riesgos financieros ha rebajado un grado la calificación de la deuda pública española, lo que equivale ante los inversores internacionales a rebajar la garantía de pago, a diez años vista, de los bonos de deuda con los que el estado financia el gasto público, que es tanto como decir la sanidad, la educación, las inversiones y las pensiones, entre otras cuestiones principales. Por su parte, el catedrático de Economía, Luis Garicano, advirtió que esa pérdida de confianza podría disparar la tasa de paro al 30%.

Desde que en el verano del 2007 comenzara la crisis con el asunto de las hipotecas basura en EE.UU., la situación en nuestro país, lejos de mejorar, empeora por días. Por entonces, a pocos meses de las últimas elecciones generales que mantuvieron a Zapatero en la Moncloa, los socialistas, con su presidente y el entonces ministro de Economía, Pedro Solbes, a la cabeza, negaban la mayor y cómo mucho hablaban de una “suave desaceleración” de nuestra economía,  y afirmaban que España cerraría el ejercicio 2008 con un crecimiento económico cercano al 3 %.

En los debates de la campaña electoral se tachó de alarmista al entonces portavoz económico de los populares, Luis Pizarro, por afirmar que el desempleo podría superar en nuestro país los cuatro millones de parados. Los dirigentes socialistas insistían en que se trataba simplemente de una “crisis financiera” que afectaba sólo a bancos norteamericanos y no a la economía mundial. Pasaron los meses y la crisis saltó el Atlántico, contagió a Europa y se convirtió en una crisis social cuyas dramáticas consecuencias hoy conocemos y sufrimos todos.

Desde entonces, los españoles hemos asistido a una retahíla de “simplezas” y eufemismos sin sentido que han mostrado la cara más ridícula del Presidente del Gobierno y la incapacidad de sus colaboradores para sacar al país de una crisis que, pese a ser de calado internacional, ellos han agravado con su ineptitud. Durante estos tres años se han dicho muchas tonterías: Que si España jugaba en la Champions League de la economía internacional, que si el PIB de nuestro país había superado al de Italia y pronto superaría también a Francia, que si ya se apreciaban “brotes verdes” en la maltrecha economía española, o que si las previsiones del gobierno no contemplaban que la tasa de desempleo llegara al 20 % (cifra ya rebasada), ni a cuatro millones de parados (cuando hoy son casi cinco millones).

Hasta el  mismo Pedro Solbes abandonó el barco de la economía nacional hace ya más de un año, incapaz de ponerle remedio a una situación que, lejos de mejorar, empeoraba por días; entre otras razones por la errónea y desquiciante actitud del propio Zapatero, que dejaba en evidencia las contradicciones que existen entre una gestión seria y responsable en tiempos de crisis y el populismo desbordado del que hace gala ZP.

Reiteradamente se realizan desde la Presidencia del Gobierno declaraciones que pretender mantener, sin conseguirlo, el optimismo de los ciudadanos. Que si ya hemos tocado fondo, que si la recuperación es inminente… pero la realidad es tozuda y en España lo único que crece a diario es el número de parados, que lo hace de forma imparable, y ya son más de un millón los hogares españoles donde todos sus miembros en edad de trabajar se encuentran en el paro.

El panorama en la calle es desolador: cunde el desánimo y la preocupación, sobre todo porque se percibe la incapacidad de nuestros gobernantes para sacarnos de la crisis. La gente ya no se cree más mentiras. Los sindicatos tampoco hacen nada para no precipitar la caída del gobierno y con ella la suya. Jamás los trabajadores estuvieron peor defendidos por sus representantes sindicales. Y para que la desesperanza sea completa, encima te dicen que “esto lo arreglamos entre todos” (porque ellos, o no saben, o no pueden).

Mientras, en el gobierno, a duras penas logran sacar adelante los presupuestos generales del estado pactando con partidos nacionalistas que arrancan concesiones millonarias que luego pagaremos entre el resto de españoles. Se desvía la atención ciudadana con leyes como la del Aborto o la Memoria Histórica, la violencia juvenil y la conveniencia o no de rebajar la edad penal, el debate de los crucifijos en las escuelas públicas, o si las niñas musulmanas pueden ir con velo islámico al colegio. Todo ello aderezado con estúpidas actuaciones de algunos de sus ministros y ministras.

Memeces memorables, como las de Bibiana Aído, cuyas hilarantes declaraciones sobre los “miembros y las miembras” aún resuenan en el Congreso de los Diputados y sirvieron para desviar la atención pública durante unos meses. O las de Leire Pajín, anunciando un semestre de “repercusión planetaria” por la conjunción de Zapatero como presidente de turno de la Unión Europea, con el mandato de Barac Obama al frente del gobierno norteamericano. Y, últimamente, como sucedía en los últimos años del franquismo, se retransmiten a diario partidos de fútbol y corridas de toros para entretener al personal y desviar, en la medida de lo posible, la charla del café de media mañana; un café, por cierto, que ni siquiera sabe cuánto cuesta el propio presidente Zapatero.

La pérdida de confianza en la economía española demuestra que ya nadie, ni dentro ni fuera de España, se cree las mentiras del gobierno. El problema es que esa falta de credibilidad no repercute sólo en Zapatero y en el partido socialista; el problema es que amenaza directamente el bienestar de todos los españoles, porque la falta de confianza de las instituciones económicas internaciones abre la puerta a una especulación que obligará a nuestro país a pagar más intereses para que los inversores extranjeros sigan comprando deuda pública española, lo que a diez años vista supondrá una limitación de los recursos económicos de quienes entonces gobiernen el país, y con ello los españoles veremos mermadas las prestaciones sociales que recibimos del estado. Señor Zapatero, por favor váyase; si en algo aprecia a este país.


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