Opinión

Ideas modernas de hace 60 años

Manuel Giménez.

Cuando conoces a una persona de otro país es como si jugaras a dar vueltas hasta marearte, siempre terminas un poco aturdido. Te habla de sus costumbres y resulta que comen a las doce de la mañana y cenan a las cinco de la tarde, cuando a nosotros a esa hora somos perfectamente capaces de estar aún pidiendo los segundos platos.

Claro que todo depende del cristal con que se mire, porque nosotros tenemos todas las papeletas para aparecer ante sus ojos como auténticos perros verdes. No creo que se me olvide el momento en el que una buena amiga del Languedoc hacía fotos sin parar a la vitrina de una cafetería cualquiera del Paseo del Prado. Estaba absolutamente atónita de ver a un señor con la poca vergüenza de desayunarse un cruasán relleno de jamón serrano y tomate natural. Y eso porque a la buena francesa no le dio por meter la nariz en el carajillo que aquel hombre usaba como bajante del cruasán.

En el fondo, esto no deja de ser normal, aunque resulte curioso lo diferentes que podemos llegar a ser de nuestros vecinos más cercanos, que compran las mismas camisetas del Zara, con la misma moneda común.

Otras veces, la cosa no es sólo cuestión de distancias. Es como viajar en el tiempo. Suele pasar que los españoles salimos al espacio exterior (es decir, el espacio común) con la constante sensación de ser trogloditas que, garrota en mano, descubrimos un mundo futurista y perfecto. En Austria, el único impedimento para colarse en el metro es una línea pintada en el suelo que no puedes pasar sin adquirir el preceptivo billete.

Obviamente, no se conoce el caso de un español que haya pagado el transporte público alguna vez en el extranjero. La única mesa de un restaurante en Suiza en la que los comensales carcajean y gritan como si se fueran a matar… míralos, españoles. Que alguien se acuerda de la madre de los de las bicicletitas y el dichoso timbre, sin darse cuenta de que está caminando por el carril bici -y ya ves tú lo que le importa-. Español.

Sobre bicicletas y Madrid hablaba hace algunos días con una amiga holandesa que vive por aquí desde hace años, cansada de la sociedad de los tulipanes impecables en la que el camión de la basura pasa una vez cada 15 días, en la que te obligan a estar prácticamente en silencio en los restaurantes mientras el de la mesa de al lado tiene a su perro con el hocico casi encima del plato. Ahora, eso sí, el perro está calladito.

Porque estas son las contradicciones de los europeos modernos. En Holanda, un país a la cabeza del feminismo de cuarta ola – el llamado ciberfeminismo- se ha generalizado en las empresas la celebración de cursos de larga duración (superior a un año) sobre mujeres directivas.

Cuando me enteré de que en la oficina neerlandesa de mi despacho ya están proyectados estos cursos quise apuntarme sin dudarlo. Esta sociedad no puede continuar ni un minuto más padeciendo la miopía de prescindir de la mitad de la inteligencia de este mundo. Estos cursos ayudarán al hombre a vencer la inseguridad que le lleva en muchos casos a pensar que el Ser y la Nada es menos desde que existe el Segundo Sexo. Aprendamos a ser dirigidos por mujeres y que nadie les inocule a ellas el miedo a dirigir.

Pero no, para mi desilusión, este curso es sólo para mujeres. Y no se enseña al mundo que la mujer que dirige como mujer es una fuente que rebosa nuevas ideas y regeneración. En realidad, usan estos cursos para enseñarles a que manden como un hombre. Eso es, como auténticos hombres. Creer en la necesidad de una mujer ejerciendo su dirección en género masculino, no es más que afirmar la inferioridad de lo femenino.

Cursos organizados por mujeres directivas que no creen que otras mujeres sean capaces de mandar. Si Beauvoir hubiera conocido a estas fenómenas, seguro que habría incluido a la mujer-directivo en el libro con el que ridiculizó la idea de inferioridad de la mujer. Pero hace 60 años de eso.

Pues mira, aprovechando el 60 aniversario del nacimiento de El Segundo Sexo, alguien tendría que erradicar esas modernces retrógradas y eliminar los cursos, en honor a la mujer, precisamente.


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