Opinión

El Monigote

Francisco Javier García González.

La futura desaparición del grupo político más votado en las últimas elecciones municipales y la incorporación de sus miembros a distintas formaciones políticas, -extraño jeroglífico que nos dan así, sin más explicaciones ni otros perejiles-, no sólo hacen las delicias de los niños, el consuelo de los viejos y el recreo de los crédulos; también las cábalas de los futuros electores en las quinielas de tabernas de quien irá a tal formación y quién a tal cuál, aunque les cree al mismo tiempo de forma inconsciente la perplejidad –y estos son los riesgos del juego-, de cómo puede explicarse de forma natural toda esta milonga.

Pero si la generosidad nos hiciera considerar, sin escrúpulos, que a un partido político le son de aplicación los mismos criterios que a otro cualquiera, -una empresa, por ejemplo-, podríamos perfectamente deducir de nuestro razonamiento que los partidos seguirían los criterios de cualquier otro ente racional: a saber, que sus acciones persigan como fines la máxima rentabilidad para la organización, y el programarlos con los mínimos costes posibles, así como con los máximos beneficios. Éstos podían ser los criterios de optimización y eficacia con los que los responsables políticos dedicados a estas áreas, diseñarían las líneas de actuación política a la hora de adaptarlas a cualquier acontecimiento: unas próximas elecciones, una campaña determinada con un objetivo concreto o, en fin, incluso para los más acalorados y apasionados enfrentamientos dialécticos que pudieran cruzarse con otras formaciones a ver cuál de todas, pongamos por ejemplo, sería capaz de eliminar el cálculo renal, no sólo de los militantes que son designados por las bases –auténticos dedos índices de la democracia-, sin que para ello haya de importar el credo, la raza o religión que éstas células profesen, sino también con el resto de la población según sea ésta de ámbito local, regional o nacional.

Pero, a diferencia de estos otros entes racionales, los partidos no parecen querer estar sujetos al criterio de fidelización de clientes al que todas las empresas deben ajustarse de cara al mantenimiento de un mercado de futuro, ya que éstas formaciones han optado, de forma mucho más eficaz, astuta –y hasta diría yo económica para todos-, por el diseño de una nueva figura, que ya han lanzado al mercado, cuya perspicacia y perfil podíamos  perfectamente denominar- teniendo en cuenta la condición crítica que se le requiere y la forma plana e inarticulada de la figura que se pretende recortar sobre papel de fondo impreso –con una sola y entrañable palabra: EL MONIGOTE.

Y es que quien intente comprender los últimos movimientos que se quieren hacer colar en la actualidad política, difícilmente estará capacitado para comprender el significado, objetivos y estrategias nuevas diseñadas por éstas formaciones, a no ser que previamente de por sentados conceptos políticos tan innovadores como el que se acaba esquemáticamente de explicar, -aunque para decir la verdad, reconozco que me encuentro en el grueso del pelotón y que debo estar hecho sólo en dos dimensiones, porque aunque intentaré explicarlo, la verdad es que tampoco lo entiendo-.

Pero, en fin, veamos…el último recorte de figuras para electores de voto diario que se quiere hacer, -y la apuesta es también, como segunda utilidad, poderla aprovechar para colocarla en las espaldas de cándidos el día de los Santos Inocentes, por ejemplo- con lo que se conseguiría como efecto secundario una gran economía en el uso racional de los recursos naturales-, es la fagocitación ideológica de partidos políticos que, como estrellas avocadas al colapso gravitacional, tienden a desaparecer víctimas del despiadado desinterés que en todas las plazas de nuestra Comunidad han obtenido como injusto premio a una labor de desorientación y amalgama política que en el momento alguno ninguna otra opción ha sabido imprimir por los siglos de los siglos a sus programas; aunque en escasísimas localidades como la nuestra, por la mayor sensibilidad y el entusiasmo popular desplegado ante un fenómeno tan arrebatadoramente apasionante como las tradiciones populares, haya dado al traste con la línea general de sobriedad y exigencia política que ha parecido imponerse- quizá de forma insensata, como si los expertos en tradiciones populares fueran moco de pavo-, en el resto del ámbito de nuestra Comunidad Autónoma.

En definitiva, que la gestión política de “integrar-asumir-fagocitar” una fuerza política en otra, sin más explicaciones, pero incorporando y manteniendo el gran espíritu de la tradición a la más antigua usanza, no es una cuestión tan fácil como la populachera superstición hace de la imanten del pez grande comiéndose al chico la, facilota y burda figura no basada en tradición alguna que tenga su origen en ésta Comarca, según consta en los informes técnicos de consagrados expertos, sino en las febriles noches insomnes del calenturiento imaginario popular. En el lienzo actual de grandes pintores políticos de la Serranía (de los que aún no somos dignos de que entren en nuestra Casa) vemos que las escenas principales corresponden a grandes abrazos, más emotivos si caben que los que aparecen en el Cuadro de las Lanzas, y que se suspenden en la espero de quien espero desespera, trazados con las gruesas líneas de la cortesía pictórica y la técnica alveolista del “de eso nada, tío, que aquí somos los que somos”. Y pare usted de más explicaciones.

Recortados sobre papel periódico , de rectos trazos hecho el MONIGOTE, ni tiene por qué, ni posee grosor suficiente para que la conciencia o la cultura polícia le jueguen la mala pasada de tenerse que explicar cómo se come todos esto, porque como figura bidimensional, y aquí está la gracia y el gran acierto de la moderna ingeniería- también denominada por otros autores que estudian el caso “imaginería política de futuro”-, el MONIGOTE, decía, no tiene estómago con el que rumiar tanta “gloria in excelsis” con la que los analistas políticos de última generación , auténticos revientapelotas de los más modernos, más bellos y avanzados teoremas políticos, intentan confundir la apacible ceremonia de fusión que tiene como único rito de iniciación el solemne pronunciamiento de aquel conocido canto general que , con una visión política de futuro sin precedentes, decía “no te importa saber quién soy, ni de dónde vengo, ni hacia dónde voy….”

Y en definitiva, que lejos de aquellas ideas de fusiones a la que aluden los físicos en sus fastidiosso intento de complicarnos las vida, la ingeniería política andaluza ha sabido de forma pragmática optar por el tránsito de exposición al votante-elector más sencillo y democrático posible, consistente en la deconstrucción de este equívoco término para hacerlo mucho más asimilable al citado a las urnas, y así remontar sintéticamente de la forma más clara y distinta posible, la palabra “fusión2 a “fricción”, para poder derivarla de nuevo en “afición” y de ahí al mucho más practicable para la devota electomanía política de “ficción”, con lo que el lenguaje político contemporáneo en nuestra amada Comunidad se hace más matemático y yo obtengo así la prueba que desde un principio, y a pesar de mis temores al comienzo del artículo, estaba buscando, y concluir sin lugar a error y de forma completamente entendible –si es que esto es posible-


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