Opinión

Carta a un Príncipe

Francisco Javier García González.

El presente escrito fue hallado en las alforjas de un bandolero que atravesaba apresuradamente la Serranía por una zona de paso que bien le podía llevar a Ronda, y que fue abatido por los disparos de un grupo de migueletes, sin que se sepa con certeza quien pudiera ser la Dignidad al que iba dirigido, ni la fecha en que pudo ser redactado.

Sí parece que por causa del destino llegó a manos de éste fuera de la ley, quién lo llevaba plegado en un misal de incalculable valor y cuya posesión posiblemente fuese fruto de sus miserias. Obra antiquísima con cubiertas de fina pedrería que pretendidamente querría vender a la primera ocasión que se le ofreciera, muy probablemente desconocedor de su contenido y ajeno al mensaje que la misiva encerraba. Bien pudo ser que fuera arrancada a algún hacendado de aquellos que se llaman nuevos ricos, (si no es que era uno de éstos el abatido, a los que la ignorancia de la mayoría y las argucias de la política, hacen creer de forma incontrolada como a la mala hierba o como a los falsos ríos, que de forma turbia aumentan inesperadamente sus caudales), el cual la pudo haber recibido de generación en generación, siendo que pudiera tener como destinatario el Alcaide de la Fortaleza de Ronda, antigua ciudad amurallada, a quien por aquellas fechas se le daba este tratamiento en el protocolo.

Alteza Serenísima:
Suspended un momento vuestro juicio; atemperad vuestras funciones como magnánimo dignatario del Reino; que Vuestra Benevolencia otorgue el equilibrio a los excesos que en esta misiva se expusieren, y que la grandeza de vuestro corazón contenga unos instantes los ánimos de quienes adeudadamente podemos llamarnos vuestros súbditos y buscando acomodo en la ecuanimidad de vuestros regios pensamientos hallemos la recta manera de expresaros nuestros anhelos.
La razón os hace conocer el deber de todo súbdito ha de tener con su príncipe; pero no admirará a vuestro alto entendimiento y grande ingenio, porque así ha ocurrido otras muchas veces en otros reinados y repúblicas, que la lealtad de éstos fuera trocada por las malas acciones e injusticias que, ora por desidia y mal gobierno de esos mismos príncipes, ora por la codicia y excesos cometidos por sus delegados, han sido ejercidas contra sus pueblos. Pues, así como suele decirse del príncipe que, movido por la necesidad, puede en ocasiones disponer de las vidas y haciendas de sus sufragáneos y quebrar su libre albedrío; así también, en otras ocasiones, el impulso natural del administrado llevado a situación de necesidad, será de alzarse contra su señor. Y toda vez que en estas circunstancias sólo la intervención del ejército debelaría la sublevación, tanto más impopular y perjudicial para su sostén resultaría al soberano. Otras veces también acaeció que el desconocimiento por el príncipe de lo que ocurría en su territorio fue alertado por el sobre aviso en que lo pusieron amigos del reino, y la rápida acción del regidor evitó el alzamiento y repercutió en grande beneficio para su pueblo y honra para su príncipe.

Pues sabed, Príncipe, que hoy sangran los territorios del Reino expoliados por la codicia de quienes son sus administradores; que a lo largo y ancho de nuestra vega territorial, un páramo de tierras otrora fértiles siembran los sueños de sus inveterados moradores; que aherrojados, lastrados, millares de ojos os contemplan; que enmudecidas, cercenadas, miles de gargantas aún pronuncian en susurros el nombre de Vuestra Magnificencia mientras los estandartes de sus verdugos campean por las plazas de vuestras ciudades, ondean en las cimas de nuestras cordilleras, proyectan sus alargadas sombras sobre las hondonadas de los patrios valles. Sabed, pues, Príncipe, que la unidad del Reino corre presta a desmembrarse, acuciada por la vorágine de un cúmulo de intrigas ocultadas a Vuestra Grandeza en los informes falseados que recibís firmados por los mendosos pulsos de vuestros letrados.

Otra cosa es la guerra; pues aún vuestros súbditos esperan de su regio paladín que abandere la reacción contra tanta traición. Pero os llevan a errar, Príncipe, aquella corte de aduladores que, con sus lisonjas y zalamerías en pos de conseguir sus prebendas, ofrecen a Vuestra Magnificencia todo tipo de dispendios; los ricos paños que hoy cuelgan en vuestros palacios, los palafrenes que acrecientan vuestras caballerizas, las pedrerías que adornan vuestros aposentos, los tafetanes que visten a Vuestra Persona y engalanan a las ricas cortesanas, tributos son en pago por vuestra ausencia en asuntos de gobierno.

Y qué deciros de tantos altos magistrados y otras justicias; mariscales de campo, condestables; cancilleres mayores, comendadores; obispos, abades; alcaides y alguaciles de vuestras villas y ciudades; de tantas otras potestades que en vuestro nombre administran las leyes. Qué deciros, sino que la esperanza, prudencia oficia en los menesterosos; que el deber, camino halla en vuestra ciudad; que vuestra estimación, cimienta por vuestras grandes empresas y nobles acciones; y que la fortuna, contraria os es en la avaricia y en la crueldad. Manteneos fuerte frente a la adversidad, neutral ante los poderosos, liberal en vuestras decisiones, seguro ante los indecisos, temerario frente a los medrosos, emprendedor antes los pusilánimes, indulgente con los desafortunados y ecuánime en vuestros arbitrios. Sed adalid en la guerra, juez en la paz, ministro ante vuestra Iglesia, fiel a vuestros compromisos, fedatario de vuestra palabra y artífice de vuestras industrias. Elevaos, Príncipe, hasta la eminente altura que os otorga vuestra condición de regio canciller. Que el conocimiento del alma humana os abra el camino hacia el amor y la misericordia de vuestro pueblo.

Implorado el perdón divino, por parejo ansiamos alcanzarlo de Vuestra Excelencia. Que el acierto de vuestra reflexión iguale al de nuestras intenciones. Y que el alzar fuerce la recepción de esta carta en la serenidad de vuestros palatinos jardines; o quizá solazado en alguna de vuestras cetrerías o en el esparcimiento y regocijo de una tarde de montería, cuando el venado mayor trofeo sea suspendido de vuestro brioso corcel. El Creador mantenga vuestra existencia hasta límites acordes con Su Voluntad y Vuestra Alteza encuentre en las libertades el adminículo necesario para Su Magna Obra.

Dedicado a Pilar y Antonio Garrido Domínguez (a quienes considero maravillosos coautores de ‘Viajeros del XIX cabalgan por la Serranía de Ronda’, libro que tiene como pecado capital la imposibilidad de desenganchar de su lectura y despertar la imaginación de los que no la tienen y del que no cedo en recomendar su lectura a todo aquel que me encuentre al paso y que aún camine sobre la faz de la Tierra.)


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