Opinión

Se acabaron los cuentos de hadas

Lenon.

 Se acabaron los cuentos de hadas, los de Calleja y hasta los de Andersen. Esto comienza a parecerse cada vez más a una historia de Allan Poe e incluso a alguna de Asimov. Los años de bonanza económica desgraciadamente parecen haber llegado a su fin y entramos en un ciclo de recesión. Me viene a la memoria, como a otros muchos, el sueño del Faraón en el que vio a siete vacas flacas devorar a siete vacas gordas, y que a pesar de su estatus y de su poder supremo, antepuso a su privilegiada situación la razón y la condescendencia y, sobre todo, el bienestar de su pueblo, y se rebajó e hizo caso a la interpretación que del sueño hizo un simple convicto: el hebreo José.

Logrando así la salvación de una civilización abocada a una hambruna que les hubiese llevado a una muerte segura. Sin embargo, aquí en nuestra época, en este mundo futuro donde los antiguos faraones y sus pirámides dormitan en los libros de historia, tampoco han faltado desde hace varias décadas Josés que nos alertaron e interpretaron los sueños de unos modernos faraones a medida, irresponsables y disolutos en unos casos, que no hicieron caso de las advertencias recibidas, que mostraron desprecio y oídos sordos,  que no adoptaron en su día las medidas correctoras pertinentes para evitar esta crisis en la que de golpe nos hayamos inmersos. Y ahora, después del conejo ido, palos a la madriguera.  Nuestro encorbatados faraones se durmieron en los laureles de las vacas gordas, en su impunidad, y en su falta de consideración, respeto y ayuda para con su pueblo; y ahora, muchos nos encontramos entrampados hasta las cejas con muy poco margen de maniobra. Conteniendo la indignación  y  por decirlo de un modo no demasiado altisonante ni lascivo: un legado insuperable en tan corto espacio de tiempo. Pueden estar contentos y erigir un obelisco en honor a tanta incompetencia y sinrazón. De repente, tras el plácido sueño de una noche de verano, nos despertamos en una crisis a la que nadie se atreve a dilucidar su fin, pero que a buen seguro poco afectará a los que la provocaron. Señores gobernantes de Occidente, dejad campear a sus anchas, como estáis dejando, a grandes grupos financieros y a gigantescos grupos empresariales bajo su fresca y permisiva sombra, creadores todos de burbujas inmobiliarias y desmanes varios, que a este paso China y otros países emergentes darán buena cuenta de nosotros, los futuros pobres de la Tierra.

La crisis comienza a mostrar su frío rostro golpeándonos con su arma más terrible: el paro. Llegar a fin de mes se ha convertido para muchas familias en una difícil e intrincada carrera de obstáculos.

Por lo tanto, no podemos dormirnos en laureles pasados cuyo recuerdo poco o nada puede ayudarnos; y hacerlo no sería más que un lamentable error que, más temprano que tarde, nos pasaría factura. En estos casos la nostalgia es mala consejera. Debemos afrontar esta ingrata situación con valentía, tesón e imaginación. Activando siempre todos lo resortes internos con los que contamos, algunos de los cuales incluso desconocemos. No podemos ni debemos desfallecer. No podemos deprimirnos y tirar la toalla, de nada nos serviría y sólo conseguiríamos agravar nuestra situación. Somos serranos, gente bravía y aguerrida por naturaleza. Poseemos capacidad de aguante y sacrificio, y siempre supimos buscar alternativas y soluciones a nuestros males.

Se acabaron los cuentos de hadas, las nubecitas de algodón color rosa y las historias de la bruja mala, el niño bueno y el papá honrado: este cuento es profundamente kafkiano, y no por ello, menos real; y si me apuráis totalmente inmoral desde su inicio hasta su fin, sea cual sea su desenlace. Toca ahora el turno del estoicismo, de poner en marcha nuestras ideas y de creer en nuestras posibilidades. En definitiva, ha llegado la hora de tomar las riendas, movernos,  y no dejar nuestro futuro en manos de salvadores e iluminados con recetas mágicas. No por nada, sino porque las recetas mágicas no existen ni nunca existieron. Es importante saber hurgar en lo más profundo y rescatar lo mejor que cada uno llevamos dentro. También es importante permanecer juntos y recuperar el espíritu de comunidad. Esta sociedad globalizada, construida en torno al consumo, nos ha convertido en seres excesivamente individualistas y solitarios.  La actitud individualista frente al mundo, aunque nunca es aconsejable, va bien en tiempo de vacas gordas; cuando llegan la vacas flacas es contraproducente y puede llevar a una persona a acabar pasando necesidad en un oscuro rincón. Es necesario enderezar el rumbo de esta nave llamada Ronda en cuyas bodegas nuestro futuro se tambalea, zarandeado por los embates de un mar embravecido. Toca erigir un altar a la esperanza y al trabajo colectivo y creer en él a toda costa. En ello nos va el futuro, sin escatimar cualquier medida sujeta a la razón proveniente de nuestros gobernantes.

Los recién concedidos subsidios de paro comienzan la cuenta atrás de su extinción. Hay que dejar a un lado la congoja y todo tipo de pánico. Si es necesario inventaremos unas nuevas matemáticas en la que dos más dos sumen cinco, y unas nuevas leyes de la física en las que la mortadela trasmute en jamón y caña de lomo. Casi todo nos está permitido. Todas las iniciativas y medidas personales resultan ahora más válidas que nunca si con ello contribuimos a la construcción del gran dique necesario para frenar y contener una crisis que nos desborda, una crisis que no merecíamos los ciudadanos de a pie, una crisis que unos pocos con nombres y apellidos han provocado, y que ahora injustamente estamos pagando justos por pecadores.


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