Opinión

El Serranito

Manuel Giménez.

Esta historia empieza en el despacho en el que trabajo. Se pasan tantas horas al cabo del día y muchos días, incluso de la noche, que terminan por trabarse amistades ilógicas, que acaban por ser lo más parecido a una película Disney, en las que un niño es amigo de un oso, amigo de una pantera. Lo cierto es que coinciden personas que, de otro modo, poca o ninguna ocasión tendrían de relacionarse. Esperriados alrededor de una mesa, puedes encontrar decenas de veces a un brasileño hijo de ricos empresarios, una princesa rebelde con el cuerpo tatuado, residente en un buen barrio y de mejor familia, un brillantísimo nieto de ministro o un tío de pueblo, incluso.

Ser de pueblo, de Ronda, mismamente, tiene tanta o más gracia que de cualquier ciudad glamurosa de por ahí, no sé, Buenos Aires. Para empezar, cuando uno es de aquí maneja unos registros diferentes, expresiones sacadas del Eulogio que todos los compañeros terminan repitiendo al cabo de unos días.

Una suerte de conquista por vía del lenguaje. Alguien de Ronda puede presumir de una gastronomía única, pues en ningún otro lugar del mundo se conocen el concepto de flamenquín ni, lo que es más grave, los serranitos. Por alguna razón, aunque en Madrid haya mil zapaterías, uno siempre termina recorriendo la calle la Bola con su madre en un sábado tumultuoso en busca del par adecuado. Luego nos dicen “qué bien que se vive en los pueblos”.Natural. Así que uno se siente un extraño a veces, lo que no tiene por qué dejar de ser una ventaja.

El otro día, sin ir más lejos, entró una compañera en mi despacho con ostensibles gestos de malestar. Venía a buscar unos papeles para, acto seguido, marcharse a casa. La gripe le atacaba con fuerza y era lo más lógico. “Normal – dije yo- en casa estarás más calentita sentada en el brasero”. Las risas le dieron la vuelta al edificio. Para los presentes en la conversación, que eran unos pocos, la única situación en que un brasero es concebible es en una casa rural, con parchís y ovejitas bramando afuera en el pasto. Se podría decir que eres de pueblo según la importancia que des a tener una mesa camilla en el salón”. Cómo reían los cabrones.

Reían; pero hay cosas, que no te podrían salir bien, aunque fueras de la ciudad más cosmopolita del mundo, si no eres de un pueblo de verdad. El jueves, por ejemplo, me tocó ir hasta Borox, una especie de Benaoján en la provincia de Toledo. Dos agentes judiciales y dos policías municipales que me esperaban en un ayuntamiento tan pequeño como tranquilo. Yo iba como representante de una gran multinacional y me tenían que acompañar para embargar bienes en una nave industrial del pueblo. De inicio, me profesaban el mayor de los desprecios. Llegado de Madrid en taxi, con la corbata, con el trajecito. Un capullo vestido de pingüino. Antes de nada, en el bar del ayuntamiento, tomamos un café. Hablamos de todo menos de trabajo. “Hay poca policía y mucho sinvergüenza en el pueblo”. Como en el mío. “Aquí viven bien, tres”. Como en mi pueblo. Uno tiene la niña estudiando en Madrid, al otro le regaña su mujer por no haber ganado la plaza de secretario judicial en Illescas. Gente normal con la que podría haber desayunado en Juan Alba o en el Cristina. Para cuando llegamos a la nave del embargo parecíamos un grupo de amigos. Ya no importó que los embargados, unos piratas, hicieran todo lo posible por escaquearse. Incluso se irritaron cuando me faltaron al respeto – por cierto, qué susto pasé y qué poca madera de héroe tengo-. Se consiguieron los bienes que se necesitaban, después de que otros compañeros de mi despacho hubieran intentado hacer lo mismo sin éxito. Otros que no son de pueblo, que serán más finos. Al final, incluso, volví triunfal a Madrid en el coche de la policía. Más contento que la mar.

Debe ser por eso que todo el mundo tiene su pueblo y vuelve a él tanto como puede. Nadie es de Madrid, ni de Barcelona, ni de Madrid del todo. Hasta Joaquín Peinado cuentan que siempre decía al presentarse “Yo, señor, soy de Ronda”. Por si se confundían. Con su mesa camilla, calentito. Al fin del mundo.


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