Opinión

Democracia en crisis

Antonio Sánchez Martín.

A pesar de que en las últimas décadas los españoles hemos alcanzado un alto nivel de bienestar cada vez son más los ciudadanos que desconfían de nuestro sistema político.

Casi todos coincidimos en señalar a la corrupción como causa de esa pérdida de credibilidad. Es cierto que siempre hubo, y desgraciadamente habrá, quien no le ha dado en su vida un “palo al agua” y pretende comer de la política. Eso generaliza la idea de que -todos los políticos son unos sinvergüenzas-. Pero, ¿son acaso el resto de ciudadanos un modelo de honradez? No es extraño encontrar políticos corruptos cuando en nuestro país abundan los empresarios que blanquean dinero negro, comerciantes que facturan sin IVA, o miles de “parados” que trabajan sin contrato para cobrar además el desempleo. Me temo pues, que nuestros políticos simplemente son un fiel reflejo de la sociedad actual.

También los partidos políticos tiene mucha culpa de la crisis que vive nuestra democracia, porque se han convertido en aparatos todopoderosos que se aprovechan de que el ciudadano sólo vota cada cuatro años y pactan luego con cualquiera por tal de alcanzar o mantenerse en el poder. Este censurable comportamiento, -más frecuente de lo deseable-, favorece la aparición de “trepas y oportunistas” que sólo van buscando su prosperidad económica. De ahí, su resistencia a dimitir de los cargos públicos, el radicalismo y la agria confrontación verbal, -que llega hasta el insulto-, con que dicen defender los intereses del partido. El poder corrompe, y salvo que se posean grandes valores éticos, todo hombre tiene un precio. Por eso, el riesgo de que un político se corrompa para mantener su “status” depende simplemente del tiempo que permanece en el poder.

No existe mejor sistema político que el democrático, y nuestros treinta años de progreso lo demuestran, pero necesitamos –renovar y regenerar- urgentemente nuestra democracia para hacerla más participativa y cercana al ciudadano. Es necesaria una nueva Ley de Partidos donde sean los militantes quienes elijan a sus candidatos, porque nada desmoraliza más a la militancia que se designen desde la ejecutiva. Otra alternativa serían las –listas abiertas-, pero en una sociedad tan “mediática” como la nuestra existe el riesgo de que el votante sólo conozca a los candidatos que más “inviertan” en los medios de comunicación para pagarse su propia publicidad.

También hay que reformar a fondo la Ley Electoral para evitar, por ejemplo, el repetido truco de que coincidan interesadamente las elecciones autonómicas con unas generales para distraer así al votante de los problemas de la comunidad. Una reforma que asegure el gobierno a la lista más votada y que establezca, cuando no haya mayorías absolutas, un sistema -a dos vueltas-, donde los ciudadanos puedan votar los “pactos” que suscriban los partidos. Eso garantizará el respeto a la –lista más votada-, impediría las mociones de censura “inverosímiles” y los pactos de –todos contra uno-, o el excesivo protagonismo de partidos minoritarios que actúan de –bisagra- para alcanzar el poder.

Y en cuanto a los cargos públicos, hay que agravar las condenas por prevaricación, fijar un tope de dos mandatos en el poder, impedir que puedan ejercerse dos cargos al mismo tiempo y limitar sus sueldos en los ayuntamientos a un máximo equivalente a tres veces el salario mínimo interprofesional. Todo para combatir el desencanto y la pérdida de credibilidad de los votantes en la democracia. La elevada abstención electoral que se registra es síntoma de ello. Sin ir más lejos, y tras los acostumbrados “cambalaches” que se dan en nuestro Ayuntamiento, en Ronda nos preguntamos para qué sirve votar, porque si algo dejan claro nuestros políticos es que a la mayoría les importan poco los principios cuando se trata de trincar la pasta y el sillón.


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