Opinión

El sombrero olvidado

Hace ya veinticinco años inauguramos nuestro hotel en Ronda. Teníamos un caserón muy grande y vacío que, por circunstancias, compramos junto a donde levanté nuestra casa

Pedro Enrique Santos Buendía reflexiona sobre la situación en la que está actualmente Ronda.

Hace ya veinticinco años inauguramos nuestro hotel en Ronda. Teníamos un caserón muy grande y vacío que, por circunstancias, compramos junto a donde levanté nuestra casa. Estaba en ruinas y había sido casa de vecinos durante lustros. Una vez se habían ido los últimos buscamos un destino para ella. En principio pensamos en apartamentos para alquiler temporal, lo que ahora son las viviendas turísticas. Pero vimos en la tele una película, De repente un extraño, que nos quitó las ganas.

Yo había proyectado ya varios hoteles y pensé levantar uno que rompiera moldes, pequeñito y coqueto. Un hotel acogedor para disfrutar, no solo para dormir. Lo hicimos y nos quedó muy bien, perdón por la inmodestia. Rompimos una pica en el Flandes turístico rondeño. Lo vendimos pocos años después porque llevarlo exige vocación, hay que dedicarle mucho tiempo y a mí me gustaba mucho más hacer casas y recuperar edificios antiguos. Pero el tiempo que lo regentamos nos permitió conocer a mucha gente interesante e hicimos buenos amigos.

Uno de estos personajes interesantes fue un americano que se alojó junto a un grupo que había hecho el Camino Inglés a caballo desde Gibraltar. Tenía el aspecto habitual de los vaqueros del cine. Alto y fuerte, con la cara quemada por el sol y rubicundo. Vestía con botas altas y solo le faltaba el sombrero tejano para completar la estampa. Era muy simpático y charlamos bastante mientras estuvo en Ronda.

Era natural de un pueblito anodino, como tantos del medio oeste useño, perdido en esas inmensas llanuras que no acaban nunca. Se quedó totalmente enamorado de Ronda y anonadado por la cantidad de atractivos que presentaba, por su riqueza medioambiental e histórica y la multitud de monumentos o edificios antiguos que tenía. Ni en su pueblo ni en su comarca o estado había nada parecido, ni de lejos.

Sin embargo, en aquel pueblito sin aparente interés, casi todos los vecinos vivían y prosperaban, algunos exageradamente, gracias a un objeto, tan simple y corriente, que solo en un territorio ansioso por tener algo histórico o con un mínimo valor tradicional podría ser estimado. Gracias también, por supuesto, a la iniciativa de los lugareños.

Vivían del turismo gracias a un sombrero. Sí, un sombrero. Resulta que cuando Buffalo Bill recorría aquellas llanuras matando bisontes o divirtiendo a los coterráneos con su circo del Far West se dejó olvidado el sombrero que llevaba.

Estuvo en poder de un vecino sin pasar de anécdota hasta que, en una de esas reuniones a las que tan aficionados son, pensaron que el dichoso sombrero podría ser un elemento de atracción para darle algo de vida a un pueblo que se moría a pasos agigantados. Pusieron manos a la obra montando un museo de las praderas cuyo elemento central era el sombrero. También un hotel para que se alojasen los visitantes, un saloom de alto nivel y, faltaría más, una fábrica para hacer réplicas del sombrerito y venderlas.

El éxito fue espectacular y la llegada de turistas creció y creció. Casi todos allí trabajaban o tenían relación con esa actividad. La emigración desapareció y los hijos se fueron quedando y prosperando espectacularmente.

Me decía que si él viviese aquí todos los rondeños serían millonarios tras la recuperación, restauración y llenado de contenidos de nuestra increíble riqueza patrimonial y de sus fantásticos atractivos, tan olvidados.

Era un señor muy americano y lo veía bajo su óptica. Allí disfrutan de una democracia muy directa donde sus representantes deben rendir cuentas directamente ante sus votantes, sin excusas, y los partidos son puramente instrumentales. Además su burocracia es esencialmente práctica, sin farragosidad ni tiempos eternos. Nada de lo que, desgraciadamente y para mucho tiempo, tenemos aquí.

Yo le relataba las dificultades que conllevaba algo tan simple como rehabilitar la propia vivienda y de ahí para arriba el infierno de trabas que ponía la administración local. Los tiempos que se perdían simplemente intentando abrir un negocio. La incapacidad de nuestros ediles para ni siquiera retirar los cables que afeaban nuestros monumentos y su ceguera para ver la importancia absoluta de nuestro Conjunto Histórico ante cualquier desarrollo urbanístico de la población.

No le cabía en la cabeza que la mayoría de nuestro Consistorio Municipal estuviese formado por personas cuyo único mérito radicaba en la pertenencia a un partido político. Por gentes que nunca habían presentado ninguna iniciativa positiva para la ciudad, ni que fuesen conocidos por su defensa del bien común. Que no mostrasen, cuando menos, un poco de cariño por Ronda; de amor o pasión ni hablamos. Que nunca (bueno, quizá una vez) hubieran cumplido la palabra comprometida en sus programas al ser elegidos e incluso que se esforzaran en sacar adelante lo opuesto a aquellos. Para él yo hablaba en chino.

Tenía toda la razón, en su planteamiento no en mi lenguaje. Vivimos sobre un volcán de joyas que permanecen en bruto y que harían de Ronda algo único, más todavía. Los rondeños las disfrutaríamos no más que por el hecho de haber tenido la suerte de nacer y permanecer aquí o de estar asentados en este magnífico lugar. Y que harían alucinar (como se dice ahora) a nuestros visitantes al descubrirlas. Capaces de convertir Ronda en el mejor lugar a nuestro alcance para vivir bien. Para Vivir.

Ese volcán, haciendo un símil con el pueblo de mi viejo huésped, es nuestra tienda de sombreros de Buffalo Bill. No tiene un sombrero sino muchos. La tienda está hoy casi cerrada, en la ruina, solo se aprecian uno o dos de ellos tras un escaparate sin limpiar desde ni se sabe los años. Las telarañas y el polvo dejan ver trazos de alguno pero es muy difícil apreciar los detalles. De los que se ven varios están aplastados o tapados por gorras y sombreros de playa tan horteras o cursis que producen rechazo. Nadie se imagina quién los usó porque no lo pone.

La mayoría permanecen en la trastienda, bajo llave. La enorme, pesada y oxidada llave de la Incompetencia. Todavía son bonitos y no han perdido la horma. Las filtraciones y mohos los están atacando. Solo necesitan limpieza, un poco de cariño y algo de lustre.

Al igual que en la tienda los sombreros están cubiertos por la suciedad y la incompetencia, nuestro volcán tiene un tapón. Un tapón enorme y pesado formado por insensibilidad, ombligos relucientes, manifiesta incultura, cortedad de miras, egos esperando medallas, ocurrencias mil, partitocracia, desconocimiento, incapacidad de gestión y ausencia de ideas. En dos palabras: desamor y vacuidad.

En poco más de una semana puede que estalle el volcán nacional. Hay que andarse con cuidado porque ese sí que es explosivo, destructor y está lleno solo de cenizas. No trae posibilidades como el nuestro, sino convulsiones, y los que quieren destaponarlo solo pretenden la descomposición nacional. Piénsenselo muy bien cuando vayan a votar, a lo mejor no volvemos a tener la oportunidad de hacerlo.

Pero el nuestro, el rondeño, es muy diferente. Es el antivolcán y dentro tiene solo esperanzas y ventajas. Debemos esforzarnos para quitarle el gorro (nunca los sombreros).

Fíjense muy bien en quienes se presentan y lo que proponen. Miren si sus programas son sensatos y las promesas lógicas, asentadas en razones no en humos. Huyan de los globos (grandes, tersos y coloreados) que revientan con facilidad convirtiéndose en contaminantes, microplásticos. Si los ven manirrotos con los dineros ajenos prevénganse, aumentarán los impuestos y a un rondeño que se precie eso no le va nada bien.

Hablar, pero sobre todo escuchar. Proponer y esperar las respuestas para estudiarlas. Aislar los problemas para presentar soluciones. Cerrar los oídos a los aduladores profesionales (los del partido, vamos), medradores de condición. Fotografiarse lo preciso, les encanta a las artistas y es lo suyo, ser famoso por ser famoso está a la moda pero es nefasto en el buen político, demuestra egolatría. Un dirigente debe trabajar para sus dirigidos y después seguir trabajando, si es verdad que se presentó para servir. Patear la calle, todas las calles, y hasta los caminos, para conocer de primera mano los problemas, sin camarillas ni prensa. Con estas cualidades podemos votarlo.

Y añadan otra más, la fundamental: “Pasión”. Si quien se postula no siente Pasión por nuestro pueblo, con mayúsculas, mejor lo olvidamos u ocurrirá lo de siempre: tiempo, ilusiones y dineros perdidos.

Estamos a poco más de un mes para tomar esta decisión tan importante; ahora o nunca. Nuestro poder es el voto, no lo desperdiciemos otra vez. Olvide ideologías y vote voluntades. Medite con Pasión. Haciéndolo así después podremos quitarnos el sombrero.


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