Cultura y Sociedad

Esencia de alma gitana en vena

«Viví en Ronda, una de las experiencias más alucinantes de mi vida, que no olvidaré jamás. La excusa: brindarle homenaje al cantaor Juan Orillo, primo del mítico Camarón, hijo y nieto de cantaores y eminencia del cante puro»

En la gala participaron numerosos familiares y amigos de Juan Orillo.

No quiero levantarme de la cama, ni abrir los ojos, ni escuchar “na de na”. Solo quiero digerir y asimilar la maravillosa sobredosis vivida en una noche de flamenco puro en vena. Quiero seguir soñando en clave de bulerías, alegrías, seguiriyas, fandangos, soleás… Consciente del inmenso privilegio que es, para una paya pija madrileña recriada en Nueva York, poder infiltrarme en el universo gitano aunque sólo sea por unas horas.

El más filósofo de los Beatles, John Lenon, dijo: “Life is what happens when you are busy doing something else” (La vida es lo que ocurre cuando estás ocupado haciendo otra cosa). Y es la pura verdad. Todo surgió, como de pura chiripa, en una feria de antiguedades en Madrid. Estaba mirando una pintura de mi admirado Sorolla, pintor de la luz, y rabiando por haberme perdido el espectáculo basado en su vida, “Sorolla, el color de la danza” en el Teatro Real. Allí estaba yo, indagando sobre su talla de un Cristo románico y un bodegón de Yepes, cuando, no se cómo ni porqué, se me ocurrió decirle a un anticuario: “Además del arte, tengo pasión por el flamenco… oye, si alguna vez me avisaras de algo bueno, muero por el flamenco puro.”  Gustavo Montoya, de nombre gitano, mucha solera y pinta de Marajá de Kapurtala, me comentó algo sobre un concierto pero como mi mente estaba ocupada con una cariátide de bronce, un desnudo de Dalí, una tabla gótica de la Magdalena, una galaxia de Miró, un Zurbarán… y  no se cuantas obras de arte mas, se me evaporó el dato. Volví a Malaga justo a tiempo para ir de la estación al Teatro Cervantes, con la maleta a cuestas, para ver a mi ídolo, Sara Baras en su nuevo espectáculo “Sombras”, sublime, como todo lo que ella crea. Gracias a Dios, el buen Montoya, me recordó justo a tiempo, otro lío flamenquito, esta vez en la tierra serrana de su bella esposa Juana y su pizpireta hija Cayetana, de ilustre estirpe gitana.

Viví en Ronda, una de las experiencias más alucinantes de mi vida, que no olvidaré jamás. La excusa: brindarle homenaje al cantaor Juan Orillo, primo del mítico Camarón, hijo y nieto de cantaores y eminencia del cante puro.  Empezó en el Teatro Vicente Espinel y acabó en el tablao El Quinqué. Como fugaces fogonazos en noche de lluvia de estrellas Perseidas, una ristra de gitanazos de pura raza se iban desgranando por el escenario, en una sucesión rebosante de duende, magia y emoción. Presentados por un narrador, su íntimo amigo, Antonio Becerra, todos empezaban con palabras de cariño entrañable hacia “el tito Juan”, sentado en primera fila. Casi todos eran parentela de su numerosa familia, mítica saga de artistas. El gran ausente, aunque presente en el corazón, simbolizado por una silla vacía, su hijo recién fallecido, el joven guitarrista Joaquín Nuñez Soto, a quien se recordó con un emotivo poema de García Lorca.

Rompedor fue el primer cantaor, muy joven, de voz clara y cristalina.  Emocionante el cante expresivo y lleno de fuerza de Antonio Núñez  “El Pulga”.  Los guitarristas, todos de altísimo nivel, especialmente el Pimpli, al que jaleaban  como “Rubio”, con un flequillo tan largo que no se veía su rostro. Acariciaba la guitarra con su cara, hondeando a golpe de flequillo, con sus ritmos flamencos.

De cantaores, buenísimos, el hermano de Juan, Rancapino y su hijo soberbio, de voz y aire espiritual, como un Jesucristo resucitado. Pero el mejor de todos, en mi modesta opinión, el extraordinario cante de Pepe “de la Joaquina”, una especie de Richard Gere en elegante, melena oscura a lo Camarón, impecable traje negro y de un garboso que, como dirían ellos “no se pué aguantar”. Además de cantar como un rey,  nos regaló marcando un baile que nos dejó mudos. Nos deleitaron al máximo con otros cantes: Pansequito, Juanito Villar, Fernando de la Morera, Manuel de los Ríos, “Pititi”, Luis Perdiguero, Macarena de Jerez, Esmeralda Rancapino… y una interminable lista de artistas, algunos planeados, otros espontáneos, que iban apareciendo en escena. Aún estoy saboreando los delicados sonidos de la guitarra, siempre sólo una, pues iban apareciendo y desapareciendo guitarristas en escena con cada cantaor: El Rampli de Chiclana, Manuel Romero, Antonio Carrión, El Chaparro de Málaga… Todos, unos maestros con mayúsculas, auténticos virtuosos de esa mágica simbiósis entre dedos y cuerdas, lenguaje del sentir mas profundo, instrumento rey de los gitanos y eco universal del flamenco.

Otro momento brillante, gracias a un fuera de serie, el bailaor, Juan de Juan, con un baile rebosante de pasión, juventud y clase. ¡Cómo se puede expresar tanto en tan poco tiempo! Me supo a poco, tocayo, y me quedé con ganas de verte y admirarte mucho mas. Pienso seguirte la pista. Bailó también, aunque breve, Maria la Manzanilla, deslumbrando con su arte y su vestida de oro.  Alucinante, el fin de fiesta, colofón que no pudo ser mas emotivo. Tras actuar su madre, Ana Rancapino, apareció su niña de sólo 11 años, Esmeralda, sobrina nieta de Juan, que cantó y bailó dejando al publico con carne de gallina. Impresionantes su gracia, naturalidad y dominio del escenario, contando que tenía delante a mas de 400 personas, mas los focos… Temple infinito para una niña con muchas tablas por delante. Con ese desparpajo, con esa voz y con el arte en sus venas, se puede comer el mundo. Habrá que estar atentos a esta joya de Esmeralda que, además de genes de oro, tiene un brillante y prometedor futuro. Apostemos por ella.

Al final, convencieron al homenajeado, Juan Orillo, para que subiera a escena. Acompañado de su hija, Rosi, que lloraba de emoción, un Juan anciano y feliz, a pesar del alzheimer, nos cantó cante jondo jondísimo, con algunas palabras inconexas, una gran sonrisa y la baba caída por la emoción de recibir tanto cariño a raudales.  Muchos en escena eran su familia: hermanos, hijos, sobrinos y hasta nietos, junto con amigos de toda la vida, compañeros profesionales del flamenco: Esmeralda Rancapino, Domingo Rubichi, Chaparro de Málaga, Antonio Carrión, Joselito de Pura, el Pampli, Agustín de la Fuente, Juan Manuel Moneo… todos actuando por y para él, en un homenaje que fue para Juan Orillo pero también homenaje a la familia, la auténtica raíz, la esencia del alma del gitano mas puro.

Unas horas antes, leí por una calle de ronda “Olvida el pasado, disfruta del presente y sueña con el futuro”.  Un mantra muy actual. Suena poético pero en mucho se equivoca. No se puede ni se debe olvidar el pasado. En nuestra sociedad de vértigo e internet, donde se abandonan y aparcan ancianos, es vital recobrar el sentido tribal, el respeto desde las culturas mas ancestrales por el oráculo de los sabios, respetados y elevados al mayor prestigio, por ser testigos de la historia y tesoreros de la experiencia. Y esa fue la esencia anoche en el escenario de Ronda que ardía de cariño por un anciano con el maldito alzheimer que evapora sus recuerdos.  Aunque él no se acuerde mas, todos los presentes tendremos para siempre en la memoria, una noche apoteósica del mejor flamenco envolviendo los más profundos sentimientos.

Tras el teatro, lleno hasta la bandera (520 butacas), algunos privilegiados acabamos en el tablao El Quinqué y allí ardió Troya. A pesar del frío glacial de la noche, ya venían en caliente del teatro. Una manada de gitanos, inspirados tras el homenaje a su amigo querido, con copa, cigarro y el relajo de estar sin público, llegaron a formar el mas auténtico de los saraos, un buen jaleo digno de boda gitana (otro en mi lista de “antes de morir”). Tras conocer a las gitanas mas guapas de la serranía Rondeña, ya estaba ya a punto de irme a dormir, cuando mi amigo Montoya, de antigua estirpe toledana, me sugirió quedarme pues, según sus palabras: “lo mejor está por venir”. Dejando abandonado el pequeño escenario del tablao, todos de pié o en taburetes, con tres guitarristas que se iban alternando, celebraron una noche memorable de cantes que se iban enlazando unos con otros, como las cuentas de un rosario interminable. En medio del bullicio y murmullos, brotaba un cante tras otro, en un espectáculo improvisado, como el agua del río Guadalevín, corriendo a borbotones por el Tajo, y sin embargo, con un orden y armonía sorprendentes. Era un diálogo a muchas voces de una en una: uno cantaba, todos callaban, en un silencio casi místico, sólo interrumpido por los “oléeee… !” que declamaban como notas de partitura, con entonación pluscuamperfecta en el momento justo. Todo fue cante y mas cante y yo solo deseaba que no se acabara nunca. Sólo en un par de ocasiones, se lanzaron a bailar, primero el fascinante cantaor Pepe “de la Joaquina” y al final una chica que estaba delante mío y bailó mientras cantaba otro de los mejores de la noche, al que jaleaban como “Indio”. Me recordó mucho a Antonio Flores, hijo de Lola “La Faraona”, aunque mas joven y esbelto, con un chorro de voz emocionante.  Y emocionante es el adjetivo que mejor puede definir una noche así:  emoción, calor, cariño, pasión…

Y eso es precisamente lo que me inspira a escribir ahora, recién levantada de una resaca casi divina, quiero retener aunque solo sea en papel, la mágica experiencia  de haber vivido, mejor dicho, de haber podido compartir una noche de duende gitano en Ronda. Sólo siento, no creer en la reencarnación, porque pediría que inscriban en el mármol de mi epitafio: “En la próxima vida, quiero ser cantaora bailaora y gitana”.

“Homenaje a Juan Orillo” organizado en el Teatro Vicente Espinel de Ronda (1 de Diciembre, 2107) por Pilar y Antonio Becerra, Antonio La Santa y Antonio Aranda. Actuaron: Rancapino, Pansequito, Juanito Villar, Fernando de la Morena, Manuel de los Ríos “Pititi”, Antonio Núñez “El Pulga”, Pepe “de la Joaquina”, a las guitarras: El Rampli de Chicalana, Manuel Romero, Manuel y Joaquín Núñez Soto, Antonio Carrión, Macarena de Jerez al baile, Esmeralda Rancapino con sus padres, Ana al baile y Ramón Torres, Raga “El Negro”, Malena Fernández, Rafael Rodriguez, Chavi Becerra y varios jovencísimos nietos de Juan Orillo de palmeros… y pido perdón si me falta alguien pero eran una multitud de talento y duende gitano desbordando el escenario.

Próxima actuación de flamenco gitano

Para quien se quede con las ganas, hay más flamenquito gitano del “gueno, guenísimo”: el próximo sábado 16 de Diciembre en el Teatro Espinel a las 21 h. Zambomba Flamenca, titulado “Decendencia” porque actuarán tres generaciones de la familia Rancapino: el abuelo patriarca, la hija Ana al baile y la nieta Esmeralda (11 añitos), al cante. Les acompañarán, su padre Ramón a la percusión, Manuel Romero a la guitarra, Manuel de Puy al piano, Juan Pedro “Pasota” al bajo con Lidia Hernández y Alicia Jiménez de coro y a las palmas.  Y siempre nos quedaremos con ganas de mas y mas…

Zambomba flamenca.
Zambomba flamenca.

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