Opinión

La calle de La Bola

El sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación, La calle de la Bola es un buen escaparate, recuerdo decir a mi madre que no había estado en la calle La Bola, sinónimo de decir que no había estado sin hacer nada.

Ciertamente todos tenemos un mundo interior y un espacio exterior donde vivimos en el que ocupamos la parte del escenario que nos corresponde en el teatro de la vida. Todo el mundo busca algo, de más joven con más premura, de mayor con más sosiego, por eso hay tanta gente mayor en la calle de La Bola, entiéndase mayor cualquiera que no sea un niño, es un sitio donde hay poco que hacer y mucho que ver, donde es fácil encontrarse con alguien que haya comido en nuestro mismo pesebre, donde siempre hay muchos con cosas que contar y alguien de los tuyos con quien hablar.

Desde el punto de vista matemático, un suceso es cada uno de los resultados posibles en una experiencia aleatoria; bajo esta óptica matemática, es más fácil encontrar a cualquiera con quien hablar en la calle de La Bola, que en ninguna otra de Ronda, gente con quien compartir verdades detrás de otras verdades, con quien departir lo mismo manteniendo conversaciones vanas que rellenan el tiempo y producen relajamiento mental porque todos opinan lo mismo y es muy difícil discutir, donde cada cual dice lo que piensa y expresa su idea con sutileza y los demás asienten y consienten sin problema como si esa idea fuera la suya. La idea es gastar el tiempo mientras a cada cual le llega la hora de hacer algo, hacer tiempo, y en muchos casos solo esperan que se haga de noche para volver a dormir.

Decía Oscar Wilde que escribió cuando no conocía la vida y ahora que entiende su significado, ya no tiene qué escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse y no se puede negar. Aunque lo neguemos, cada año somos más viejos y no más sabios, como pueda parecer, que para muchos el trayecto que queda es en pendiente y no está iluminado y solo se vislumbran las urgencias de la muerte sin ninguna esperanza de sobrevivir al paso del tiempo, solo viéndole la cara a la verdad. Que somos como jugadores que permanecen sentados a la mesa de póker cuando la partida de verdad, en la que se podía ganar tanto, ya se jugó.

No soy tan joven para saberlo todo, alega algún prudente cuando descubre que su cabeza olvida más que retiene y pronto será un peso más a soportar con sus piernas.  Envejecen en la penumbra de su misericordia esperando el tren de la segunda oportunidad, muriéndose muerto sin apreciar que, en este negocio de hombres, el que se cayó se cayó.

Hablar y hablar de experiencias no es más que hablar y hablar de lo que hemos hecho mal, porque la experiencia es el nombre que le damos a nuestras equivocaciones.

La calle de La Bola es un lugar donde muchos viven su vana grandeza viajando en el coche fúnebre del progreso dentro del orden, simultaneando lo igual y lo distinto, explicando lo nuevo con palabras viejas, haciendo un amasijo cada cual con lo que tiene que es lo que sabe, eso sí, habiendo dejado en casa la muleta del engaño porque a ciertas edades lo útil es sólo un bastón.


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