Opinión

Diario de Rodán/Un largo invierno (Francisco Javier García)

Durante todo el invierno un viento bíblico azotó la región. Los fuertes aguaceros desataron el cauce de los ríos y las aguas anegaron todos los caminos de la comarca. Sólo una persistente bruma espesa tendida sobre el abismo nos sirvió de puente. Como una epidemia, el ostracismo descendió desde las altas cotas. Con su atmósfera de irrealidad pareció inundar cada rincón de nuestras ciudades. Penetró en cada casa, en cada estancia. Las plazas públicas, en otros tiempos frecuentadas, quedaron desoladas. El desamparo fue el único vencedor en esta batalla librada cuerpo a cuerpo.

Bajo un fuerte cielo amenazante la historia parecía haber claudicado. Los primeros indicios se dejaron ver pronto. Los que no pudieron marcharse, quedaron sometidos a un exilio interior aún más doloroso. Bajo un régimen de soledad, la impotencia y la marginación fue el único nexo que nos unió. La sensación de vivir prisioneros en nuestras propias casas, estigmatizados de por vida en nuestras propias tierras, fue uno de los síntomas de aquel largo invierno. El desprecio y la humillación también fueron fórmulas con las que la epidemia del ostracismo menoscabó nuestra reserva moral.

Los primeros vientos arrancaron de nuestra tierra los mejores brotes. El talento fue extirpado y arrojado lejos de la comarca y, como aves migratorias, obligado definitivamente a abandonar la región. Entonces la sombra de la Fundación hundió tanto sus raíces en la tierra, que esta sangró. Un régimen de austeridad intelectual quiso explicar la esterilidad con la que el ostracismo aumentó la afilada sombra oscura de la Fundación. El más férreo de los silencios también se extendió como una niebla por todos los pasillos del Consistorio, en todas sus estancias la sombra forjó a sus hijos predilectos.

Ni los más antiguos recuerdan nuestros campos cubiertos por la nieve. Un paisaje escatológico forjó la realidad de nuestras nuevas vidas. El vacío dejó su impronta para siempre, como recuerdo de la nefasta epidemia a la que nos vimos abocados durante aquel largo invierno. El chantaje emocional que acarreó el ostracismo de los vencedores no resultó moneda de cambio para la eternidad. Los sentimientos aún nos agitan violentamente. Las emociones aún viven prisioneras en nuestros recuerdos. Mientras persistan, en ninguna de nuestras vidas podremos poner un segundo acto.


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