Opinión

Diario de Rodán/Las patriotas (Francisco Javier García)

Las únicas misas que pagaremos serán las de nuestros muertos. Es doloroso que hayan saqueado nuestro campo santo. Pero el fortín que levantaron en él será su sepultura. Sabe Dios que al principio no pudimos oponer resistencia. Tuvimos que ser testigos de cómo las compañías de húsares se instalaban dentro de nuestras murallas. Los caseríos y construcciones extramuros fueron demolidas y los árboles talados. Los hacendados, junto con sus señoras, legalizaron el primer consistorio para el francés. Pero si se puede acusar a alguien de colaboración horizontal, no será a nosotras.

Aquí empieza una estirpe de malos regidores. Antes se paga con la propia vida y la propia hacienda. Pero la primera medida fue hacernos costear de nuestro bolsillo las raciones con que mantener y las fortificaciones con que proteger al invasor. El poder real siempre está en manos del usurpador y el miedo en las de los beneficiados. Dos años de asedio y de colaboracionismo. Fuimos saqueados y el pueblo llano arruinado. Como represalia nuestros archivos fueron incendiados.

También nuestras vidas y las de nuestros hombres estaban expuestas. Pero todo era preferible a vivir bajo las bayonetas de los gabachos.
Si alguien nos juzga, que sea la Historia. Este alto tribunal verá la fuerza en la grandeza de esta ciudad, no en sus administradores. La mayoría de los hombres aptos para disparar se han ido a las guerrillas. La guerra a cuchillo, la emboscada, todo es válido. Los osarios marcan los cruces en nuestra sierra. Así engalanamos nuestros caminos para las tropas del invasor. Muy de otro gusto a como los oficiales bailan la polka en los salones afrancesados. Para nosotras, cualquier objeto sirve para la lucha. Fuera de las murallas la noche lleva hasta los centinelas el acechante rasgueo oculto de una guitarra.

Ningún lienzo rememorará las heroicas luchas que se libraron. El dinero del burgués se guardó para premiar otras traiciones. En varias ocasiones las partidas de serranos asaltaron la ciudad. Pero la guarnición se mantuvo a salvo gracias a la solidez del recinto fortificado. Fuera de él los centinelas permanecían alertas ante el temor de ser raptados. Dentro de la ciudad nosotras hacíamos nuestras labores de espionaje y enlace. Sabíamos el precio del juego. Pero jamás pensamos en capitular. Eso se había hecho patrimonio de algunas ricas hacendadas. Tampoco su dinero sirvió para pedir por las almas de los patriotas.


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