Opinión

Política de primera instancia e instrucción (Raquel Mena)

De un tiempo a esta parte, en este país se ha formado una extraña constelación, la constelación de los jueces estrella. Es curioso presenciar como se les vitorea a la puerta de los juzgados, como han dejado atrás el anonimato, el papel secundario que la justicia de este país siempre les otorgó y como, sin ningún pudor, actúan en consecuencia. La una de los unos, el otro de los otros y así sucesivamente hasta llegar al jefe supremo,  que pavonea su plumero contrario a la imparcialidad.

En la pelea de gallos que nos sacude hoy en día, cada uno de estos jueces inventa su propia versión de los hechos para poder imputar al máximo número de enemigos ideológicos, aunque estos reduzcan su culpabilidad a una simple declaración en la que rara vez dicen la verdad.

¿Se imaginan ustedes que en el previo de un partido de fútbol, el árbitro se paseara por los alrededores del estadio con la equipación de uno de ellos? Qué escándalo ¿verdad? No lo consentiríamos bajo ningún concepto. Pero como suele ocurrir en este país, lo verdaderamente importante, se convierte en pecata minuta.

Ajena a este gremio laboral, los juicios que emito a diario solo afectan a mi persona y a la opinión que tengo del resto. Ahora bien, los jueces y juezas que con tanto sacrificio han conseguido su plaza, tienen para con los ciudadanos y ciudadanas la importantísima responsabilidad de ser imparciales. Esta maltrecha y maltratada sociedad no merece que la inmunidad y el castigo se repartan entre la corrupta clase política con tanto descaro.  Exijo pues, una suerte de celibato político para este gremio, o me veré en la obligación de delinquir en la ciudad donde el juez de turno sea “de los míos”.


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