Opinión

Memoria/Mausoleo (Francisco Pimentel)

Voy todos los días. Desde que hicimos las catas y las cerramos dejando todo tal como estaba no he podido dejar de ir ni un solo día. Casi siempre por la tarde a última hora, aunque también por la mañana, y algunos días dos veces. Antes de la investigación yo pensaba que ya había tenido todo el dolor que se podía tener por el asesinato del abuelo que no había conocido vivo, pero que había conocido por los relatos de mi abuela, su viuda, en el camino que tan a menudo haciamos desde la calle Puya hasta las fosas del cementerio.

Ahora cuando subo la calle La Bola hasta el parking y la avenida de la estación me recuerdo que allí terminaba Ronda. Luego casi todo era campo con algunas pocas casas dispersas y llegando al paso nível me deslumbraba el verdor de los campos de cereales. Según la época había más o menos flores. Las cañas del trigo me superaban en altura. Era otro trigo. Y cada día voy recordando todos aquellos pasos y palabras que mi abuela dejaba caer en mis oidos, no sé si queriendo o involuntariamente, pero que me ayudaron mucho a saber como era el mundo, mejor dicho la sociedad, porque el mundo, antes o ahora es el que es y somos nosotros, la sociedad, que lo hacemos grato o nefasto.

Junto a la gran dolencia con la que hemos vivido toda la vida los que sabiamos que nuestros familiares estaban allí tirados amontonados revueltos después de haber sido asesinados hay ahora otro dolor: haber comprobado que están ahí, haber estado tan cerca, haber visto algunos de sus restos y no haber podido sacarlos para enterrarlos dignamente. Ha sido muy doloroso haber tenido que cerrar las catas, esas ventanas por las que hemos visto un poco del horror de 1937.

Pero está el consuelo de saber que los rondeños y serranos hemos comenzado el camino para recuperar la verdad, la justicia y la reparación. Y también la alegría/tristeza que hemos visto en aquellos que han estado en el cementerio para preguntar si sabiamos algo de sus familiares obligadamente desaparecidos por la fuerza de sus domicilios con nocturnidad y alevosía. Nos hemos sentido útiles cuando hemos sido capaces de encontrar datos de y comunicarlo a sus familiares. Gente que ha estado 76 años sin saber qué había sido de su padre, su tío, su hermano, su abuelo, que se lo habían llevado una tarde/noche/madrugada para unas preguntas y ya no habían vuelto, ni nadie les dio ninguna razón, ni esperanza, ni desesperanza, nada. Desaparecidos. Como si no hubieran existido. Pero eran nuestros familiares, a través de los cuales habiamos recibido la vida, y no podiamos olvidarles. Hombres y mujeres jóvenes, llenos de vida y de ilusión que lucharon contra la negritud del fascismo por un mundo justo, sano y equilibrado.

Para algunos de estos familiares ya hemos tenido respuesta y se han emocionado y han llorado. Nosotros también. Y hemos pasado muchas noches sin dormir, pero es una gran satisfacción saber que como decía Winston a su verdugo en la novela  “1984” de George Orwell: “De un modo o de otro fracasareis… al final sereis vencidos. Antes o después os verán como sois… Hay algo en el universo, algún espíritu, algún principio, contra lo que no podréis”.

Todos estos pensamientos me acompañan cada día en el camino a las fosas junto con la inquietud de poder encontrar todos los documentos necesarios para dar respuesta a tantos hombres y mujeres que llevan toda su vida con un interrogante y una herida en su ánima.

Ahora tenemos dos retos en la asociación: recibir la ayuda necesaria para las exhumaciones y buscar los medios que nos permitan hacer el monumento-mausoleo de la verdad, la justicia y la reparación de Ronda.


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