Opinión

La moral, patrimonio de los privilegiados (Manuel García)

Con frecuencia utilizamos la palabra moral para referirnos simplemente al estado de ánimo en el que nos encontramos, esta acepción psicológica de la moral no es el que responde a su etimología en el que hace referencia a la moral como forma de vida, como valoración de las cosas según conciencia. Si se trata de elegir la vida que nos toca, la elección estará en función de los recursos y así a medida que los recursos crecen las posibilidades aumentan y la moral se manifiesta con más resplandor , hasta el punto que poder y moral llegan a parecer sinónimos, la Moral Católica y el Poder de la Iglesia, la ética del marxismo y el poder comunista, etc. La valoración que hacemos de lo justo o injusto, solo es patrimonio de los que imparten la justicia y por lo tanto tienen poder para ello. La moral siempre preside los actos en los que se toman decisiones y hay margen para hacerlo bien mal o peor, esto abre la puerta para clasificar las conciencias en relajadas o laxas y conciencia escrupulosas que son dos modos extremos de interpretar. Alguien con consciencia laxa (es decir, relajada) es una persona que está dispuesta a hacer cosas que su consciencia considera incorrectas si esto le resulta ventajoso. Una persona con consciencia escrupulosa no cede y se mantiene en sus principios fieles a sus obligaciones que le toca en la simbiosis de la vida en la que hay que aportar para recibir, a nadie se le debe consideración por su bella cara, hay que mantener y fortalecer los lazos con aportaciones porque en la vida nada es gratuito. En este mundo en el que las conciencias teóricamente ponen límites a los excesos, aparecen ambiciosos, héroes y caudillos que se creen señalados por el dedo de la historia y obligados por ello a ser salvadores de una ideología o doctrina, dioses de una patria inventada por ellos mismos y a veces por otros a los que le deben pleitesía, acatamiento y reverencia.

En varias ocasiones he oído hablar de la guerra a personajes de grupos subversivos y arrepentidos cuando ya la muerte no tiene vuelta para los muchos que la han perdido, dicen que la guerra la componen grupos de jóvenes que no se conocen ni se odian pero que se matan entre sí y grupos de viejos babosos que se odian profundamente pero no se hacen daño alguno. Los inocentes sufren las consecuencias de su propia inocencia y disparan obligados por las órdenes que convierten sus muertos en glorias por razones de la guerra sin un honesto ni claro sentido, solo el simple amparo de la moral de los que la provocan. Todo este desbarajuste en el que las conciencias se regulan por ideales más que por necesidades como debiera ser, hay muchos aprovechados que remontan con facilidad en el escalafón, ascensión asistida al amparo de las conciencias relajadas de los libertadores nacidos entre los propios oprimidos que se convierten en opresores cuando alcanzan el poder y desenmascaran su tiranía. El tribunal del hombre es su conciencia, decía Kant. Habrá que ver qué clase de tribunales hay cuando las conciencias son como son, cuando como en el caso de España hemos estado gobernados por quienes todos sabemos y su moral es la única que ha puesto límite a sus abusos. No hay duda que en las personas que no tienen poder, la moral de sus actos no entra en valor porque en el reparto de la nada no hay desigualdad. Ha habido en la historia, los hay y los habrá tándenes en los gobiernos en el que la imagen del gobernante ha sido vendida al pueblo mediante la de su cónyuge por su desprendimiento, humanidad y generosidad preocupándose por los más pobres mientras el gobernante campa a sus anchas haciendo lo contrario. Después de la muerte de Juan Domingo Perón, Evita fue propuesta para vicepresidenta de Argentina en 1951, nominación a la que renunció por problemas de salud, entre otros. De la dictadura de su marido al socialismo de su mujer.


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