Opinión

Corrupción (Enrique Santos)

Para nuestra desgracia es la palabra de moda. Y no está de moda porque los Sentados de todos los Sillones hayan puesto en marcha la guerra para eliminarla de cualquier organismo de este país, (también para estos casos España), sino porque intentan taparla como sea y cuando se escarba un poco en alguno de ellos, en cualquiera, solo aparece podredumbre.

La corrupción es una práctica que busca, para sus usuarios, el provecho económico o de cualquier otra índole utilizando los medios o funciones propios de la organización de la que forman parte, pública casi siempre. Se encuentra a todos los niveles y es llamada así cuando estos son altos y sus consecuencias muy notorias. Toma la derivada de corruptela en el diario devenir a ras de calle.  Este último nombre parece disminuir su malignidad tranquilizando las laxas conciencias de sus habituales.

Es una práctica tan nefasta que, cuando los regímenes no son escrupulosos en su control aplicando con rigor la Ley, se extiende a gran velocidad como una mancha de aceite muy fluido que todo lo contamina y ensucia. Ese es el estado de nuestra Nación a día de hoy: una gran mancha de sobornos, prevaricaciones, estragos, pudriciones y vicios en la Administración. Enriquecimientos escandalosos, cuentas en paraísos fiscales, propiedades bajo testaferros, repartos de cargos y prebendas y connivencias silenciadoras lo certifican.

Esta expansión es resultado de un sistema, eufemísticamente calificado de democrático, con partidos cerrados de jerarquías piramidales y férreo poder, plasmado en unas listas cerradas y confeccionadas por los Barandas donde se premia a sumisos, halagadores y cortos de vista profesionales, casi siempre mudos voluntarios. Sistema donde no hay confrontación de ideas o propuestas ni deseos de mejora sino luchas a muerte para descabalgar al “otro” por cualquier medio. En el que se quieren “militantes” de aplauso fácil y ausencia de objetividad, (adocenadas masas de seguidores o hinchas), que permita disponer de sus acríticos votos en cualquier ocasión, pase lo que pase y legisle como legisle el dios de turno.

Se ufanan, los que corporativamente componen la Clase bajo alguna sigla, de que la mayoría de sus iguales son honrados, (habitualmente hablan de honestos, trasladando un americanismo que aquí tiene un muy distinto sentido), que sí es un deseo en los ciudadanos pero una falacia entre los profesionales de la política. Y lamento profundamente tener que decirlo así, pero temo no equivocarme.

Es cierto que los corruptos per se son pocos, pero la corrupción admite distintas maneras o grados en su práctica, puede ser activa, pasiva o neutra. El perfecto corrupto es el Activo, ese que usa todo lo que encuentra a mano para medrar. Aquel cuyo universo de derechos empieza en su estómago y termina en su epidermis y que tiene tal capacidad de absorción que tras su paso no deja ni polución, a veces ni sombra. Son pocos pero crean escuela y suelen estar dotados de una verborrea muy convincente. Siempre mentirosa y demagoga.

Después aparecen los Pasivos. Colocados en la proximidad de los anteriores, en su círculo y cual perro fiel, (están a las migas que caen de la mesa). Pagados de sí mismos y autoconvencidos de sus hazañas, (¿?), en grandes Carreras que normalmente no alcanzan ni el bachillerato. Siempre complacientes con el “amo” del que hablan muy bien en público callando lo que ven entre bastidores.

Finalmente nos encontramos con los Neutros, la mayoría. No parecen malas personas ni se aprovechan demasiado del puesto pero, por no complicarse la existencia o por miedo al escándalo, la vergüenza, la pérdida del cargo o del prestigio, callan cual jirafas ante los desmanes. Cierran los ojos al ver el latrocinio. Hacen oídos sordos a las reclamaciones de sus administrados. Aprietan el puño para no firmar escritos de denuncia. Y, sobre todo, dejan correr los problemas y entuertos esperando que el tiempo los solucione de la manera que menos les señale.

Corrupción, señores, corrupción por todos lados y aquí.


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