Opinión

La solidaridad, personaje del año (Antonio Sánchez Martín)

A tres días de que concluya el funesto año 2012, los distintos medios de comunicación lanzan por doquier sus distintas propuestas para designar a los que, -a su criterio-, merecen por sus méritos o deméritos, el pomposo calificativo de personajes del año. A buen seguro que entre ellos no faltarán figuras como Barack Obama, reelegido presidente norteamericano y en cuyo honor cuenta no haber conducido al mundo a ninguna nueva guerra, -que ya es mucho-, abandonando incluso parte de la presencia militar de sus tropas en los diversos conflictos abiertos en el mundo, en una firme apuesta por la paz en un planeta cada vez más sediento de ella.

También, sin duda, se postulará para el título a la figura de Ángela Merkel, empecinada en un rigor económico que está complicando la solución de esta maldita crisis que está dejando en la ruina a demasiadas personas. Cada vez son más las voces autorizadas que critican su política, -que tiene mucho de electoralista ante sus votantes-, y ya son mayoría los que, viendo las dramáticas consecuencias de tanta austeridad, apuestan por incrementar la inversión pública para dinamizar la economía, sobre todo realizando infraestructuras como puertos, autovías y líneas de alta velocidad que aportan un alto valor añadido en las zonas geográficas donde se construyen.

O tal vez, como Angela Merkel en Europa, Mariano Rajoy en España se ponga, para bien o para mal, en el punto de mira de ese ranking anual de popularidad. No lo tiene fácil el Presidente del Gobierno español y sólo deseo que tengan éxito las durísimas medidas adoptadas frente a la difícil situación heredada y a las amenazas especulativas de los mercados para mantener a flote el barco del país, y que los daños y perjuicios sufridos hasta ahora no vayan a más.

Concluirán conmigo que, por quinto año consecutivo, el personaje negativo del año ha sido una vez más la crisis que nos asola, pero como dice el refrán que “no hay mal que cien años dure” y sirve de poco ser pesimista, prefiero ver el lado positivo de las cosas y aplaudir desde estas líneas, con las que concluyo el año, la creciente solidaridad que se aprecia en nuestra sociedad como respuesta y ayuda a quienes peor lo están pasando en estos durísimos momentos.

Una vez más se hace bueno aquello de que sirve de poco quedarse plantado de brazos cruzados mirando al cielo, esperando un milagro, o confiando que los políticos, -que en muchos casos fueron los propios causantes o agravantes de la crisis-, encuentren ahora la solución a los problemas. Me causa una honda satisfacción reconocer en este esfuerzo el papel primordial de las familias, verdadera estructura de la sociedad desde la que se está combatiendo y compartiendo con sus miembros más necesitados lo poco o mucho que se tiene… Hermanos que se ayudan entre sí y padres que vuelven a acoger en su casa a sus hijos, que regresan abatidos por la condena del desempleo, algunos incluso con su mujer y sus hijos.

Buena parte de los ocho millones de pensionistas que tenemos en España, ponen todos los meses a disposición de sus hijos más necesitados sus humildes ingresos, a expensas de sacrificarse y renunciar un año más, -como ya hicieron durante toda su vida-, a esos pocos días de vacaciones bien merecidas del INSERSO, en Benidorm o en cualquier otro destino, que les permitirían ahora disfrutar y compensarles de tanto trabajo y de los desvelos que hicieron para sacar adelante a sus familias durante los duros años donde el estado del bienestar era todavía una utopía pendiente de conquistar, y ahora a punto de perderse.

Me satisface enormemente ver como crece a pasos agigantados la solidaridad de la gente de la calle, -entre las cuales me cuento-, y ver esos carros rebosantes de comida que las asociaciones y demás colectivos sociales colocan a las puertas de los hipermercados para ayudar a los más necesitados. Esos carros los llena la “conciencia social”, harta ya, -como decía-, de esperar a que otros soluciones los problemas, y harta ya de ver sufrir a sus hijos y a personas cada vez más cercanas a su entorno familiar.

Por fin nos damos cuenta de que en nuestra propia humildad, -y no en el falso orgullo de sentirse más que nadie-, está buena parte de la solución a esta crisis que tanto sufrimiento nos causa. Muy pocos están llamados a cambiar el mundo, como Barack Obama, o Europa, España o, si me apuran, siquiera Ronda. Nuestro papel, -el de personas como tú y como yo-, es ayudar desde nuestra humildad, (gigantesca e imprescindible humildad, -diría yo-), intentando ayudar en ese medio metro que a todos nos rodea y en el que cada día descubrimos a nuevas personas que lo están pasando mal.

Y concluyo citando una vez más aquel certero refrán árabe que decía que “si cada uno barriera su puerta, al final toda la calle estaría limpia”… y otro mundo mejor sería posible, añado yo. Les deseo, queridos lectores, un muy feliz y, sobre todo, próspero Año Nuevo, y si por desgracia no lo fuera, que al menos seamos capaces de mantener esta solidaridad más allá de las típicas fechas navideñas, durante cada uno de sus trescientos sesenta y cinco días, a ser posible.


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