Opinión

PGOU: Los Villalones (cuento) (Pedro Enrique Santos Buendía)

Érase un reino entre montañas con su hermosa capital encumbrada sobre impresionantes roquedos. De buena extensión, dominaba algunas aldeas que se repartían por el mismo. Este reino era gobernado por el Consejo de los Veintiuno, número de las cómodas poltronas donde se sentaban los primeros de las listas que presentaban las distintas cofradías. Para confeccionar las mismas sus capitostes hacían secretos cónclaves en sus sedes y elegían habitualmente a los más fieles y condescendientes sin dar importancia a su valía. Tras aposentarse en sus Sillones once de ellos se ponían de acuerdo para que nadie más les chistase durante su mandato, caracterizado por no querer ver ni oir los disparates que pudiesen llevar adelante cualquiera de los otros diez. Por supuesto al Sentarse olvidaban las promesas que habían hecho a los plebeyos que confiadamente habían optado por tal o cual de las cofradías.

Acertó a pasar por aquel reino un buen y honrado emprendedor que descubrió la aldea de Los Villalones, situada en sus confines y olvidada desde siempre por todos los Veintiuno que habían sido. Tan olvidada estaba que vivían míseramente, sin ninguna de las comodidades que en el reino y en esos tiempos se consideraban imprescindibles.

Hombre imaginativo y con visión de futuro decidió invertir allí  levantando una magnífica residencia para los mayores con todas las comodidades. Sería una actuación absolutamente respetuosa con la aldea y el entorno que la transformaría en un hermoso pueblo digno de ser vivido. Los vecinos contarían desde entonces con esas comodidades que tanto habían echado en falta sin poner una peseta y, en unos tiempos difíciles y con negras expectativas, se crearían numerosos puestos de trabajo. Los villaloneros no cabían en sí de gozo.

Presentó la propuesta al Uno de los Veintiuno que se rió de él por lo bajini entreteniéndolo durante años y sin permitirle hacer nada. Cuando cambiaron aquellos y llegaron los siguientes, aparentemente muy formales y respetuosos con los derechos de sus siervos, habló con ellos, especialmente con las dos autoridades que controlaban a los Once. Las Dos se quedaron encantadas y le confesaron que igual propuesta llevaban en sus alforjas desde siempre, por lo que le darían todas las facilidades y le prometieron que ya no habría más problemas para su residencia.

Lanzaron a sus voceros dando la buena nueva. Se publicaron pasquines y bandos para que  por todos fuese conocida. Todo parecían mieles y esperanzas en vísperas de la Navidad. Pero era pura apariencia. Como en todos los buenos cuentos apareció la maldita bruja para estropearlo. Por esas tierras la bruja era un rey mago llamado PGOU, que llegó con el estío y con fuertes compromisos contraídos con algunos fieles. Fieles o colaboradores que, a modo de negocio fácil, pretendían una parecida actuación y para los que debían desenrollar alfombras de terciopelo al par que quitar de enmedio cualquier competencia o estorbo.

Hízose así y a nuestro pobre emprendedor, que tenía presentada formalmente y según ley su propuesta, le cerraron las puertas. Con excusas que un niño no pondría y argumentos reñidos con la razón y el buen entendimiento lo mandaron al reino del NO. Reino ese donde solo el capricho, la sinrazón, la injusticia y el medro personal gobiernan.

Y en Los Villalones no fueron ya felices ni comieron perdices.

P.D.: en forma de cuento es más digerible. La realidad es tan dura que ni dientes, muelas y tripas pueden con ella.


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