Opinión

Del cerdo, hasta los andares (Antonio Sánchez Martín)

Hace unos meses tuve ocasión de leer un magnífico artículo de mi colega de opinión, Manolo Jiménez (-colaborador de este periódico que últimamente se prodiga poco-), titulado “Del cerdo, hasta los andares”; donde venía a decir, -y no sin razón-, que de esos países como Portugal, Irlanda, Grecia y España, a los que los anglosajones llaman “cerdos” (por la traducción de su acrónimo en inglés PIGS, -con “S” de Spain-), le gustaban hasta los andares, como decimos por aquí.

Y lo decía con toda la razón del mundo, porque esos depravados especuladores de habla inglesa ponen como ejemplo económico la fabril productividad de países emergentes como China, India y otros del sureste asiático, donde buena parte de esa productividad se consigue a base de privar a los trabajadores de sus más elementales derechos laborales, sin derecho a huelga, en extenuantes jornadas de catorce horas de lunes a domingo, y con la carencia absoluta de un sistema de previsión sanitaria que cubra sus bajas por enfermedad o por accidentes laborales.

Así también consigo yo altas cotas de productividad, -¡no te jode!-, pero el arte y la calidad del producto español (-venía a decir Manolo Jiménez-) está en mantener el bienestar social que se disfruta en España respetando todos esos derechos, y no sólo de palabra, sino dándoles el rango de Derechos Constitucionales; y por eso venía a concluir que a él “del cerdo le gustaban hasta los andares”, -como solemos decir por aquí-, pues no en balde el jamón ibérico es el producto bandera nacional, apreciado internacionalmente por los más exigentes paladares.

Y me acordé de aquel artículo escuchando ayer al candidato del partido republicano norteamericano, Mitt Romney, despreciar a nuestro país nada más comenzar su debate contra el presidente Barack Obama, diciendo que el no quiere que los Estados Unidos sean en el futuro como España, como si nuestro país fuera la chica hispana, pobre e inculta, a la que los americanos están tan acostumbrados a despreciar por su proximidad a países como México y otros de la América Central, que les exportan grandes contingentes de inmigrantes a los que en algunos estados, como Arizona, incluso se les permite perseguir y tirotear en la frontera, como si fueran simples alimañas y hubieran perdido su dignidad como personas.

No sé si cuando el candidato republicano habla así repara en la gran cantidad de compatriotas norteamericanos que residen en nuestro país, especialmente en la Costa del Sol, en las Islas Baleares o en Canarias; o si los ingleses, suecos, finlandeses y germanos (-que a menudo les ríen las gracias y les aplauden los chistes-) reparan igualmente que tienen tomado literalmente Benidorm y toda la costa levantina, donde hay pueblos con más residentes extranjeros que españoles, o que “cerdos” del terreno, como diría Mr. Romney. Algo bueno tendremos cuando eligieron nuestro país para vivir.

Deberían reparar esos –yankees- que tantas lecciones nos dan, que la crisis empezó por su culpa y por aquellas “hipotecas basura” que concibieron sus diabólicas y pervertidas mentes comerciales, -o debería decir mejor “especulativas”-, pues sus constantes ataques a la imagen de nuestro país sólo tienen por objeto que sus inversores (-otro eufemismo-) obtengan rentabilidades astronómicas vendiendo seguros para garantizar el pago de la deuda que les vende el estado español (-la famosa “prima de riesgo”-) y sigan forrándose inmoralmente con la ruina que causan en esos países a los que ellos llaman “cerdos”.

Dudo mucho que Romney llegue a leer estas líneas antes de las elecciones presidenciales norteamericanas, pero sí les quiero decir a sus compatriotas que en España, a pesar de nuestras ruinas y de la maldición de nuestros banqueros, políticos y sindicalistas, se sigue viviendo dignamente; -con dificultades, pero dignamente-, gracias, eso sí, a la generosidad y solidaridad de las familias y de colectivos sociales como Cáritas, que se desviven por ayudar a los que peor lo pasan en esta puta crisis.

Y si no, que el candidato republicano se lo pregunte a sus miles de compatriotas que se pasan el día tendidos al sol bronceando su barriga –hinchada de molicie- sobre la arena de las playas españolas. Que digan ellos a cuántos españoles ven a diario mirando dentro de un contenedor de basura, o que expliquen por qué se operan en nuestros hospitales, o por qué las universidades norteamericanas fichan a los jóvenes investigadores españoles que más prometen; unos jóvenes que, por cierto, pudieron estudiar gracias a que nuestro estado del bienestar les permitió hacerlo sin necesidad de trabajar.

No me venga con desprecios, Mr. Romney, porque no lleva más razón quien más presume. Entre otras cosas, porque no envidio para nada la impiedad de su país, donde se desprecia la vida humana y donde se permite llevar un arma y pegarle un tiro -sin antes preguntar- a cualquiera que entra en su propiedad (como pasó recientemente con un chico negro). Y no me dé ejemplos desde un país donde, si no tienes dinero, te mueres de asco como una rata; o que tiene una policía que a veces está deseando que el detenido se mueva lo más mínimo para acribillarle a balazos; o desde el deplorable ejemplo de algunos de sus soldados que se orinan encima de los prisioneros.

No me presuma, Mr. Romney, porque ustedes son hijos de nuestra misma cultura, sólo que Norteamérica tiene aún la arrogancia que caracteriza a los jóvenes, pues joven es un país que apenas tiene doscientos años de existencia cuando la cultura de sus padres europeos tiene dos milenios. Y la prueba de que son ustedes unos hijos de nuestra misma cultura es que se pasan el día invocando a Dios a cada momento y en cada discurso, cuando el verdadero mensaje de Jesucristo no es que sus files le alaben con sus labios, sino que le demuestren su amor ayudando a los más necesitados.

Y finalmente, Mr. Romney, no me dé lecciones de una sociedad que se ve obligada a recurrir aún a la pena de muerte para mantener el orden público, donde a veces se ejecuta a retrasados mentales, y donde a los familiares de las víctimas se les permite presenciar la ejecución desde el otro lado del cristal de la macabra sala, mismamente como si estuvieran en un cine y sólo les faltara asistir a la “película” con algo tan americano como un paquete de palomitas entre las manos mientras dura la “función”. ¡Váyase usted a la mierda, Mr. Romney!, y métase su país donde le quepa; que a mí, del mío, por muy “cerdo” que a usted le parezca, me gustan hasta los andares.


Un comentario en “Del cerdo, hasta los andares (Antonio Sánchez Martín)

  1. Santiago

    totalmente de acuerdo……

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