Opinión

Más y más de menos y menos (Manuel García Hidalgo)

La visión es un sentido que permite al cerebro percibir las formas, los colores y el movimiento de todo lo que nos rodea. Con ello obtenemos como resultado una abstracción del mundo de nuestro entorno. Metafóricamente y por extensión, se puede definir la visión como la capacidad de entender, interpretar, conocer y en general, enterarse de cosas y situaciones que se nos plantean o presentan. O sea que dicho así, un ciego puede ser el que más vea.

Una magnitud geométrica con mucha aplicación en óptica es el llamado ángulo sólido que es el cono que envuelve un objeto observado desde un punto de mira. Es para explicarlo como si miráramos el mundo con un cucurucho de helado para entendernos, y así cuando se trate de ver algo muy lejano el cucurucho estará más cerrado, y tanto más abierto cuanto mas cerca de los ojos tengamos el objetivo al que tiene que envolver hasta un máximo de 180º que es la visión máxima.

Sentados en este símil respecto a nuestra visión de la vida, nos encontramos en un escenario en el que estamos constantemente investigando y pretendiendo ver más allá de lo que se ve con abrir los ojos simplemente. Inventamos ver y conseguir lo lejano, lo difícil, lo competitivo en una desenfrenada carrera hacia los logros y metas, por lo que por así decirlo nos empeñamos en cerrar cuanto más el ángulo sólido con el fin de ver cuanto más lejos mejor.

Se valora la buena imagen física, inteligencia, salud, optimismo, autoestima, cultura, habilidad en las relaciones sociales, éxito en el trabajo y en definitiva eficacia, esto es, conseguir lo que nos proponemos sin recurrir a esfuerzos o medios distintos o superiores a los previstos.

La gran tragedia vital es que nacemos de unos padres que normalmente creen y nos hacen creer que somos extraordinarios, especiales por el simple hecho de existir, pasamos los primeros tiempos de nuestra vida en un contexto en el que no hay que merecer para obtener, en el que para tener solo hay que pedir. Pero poco a poco nos vamos dando cuenta, que para el resto del mundo no somos nada de fantásticos, ¡no creen que seamos fantásticos simplemente por existir! Así que, en cierto modo, nuestro ego queda tremendamente herido, y esto hace que mucha, mucha gente, luchadora por cierto, intente compensar esta disminución de amor a través de los logros. Como consecuencia, hemos llegado a integrar la cadena esfuerzo-logro-producto y consumo que configura la sociedad en que vivimos en un lugar que valora a la gente en función de objetivos conseguidos.

En respuesta a esta demanda de logros han aparecido un océano de posibilidades que tenemos a nuestro alcance, es la relación en el plano económico entre producción y consumo, una explosión de opciones que nos paraliza.

La libertad es el bien más preciado y la libertad es la posibilidad de elegir, necesitamos ser autores de nuestras vidas, y ante tanta elección, nos encontramos solos, nos agota, y nos pasa factura al producir el efecto contrario al pretendido. La libertad se ve desvirtuada ante tanta elección, se nos esfuma la vida eligiendo entre la cantidad ingente de posibilidades que se nos presentan hojeando la multitud de catálogos en los que se ha convertido nuestra vida cotidiana. El consumismo es como una mano invisible que actúa sobre las personas sin que ellas se den cuenta y que nos lleva a lo que comúnmente conocemos como tener por tener, sin pensar que tener más no es sinónimo de mejor.

Nos falta tiempo para lo esencial, lo que realmente nos hace útiles y felices que es estar con los nuestros y con los demás. El concepto de “los nuestros”, también se relativiza, los nuestros pueden ser mucha gente, desde todos los de mi pueblo hasta sólo mi mujer y yo, y a veces sólo yo. Todo depende de cuanto estemos preparados para compartir o en qué medida seamos capaces de sentirnos identificados entre nosotros.

Esta carrera desenfrenada a conseguir nos ha llevado a tener más y más de menos y menos sin saber para qué.


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