Opinión

Del cerdo hasta los andares (Manuel Giménez)

Oye, ahora que parece que todo en España es malo y nada tiene remedio, merece la pena que pongamos las cosas un poco en su sitio. De este país no se para de hablar de su tasa de paro, de la burbuja de la construcción, de la corrupción política y la dictadura de los banqueros sin escrúpulos. Se habla de que se está desmembrando el estado del bienestar, de la sanidad pública, las pensiones, las becas para estudiantes. Y aquí me encuentro, en la Puerta del Sol, a 12 de mayo de 2012, y parece que hasta nosotros nos lo hemos creído:

Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, derrochando la riqueza que generábamos porque nos hemos aprovechado de las pobres gentes del tercer mundo. Nos hemos comportado como nuevos ricos, como un Rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba y ahora sólo podemos lamentarnos. Nos acompañan en esta sentencia definitiva otros pocos vecinos europeos, a quienes se les señala con el dedo: derrochadores, corruptos, culpables de imprevisión, evasión de impuestos, desempleo y dinero negro. Portugal, Irlanda e Italia, Grecia y España: “P.I.G.S”, cerdos. Los países cerdos.

En las columnas de opinión de los grandes diarios económicos, el Financial Times o el Wall Street Journal, se habla abiertamente y sin rubor del ocaso de esta vieja Europa, que sucumbe a los pies de los “BRICS”: el conjunto de países formado por Brasil, India, China y Sudáfrica. Esos son los países que crecen, los dinámicos y florecientes. En ellos está el futuro, en nosotros, como mucho, el pasado. En las escuelas de negocios de las grandes universidades extranjeras sólo interesan sus modelos de negocio, sus bancos, sus cifras de crecimiento. Todo el mundo quiere comprar allí, vender allí, fabricar allí.

Bueno. Pues es mentira.

No pienso hacer un elogio del pasado de Europa. No hablaremos del nacimiento de la política, la democracia, los derechos humanos, económicos y sociales, las constituciones o la ecología.  Todo eso pasó y es cierto que también provocamos varias guerras mundiales, sangrías en nombre de Dios y la civilización y arruinamos esta tierra con nuestra irresponsabilidad contaminadora.

Me limitaré a discutir los modelos de cohesión social de unos y otros a día de hoy. Basta de mentiras basadas en la cifra de crecimiento y del producto interior bruto. ¿cómo están creciendo en China, Rusia y la India? ¿de quién es ese crecimiento? Más allá del paradigma de que en estos países los ricos son cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres, la evidencia más demoledora es la imagen de lo cotidiano. Junto a sus grandes estadios para eventos deportivos, sus centros de negocios con rascacielos que surgen de la noche a la mañana y sus inmensos aeropuertos, nos encontramos unos países sin aceras ni alcantarillado. El transporte público, cuando lo hay, es contaminante y obsoleto. Las grandes universidades y los hospitales son privados, exclusivamente por y para ricos. El resto de la población les contempla sin mucha queja porque nunca han aspirado a mucho más.  Su deseo es una vida un poco más digna, les han enseñado que con eso debe bastarles.

¿Y en los cerdos, qué? Aún con nuestras miserias, que son muchas, hace ya tiempo que entendimos que en verdad todas las personas somos iguales en dignidad y que, por tanto, ninguna discriminación cabe por raza, religión, sexo u orientación sexual. Tampoco por no tener dinero para pagar un seguro privado o un colegio concertado. No hemos conseguido alcanzar ese ideal, pero seguimos luchando por él.

No hace tanto, España, Portugal y Grecia padecían bajo regímenes dictatoriales.  Hoy en la calle se discute de política, de corrupción, de banqueros, desempleo o deuda externa. Ahora no estamos creciendo, ni es nuestro mejor momento, sin duda. Pero no estamos dispuestos a renunciar a un punto de partida inalienable: la igual dignidad de todos los seres humanos y el derecho, de todos, a una vida digna, sostenible y en paz con la naturaleza.
No todos los modelos de crecimiento pueden presumir de lo mismo.

Y, si somos cerdos, vale. Pues yo, del cerdo, hasta los andares.

Que quede claro.


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