Opinión

El Huerto, una celebración singular en Benaoján (José Becerra Gómez)

Si en el transcurso de la Semana Santa son mínimas las referencias que cabrían destacar, es en su epílogo cuando un acontecimiento de índole entre religioso y profano concede a este pueblo notable protagonismo haciendo que destaque de los del resto de la Serranía de Ronda. Es la celebración del Niño del Huerto, en el domingo de Resurrección.

Entra, en efecto, en ese tipo de acontecimiento de carácter local que trasciende de la propia comarca y suscita interés y curiosidad fuera de ella por la singularidad de sus raíces y la insólita “puesta en escena”, a juzgar de sus organizadores, casi siempre espontáneos que no se perdonarían la pérdida de la tradición remontada a finales del siglo XIX.

Las fuentes documentales hablan de los inicios de la fiesta como del intento de plasmar en la mentalidad campesina y escasamente instruida de la época el misterio de la muerte y resurrección del Mesías echando mano de la alegoría y lo anecdótico.

Tras el martirio y muerte de Jesús en la cruz se anuncia a la Virgen su vuelta a la vida terrena, hecho que en los primeros asentamientos cristianos del antiguo Ben-Oxan de origen árabe(el Benaoján de hoy), interpretan a su modo y lo sitúan en un huerto en donde Cristo reaparece pero encarnado en un tierno Infante.

Hasta allí llega su Madre después de buscar inútilmente por las calles del pueblo (suceso que se plasma en la procesión de la imagen por las principales calles al atardecer), acto que se desarrolla entre el regocijo de todos, y con Hijo regresa hasta el templo bien entrada la noche.

¿Se imaginan un huerto con todos sus atributos en mitad de una población? Palmeras, agua, frutos… Un lugar idílico para pasar una feliz jornada entre bailes y actuaciones de orquestas, desde las primeras horas del día, momento en que el Santo Niño hasta allí se traslada en medio del bullicio de la gente joven que lo transporta en adornada andas y el alegre repicar de las campanas de la iglesia del Rosario.

En la jornada festiva, alargada sin solución de continuidad hasta que la extenuación comienza a hacer mella en los participantes, tiene como protagonista indiscutible, además de la imagen del Niño del Huerto presidiendo todo el acontecer, el roscón que se alza como símbolo de la festividad y que pende como vistoso y exquisito fruto de la arboleda del improvisado vergel.

Docenas y docenas del delicioso dulce de harina, huevo, anís y azúcar especialmente elaborado para la festividad serán degustados a lo largo del día, amén de los que se adquieren para consumir posteriormente o para regalarlos a familiares y amistades de dentro y fuera del pueblo.

Especial mención merece el Gran Rosco del Niño que durante todo el día ha permanecido a los pies de la imagen y que al finalizar la fiesta se subastará entre los asistentes por el procedimiento de puja a la llana. De grandes proporciones pero con los mismos ingredientes apuntados, la emblemática delicia culinaria, que despierta entre todos el ánimo de la competición y de formar parte viva de los elementos que garantizan la continuidad de la secular tradición, es normal que consiga un precio de varios centenares de euros.


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