Opinión

Me tomo un respiro (Ángel Azábal)

Comenzaré pidiendo perdón a aquellos compañeros y compañeras, de nuevo o viejo cuño, a quienes mis escritos o mis comentarios en radio o en televisión de los últimos quince años hayan podido ofender. En cambio, los sopapos y los insultos que a mí se me repartieron los tomaré como penitencia franciscana.

El calendario nos vence y nos doblega y hasta nos hace renunciar a cuestiones que considerábamos trascendentales. Así, los que empezamos en esto de la política pueblerina con dieciséis años y escribiendo ¡Amnistía y Libertad! allá donde entonces se podía, habíamos llegado a creernos imprescindibles y mejores que los demás. No es cierto: nadie es imprescindible y la verdad es de todos y de ninguno. Con los años uno acaba entendiendo que hay cosillas mucho más importantes que la política o los partidos.

La familia, el cuidado de unos padres enfermos, la educación de nuestros hijos o la de los hijos de los demás, la búsqueda del bien ajeno incluso a costa de la propia autoestima —cada vez más por los suelos, dicho sea de paso—, o la salud de uno mismo y la de los que nos rodean, la lectura de textos ya olvidados, la escritura pausada sin más meta que poner por escrito vivencias y pensamientos, sin olvidar las atenciones que debemos a los ocho o diez amigos que conseguimos en la vida…

Todo eso, y el sol, y los atardeceres, y la lluvia de octubre en la Alameda, y el compás de un tiento de Camarón o la grandeza de Verdi, la alegría de Mozart, la inmensidad de Mahler, el olor de los libros viejos que esperan en el estante, todo eso, ya digo, es infinitamente superior a la política o al modo como hoy día se entiende ésta por parte de algunos que no ven más allá que poder. La cuestión es: ¿poder para qué? ¿Para crear líderes mesiánicos que hacen del odio bandera o para atender las necesidades de los más desfavorecidos sin esperar nada a cambio?

O sea que me tomo un descanso que será largo, larguísimo, y que perfectamente puede acabar en rendición. La política ya no me llama. He hecho lo que buenamente he podido desde mis limitaciones escribanas. No me arrepiento ni renuncio a mis creencias políticas ni religiosas, pero después de la última asamblea del PSOE y a tenor de lo escuchado —secreto me obliga—no puedo menos que hilvanar algunas reflexiones que conducen al epílogo final.

No entiendo que se me pueda decir con la falta de inteligencia que se me dijo, que para participar o colaborar con los medios de comunicación deba tener la autorización previa de la dirección local del PSOE. ¡Hasta ahí podíamos llegar! El socialismo, la socialdemocracia, en fin, hunde sus raíces en la libertad de expresión. Cierto que en ocasiones hay comentarios que escuecen, pero se hacen o se hicieron para mejorar un proyecto en el que se cree y en el que, pese a todo y después de todo, se sigue confiando. Porque lo que es servidor sigue pensando que una sociedad necesita del proyecto de centroizquierda socialista, pero también de otros proyectos como los del PP, PA o IU. La verdad no es patrimonio de nadie y mucho menos absoluta; por tanto, sólo la libertad de opinión nos acerca a ella.

Tampoco entiendo que se afirme que se sabe de compañeros que no votaron PSOE —a lo que obliga el carné del partido— o que pidieron el voto para otras formaciones políticas. Pero menos aún que se lance la acusación y no pase nada, que no se actúe en el sentido de corregir algo contrario a los estatutos. Si quienes hicieron esta afirmación pueden demostrarla, deben sancionar a quienes así actuaron, pues de lo contrario se convierten bien en difamadores, bien en cómplices merecedores de la misma pena.

Finalmente, si los militantes no pudieran opinar o cuestionar las listas que se presentan en los procesos electorales o analizar los resultados obtenidos después de unas elecciones, si por expresar desde la valentía la libre opinión se sataniza y condena a un compañero o compañera, tal vez haya llegado el momento de hacer lo que yo hago.

Seguiré pagando mis cuotas de militante socialista, continuaré defendiendo un proyecto que creo fundamental para nuestro país, respetaré mayorías y minorías, pero nunca renunciaré a opinar dentro o fuera sobre aquello que no case con los mínimos de coherencia que uno espera de hombres y mujeres de progreso. Así pues, paso a segunda fila, me retiro y “duermo”. Porque la vida es más que un partido, mucho más que política y yo tenía abandonadas a muchas personas y demasiadas cosas que ahora, pasadillos los cincuenta, estimo de importancia capital, seguiré militando en el PSOE y colaborando con un proyecto de progreso, pero necesito un respiro, un sueñecito que entiendo me tengo merecido. Y en septiembre me leen en La Voz de Ronda… sin pedir permiso previo.


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