Opinión

¿Qué ha sido del movimiento 15-M? (Antonio Sánchez Martín)

Desde su inicio, he seguido por internet el rumbo de las manifestaciones popularmente conocidas como “Movimiento de los Indignados” que se concentraron el 15-M en la madrileña Puerta del Sol, una plaza convertida en el “epicentro” de la protesta democrática y que alberga simbólicamente el “kilómetro cero” de las principales carreteras que recorren la geografía española.

“Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, rezaba elocuentemente una de las primeras pancartas que mostraban los jóvenes indignados, a los que se unieron, física y “virtualmente”, una enorme cantidad de gente de toda edad, opinión y condición. La página de Democracia real, en facebook, sumaba a los pocos días más de 300000 adhesiones.

Apenas han pasado tres semanas y la protesta parece confusa y sin rumbo, y la esperanza de que algo cambie en nuestra encorsetada democracia amenaza con quedarse en nada. Tal vez haya influido en ello la severa derrota electoral sufrida por el PSOE (lo que situaría al gobierno socialista como una de las principales causas de la indignación) y, más probablemente, se esté desvaneciendo por falta de concretar las reformas que reclaman los ciudadanos indignados  

Las manifestaciones del 15-M surgieron por la falta de horizontes laborales y económicos de la juventud, pero también porque los mecanismos participativos de la sociedad son insuficientes, lo que demuestra el desencanto de buena parte de la ciudadanía con la democracia como sistema de gobierno capaz de dar solución a sus problemas.

Parece claro que la indignación ha estallado cuando los ciudadanos han visto a sus representantes políticos arrodillados ante la dictadura del dinero, -lo que eufemísticamente se le llama ahora “mercados internaciones”- , que condujeron al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, hace apenas un año, a adoptar una serie de medidas económicas y laborales que supusieron un grave retroceso en los derechos de los trabajadores y una amenaza para el futuro de los jóvenes. Jamás hubo una generación  mejor preparada y con un futuro más incierto.

El problema es, por tanto, la escasa valía de nuestros políticos y sindicalistas. Si ellos no nos defienden de las amenazas de los mercados y del sistema bancario ¿quién lo hará?, reza otra de las pancartas que todavía puede leerse en la plaza madrileña. La indignación contra el sistema bancario que desató la crisis es patente, y son numerosas las pancartas que exhiben las fotos de conocidos banqueros de nuestro país a los que “se busca” por culpables.

Esa indefensión, y la desconfianza generalizada hacia nuestros políticos, motiva que los indignados pidamos por aclamación la reforma de nuestra democracia. El problema no es la Política, sino los políticos responsables de ejercerla; dato importante éste, porque los indignados no somos simples “antisistemas” contrarios a la democracia, sino que pedimos su reforma para rescatar su esencia, que no es otra que la de gobernar según la opinión mayoritaria del pueblo.

Votar cada cuatro años la composición de nuestros ayuntamientos, de las cámaras autonómicas, o del congreso y el senado (cinco en le caso del Parlamento Europeo), resulta claramente insuficiente, dado que durante ese dilatado plazo de tiempo no se vuelve a contar con la opinión de los ciudadanos y el gobernante decide por su cuenta sobre asuntos que en muchos casos ni siquiera figuraban en su programa electoral.

Tras cuarenta años de dictadura, a los partidos políticos se les confió unas atribuciones y unos mecanismos de gobierno que permitieran encauzar con garantías la transición política de nuestro país; pero con el paso del tiempo esos mismos partidos han perdido buena parte de su músculo democrático y han engordando de tal modo que se han vuelto lentos y perezosos, y como un obeso más se han acomodado confortablemente en las mullidas poltronas del poder.

En cualquier empresa se renuevan las plantillas, pero en los principales partidos españoles los dirigentes son los mismos desde hace quince o veinte años. Felipe González fue seis años líder de la oposición y gobernó durante catorce. Mariano Rajoy ha gobernado ya ocho años como ministro, lleva otros ocho como líder de la oposición y aspira a volver a gobernar, sumando en total veinte años o más en la política. Parece claro que es necesario forzar la renovación de la clase política limitando sus mandatos, si queremos impedir el “estancamiento” generacional de nuestros gobernantes.  

Se me ocurre (-y así lo he publicado en la página de Democracia real, en facebook-) que para concretar los cambios que se reclaman se elabore una “hoja de ruta” con las veinte propuestas más importantes, que se lleven a las distintas ciudades españolas para que la gente las vote, y luego se trasladan al Congreso de Diputados para solicitar su debate y una iniciativa legislativa popular, en su caso. Según la postura que cada partido adopte ante las mismas, se les vota o castiga en las próximas elecciones generales del mes de marzo. Hoy por hoy, la ley electoral no da más juego.

Yo mismo les he trasladado algunas de las propuestas que recogía en un artículo titulado “Necesitamos mejorar la democracia”, entre otras, la limitación de mandatos, listas abiertas (-a muchos de nuestros nuevos concejales no les habrían elegido si a los votantes se les permitiera escoger entre los candidatos de las listas-), una nueva Ley de Referendums para que los ciudadanos expresen su parecer sobre las leyes de mayor alcance social, garantizar el gobierno de la lista más votada cuando supere el 35 % de los votos emitidos, o establecer mecanismos que garanticen la separación efectiva de poderes, sobre todo entre el político y el judicial.

Es preciso trazar esa “hoja de ruta” y concretar las reformas antes de que todo se diluya y desvanezca, o antes de que aparezca el “iluminado” de turno que aproveche la oportunidad para erigirse en líder de la indignación de millones de ciudadanos de este país, o que, por cansancio, el 15-M derive hacia un movimiento radical que justifique con sus acciones el calificativo de movimiento “antisistema”, como desearían algunos políticos y banqueros, y tener así razones para atacarlo y disolverlo. La esperanza de muchos no debe quedar en nada.


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