Opinión

Tenderos de antaño (Pepe Becerra Gómez)

El dato es demoledor para el pequeño comercio, el de toda la vida, que nació y floreció en los pueblos de exigua población de la provincia, pero también ciudades de abolengo como Ronda, y los de misma capital. 900 tiendas han echado el cierre a sus modestos negocios y el perfil estadístico de panaderías, carnicerías, y fruterías, amén de las minúsculas tiendas dedicadas a vender de todo un poco, dibujan una línea marcadamente descendente. El contrapunto lo ponen los supermercados y grandes superficies cuyos trazos lineales resultan ampulosamente ascendentes. El grande se comió al chico.

Y todo cuando al fin, el Papá Estado, tras ímprobos esfuerzos por parte de los afectados, concedió a los trabajadores autónomos la equiparación con los currantes por cuenta ajena. Baja laboral, medidas para conciliar vida laboral y familiar, incapacidad laboral, jubilación anticipada, reducción de costes al inicio de la actividad… El no va más. Han llegado tarde las medidas, pero llegaron para regocijo de millares de propietarios de tiendas tradicionales, amén de pequeños agricultores diseminados por aquí y allá. “Seguridad y garantías jurídicas”, en palabras de los impulsores del nuevo status que tanto agradecieron los herederos y continuadores de los, por ejemplo, los tenderos de antaño. Pero no pudieron resistir pese a las generosas innovaciones. Los están barriendo los poderosos.

Mi padre, que nació detrás de un mostrador y tras él permaneció durante toda su vida, de verlo no lo creería. Más de 14 horas de trabajo al día, jubilación imposible, ausencia de asistencia médica para la familia, privaciones sin cuento; así era la vida de los tenderos de hace cincuenta años, y así poco más o menos ha sido aquella hasta hace bastante pocos años. No era de extrañar que las tiendas cerraran en cuanto se podía vislumbrar unos medios de vida más gratificantes y de acorde con los nuevos tiempos.

Eso perdieron los pueblos, los pueblos de la provincia de Málaga que son los que mejor conozco ya que en uno de ellos, al norte de Ronda, transcurrió buena parte de mi vida. Eran aquellos comercios en los que se podía encontrar de todo, y hablo por experiencia propia. Alpargatas, garbanzos, arenques, ovillos de hilo, cántaros de barro, aliños para la matanza del cerdo, abecedarios y catecismos para los niños en edad escolar, juguetes de madera y peponas de cartón repintadas, polvos colorados para las cenefas de las casas, agujas de coser, chubesquis, braseros, hoces y azadas. No podían faltar el calendario zaragozano para saber el tiempo que había de esperarse durante el año, agua oxigenada y bicarbonato, parches para los callos y los resfriados, botones, cintas y lazos, vinos y licores… Necesitaría dos o tres páginas para completar la lista y aún haciéndola somera, seguro que me faltarían artículos de los que se podrían en ellos.

A las tiendas de entonces casi nunca se iba con prisas. La conversación distendida entre el tendero y el cliente (vecero en el habla popular) era inevitable. Porque además de la modesta compra de cada día contaba y mucho el hecho de la amistad entre ambos, y el interesarse por lo que a uno u otro pudiera ocurrirle era una obligación que nadie podía saltarse sin más. El trato humano, en definitiva.

¡Ay, las tiendas de antaño! Piensa uno que, lo mismo que se dictan providencias para mantener, siquiera sea en el recuerdo, antiguos oficios y para preservar fuentes, pozos, fachadas solariegas, rincones evocadores, trochas y senderos, ermitas y monumentos naturales, deberían dictarse medidas para que algunos de estos comercios de tradición secular siguiera abriendo sus puertas. De alguna manera formaron parte de la identidad de cada pueblo, constituyendo una referencia para propios y extraños.

Puede que estas novísimas directrices que ahora vemos vengan a reforzar aquellas pequeñas tiendas que, a trancas y barrancas, aún subsistan. Incluso puede que animen a mucho a abrirlas allí en donde hasta ahora eran impensables. Con nuevos horizontes, con más halagüeñas perspectivas, la tienda de pueblo, variopinta, de artículos heterogéneos; pero siempre desigual y entrañable encontraría de nuevo el sitio que ocupó secularmente.


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