Opinión

Octubre (Ángela García Salas, psicóloga)

Llega el otoño y, con él, su olor a tierra y agua, su manto de hojas caídas, amarillas y ocres, inundando cada paso, alejándonos del calor y las ventanas abiertas. Llega el recogimiento, el volver a estar de otro modo en casa, acompañados por una noche que cada vez llega más temprano, casi sin avisar, como llega el viento al mar. Vuelve Octubre, quizá gris y nublado, dejándonos huérfanos de sol constante y pies descalzos; vuelve y de la mano le sigue aquí un invierno no muy lejano, la rutina que, a la vuelta de la esquina, amenaza con instalarse bajo techo, llenando nuestro día a día de mañanas parecidas, de monotonía repetida –vuelta al trabajo, al colegio, a las comidas de invierno, a las tardes sin tanta luz, a las mañanas dormidas de noche, a las calles desnudas después de un tiempo de calidez, al dedal y a la manga larga-.

Son muchas las personas que sienten que con la caída de las hojas también vuelan sus energías y su ánimo cargado de sol, aletargando las sonrisas y avivando la apatía, que parece caminar despacio hasta llegar a casa. Algunos especialistas hablan refiriéndose a todas estas sensaciones de falta de interés, desgana por hacer cosas, falta de concentración, dificultades para dormir, tristeza o irritabilidad, de depresión o astenia otoñal. Yo personalmente prefiero verlo como una adaptación más de nuestro día a día. Son dos formas de ver la misma realidad con la única diferencia de que, en el primer caso, responsabilizamos a la naturaleza, a agentes externos que influyen en nuestro estado de ánimo, quedando éste condicionado a un mundo alejado de nuestras posibilidades de cambio. Por el contrario, en el segundo caso, a pesar de aceptar que nuestro alrededor cambia e influye en nosotros, se visualiza la dificultad como un proceso de adaptación, donde la persona es el actor principal de la escena, donde la persona puede cambiar una realidad que no siempre tiene porqué ser impuesta, donde tenemos capacidad para modificar nuestro sentir y nuestro pensamiento, llevándolo junto a la orilla de lo positivo, que siempre existe.

Es decir, de un día oscuro podemos hacer un día agradable, dándonos pequeños refuerzos – un café en buena compañía, una película con palomitas incluidas, un buen libro, hacer un pastel… -, ponernos pequeñas metas que podamos conseguir y nos hagan sentir bien, hacer más planes a corto plazo, ser más flexibles y tolerantes con nosotros mismos y con los demás, salir a correr o apuntarnos a clases de italiano porque simplemente sea algo que siempre hemos querido hacer. Pero, si tan sólo hablamos de un día triste, de un momento más apagado y oscuro de lo normal, no intentemos imponer forzosamente la alegría, ya que también es humano sentir tristeza. Así que  no nos sintamos culpables o avergonzados por ello, ¿quién nos ha dicho que se prohíbe estar triste? Se prohíbe, yo prohíbo abandonarse en ella.

NOTA: Puede enviar sus consultas o pedir cita en: angelags@diarioronda.es


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