Opinión

Paisajes serranos con figuras: Fray Leopoldo de Alpandeire (Pepe Becerra Gómez)

El día 12 de septiembre, que para más detalles el santoral señala como la fecha de exaltación del Nombre de María, tendrá lugar el acto de beatificación de Fray Leopoldo de Alpandeire. Aunque el milagroso fraile es malagueño y oriundo por más señas de la Serranía de Ronda, será en Granada ( base militar de Armilla) en donde el proceso previo a la canonización  se desarrolle. El pueblo natal mostrará su júbilo por el nuevo beato el próximo día 18 de septiembre.

El pueblo de Alpandeire – El Pandero, derivación de Al Pandair, nombre con el que se bautizó la alquería que dio origen al pueblo por tener forma de este instrumento músico tan apreciado por los árabes – se esponja a gusto en un rellano que interrumpe la fragosidad de las atalayas próximas.  A la Sierra de  Jarastepar, desde la que se columbra, en el corazón de la Serranía de Ronda,  el Valle del Genal, le sirve de identificación el puerto de Encinas Borrachas, sugestivo nombre que despierta la curiosidad de quienes son sabedores de los restos arqueológicos existentes en el lugar. Enterramientos que hablan de civilizaciones prehistóricas y, por tanto, evocadores de historias legendarias y batallas épicas, no en balde el pueblo fue fundado en el año 711, apenas unos meses después de que los musulmanes acaudillador por Tarik ibn Ziyad invadiera la península Ibérica, hecho que supuso el fin del poder visigodo en España.

El casco urbano lo forman un laberinto de enjalbegadas calles en pendiente que se encaraman trabajosamente en un cerro coronado por el cementerio. Desde él se abre a  nuestros ojos una vistosa profusión de oscuras tejas morunas, un dédalo de canchales que disputan la primacía del entorno a las tierras de labor y a campos de olivos y encinas que emergen majestuosos a la sombra plomiza de la sierra. Y coronando el caserío, los venerable muros de la iglesia que bajo la advocación de San Antonio de Padua, levantado bajo los auspicios del arzobispo de Sevilla, Diego de Deza, y que con el paso del tiempo se transformó en impresionante templo, sin parangón en los pueblos de la provincia. Como  “catedral de la Serranía” se la reconoce – enmarcado por dos campanarios de planta octogonal, atrio bajo el coro y tres ampulosas naves abovedadas y crucero cubierto con  atrevida cúpula.

Emplazamiento y templo son motivo de admiración y suscitan la curiosidad de cuantos se adentran el famosa Ruta de la Castaña, fruto pródigo en la comarca. Pero si de verdad hay un pretexto terminante apara acercarse a este pintoresco pueblo, hoy por hoy, es haber sido la cuna de  Francisco Tomás de San Juan Bautista Márquez Sánchez, más conocido entre sus devotos como Fray Leopoldo de Alpandeire. Vino al mundo este santo varón a mediados del siglo XIX y, antes de entrar en la Orden de los Capuchinos, se ganó la vida como pastor y labriego confundiéndose en la vida anodina propia del lugar; incluso llegó a mantener un noviazgo con una moza del pueblo, bautizada como Antonia y apodada “La Lobata”, todavía con descendencia en el pueblo, que es la que alimenta la realidad o fantasía de esta afirmación. No duró mucho la relación amorosa porque eran otros, según cuentan sus panegiristas,” los caminos a los que llamó el Señor”. Pronto su bondad y entrega al próximo trascendió fronteras.

Sus dadivosas acciones – cuentan que después de sufridas faenas de siega regalaba su estipendio por las veredas a los necesitados – le valieron un  hálito de hombre piadoso y desprendido que se prolongó luego en el cenobio capuchino de Granada, en donde vivió hasta su muerte loado como hombre de Dios. No se hicieron esperar los portentos y mercedes concedidos por Fray Leopoldo tras su muerte y así creció su fama, sobre toda en una muchedumbre de gente modesta y  piadosa que hacia él dirigieron sus oraciones y situaron como intermediarios en sus súplicas al Altísimo. Su rostro de campesino curtido por el sol de los caminos adorna hoy hornacinas y a modo de escapulario cuelga del cuello de quienes recibieron sus favores sobrenaturales. Su beatificación no hará sino incrementar el número de fieles que visitan su pueblo natal o el cementerio en donde reposan sus restos. Su figura se agiganta por días y el halo que la envuelve (hasta ocho milagros se le reconocen en el transcurso de su vida) se renueva constantemente entre sus millares de seguidores y devotos.


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