Opinión

Cofrades (Jose Cabello)

Dice el maestro Antonio Burgos que es muy fácil escribir de cofradías en cuaresma, que cuándo realmente tiene mérito escribir es en pleno verano. Y tiene razón, sin el olor a incienso y flores, la visita a los altares de cultos o a los besamanos y besapies, sin ver un trono de Cristo o un paso de Palio montado no es lo mismo ponerse a escribir del tema.

Pero cuando en el corto plazo de un mes vemos como en Arriate perdemos a dos cofrades como Velasco (que en momentos difíciles estuvo al mando de la Hermandad de Padre Jesús) y Salvador Conde que fue también Hermano Mayor de dicha cofradía y estaba muy unido a ella. Fui bastante amigo de él y todavía hoy recuerdo con el cariño que me firmó el libro de poesías que había presentado hace unos meses. Recuerdos de Salvador ayudando al montaje de los altares y tronos para que a su Padre Jesús no le faltara de nada, me acuerdo de Domingos de Jesús y Jueves Santos que no tenían horas en el reloj para la actividad que lo mantenía ocupado a su gran amor, su Nazareno.

También hemos perdido a otros dos cofrades de la Hermandad del Santo Cristo, dos Manolos para los que su Cofradía lo era todo. Manolo Becerra llevaba la música en la sangre, aún suena en mí su interpretación a la guitarra el Viernes Cristo, con la ayuda de su hijo a la corneta, para el homenaje que quisieron rendirle a su Cristo y las canciones que preparaba para el quinario y le cantaron en su último adiós. De Manolo Durán se me vienen a la memoria muchos momentos en la Capilla de la Hermandad de la que fue Hermano Mayor, de lo Cristino que era y la gran familia de ellos a los que deja su amor al Santísimo Cristo de la Sangre y Santo Entierro de Cristo.

Para colmo en Ronda fallece el que fue primer presidente de la Agrupación. Con Cándido Ruiz tenía más amistad mi padre, pero me vienen sus consejos cuándo, siendo un aprendiz de cofrade, me contaba los momentos por los que habían pasado su Hermandad del Silencio y la mía de la Soledad. La unión de todos los cofrades era su afán, más que otras cosas, sacrificando en algunos momentos tiempo que debía dedicar a su propia Hermandad, de la que por aquel entonces era Hermano Mayor, y a su familia por el bien común de todas, un cofrade que creía a pies juntillas que uno no podía ser Hermano de una corporación sin ser al mismo tiempo un poco de las demás. Todas eran una y por todas había que luchar cuándo las cosas se ponían feas.

Para colmo va un “desalmado” y ataca a la figura que más y mejor representa a Díos. Un ataque al Gran Poder para intentar conseguir una paga por trastornos psiquiátricos. Dice este individuo que él es el verdadero Jesucristo ¿cuándo alguien que se cree Díos ha atacado a su representante en la tierra? ¿Quién puede hacerle daño a una imagen considerada por los artistas como una obra cumbre de la talla, mas allá de su religiosidad? Por fortuna el Señor está bien y ha sido ya repuesto al culto.

Ante estos golpes al corazón, a uno se le juntan en la mente momentos. Añoranzas de madrugadas larguísimas con olor a incienso, con sonidos de cornetas y tambores, bandas de música, preparativos y traslados, imágenes para el recuerdo y recuerdo de imágenes. Se le viene la sangre cofrade por las venas poco a poco, como la lava de un volcán que todo lo arrastra, le entran ganas de volver a poner la música y quitarle el polvo al incensario. Aunque estemos en verano, que le vamos a hacer así somos los cofrades y así nos late el corazón durante todo el año.


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