Opinión

La nota en el árbol (Manuel Giménez)

Estaba escuchando el discurso de Atul Gawande como padrino de la promoción 2010 de Doctores en Medicina de la Universidad de Stanford, en California. Este Gawande es cirujano, de origen hindú, del hospital Brigham & Women de Boston, profesor de Harvard y escritor habitual del New Yorker, la revista más cultureta de Estados Unidos. También fue el asesor de política sanitaria de Bill Clinton a principio de los años noventa, entre otras cosas.

A los alumnos de Stanford, en su discurso, Gawande les habla de la infinita complejidad que la ciencia y el conocimiento humano han alcanzado en la actualidad. En medicina, por ejemplo, existen más de 13.600 diagnósticos clínicos. Trece mil formas en las que el cuerpo humano puede estropearse. Lo cierto es que la complejidad y la diversidad de cualquier ciencia, exactas o sociales, crece exponencialmente y supera con mucho la capacidad de una persona para abarcarla y, probablemente, incluso la capacidad de la sociedad humana.

Decía Gawande que, incluso para el mejor de los mejores médicos, siempre existirá una matriz velubial (un concepto verosímil inventado) de la que nunca ha oído hablar y debiera conocerla. La matriz velubial es una invención que el autor usa para referir que todo individuo tiene su talón de Aquiles y que, en este caso, se trata de un inmenso talón oscuro en forma de ignorancia. También para reflexionar sobre lo inútil que ya resultará el trabajo aislado de personas, áreas de conocimiento o industrias, si renuncian a funcionar de manera consistente y coordinada en equipos. Tanto como pensar que el mejor coche del mundo sería la conjunción indiscreta de las mejores piezas: los frenos de un Volvo, el motor de un Porshe, la carrocería de un Mercedes… cuando sólo estaríamos ante un carísimo Frankenstein mecánico incapaz de arrancar siquiera.

Tan ilógico (pero habitual) como pensar en que puedan existir profesionales estrella que tienen al gremio a sus pies y se sitúan, queriendo o sin querer, por su propia voluntad u obligados por la grey, a la altura de galanes de Hollywood o divas del Rock. De estos recela Gawande, quien defiende unos valores diferentes para la ciencia moderna, los del trabajo en equipo frente al individual, de la humildad frente a la tecnología.

Y todo eso está bien. Sin embargo, aún admitiendo que probablemente sea cierto que ningún ingeniero, juez o médico es mejor que otro, sino que su fortuna y precisión dependen del momento, el lugar, el paciente, el caso, el estado de ánimo o la complicidad mágica y espontánea entre dos personas; aún admitiendo que las estrellas suelen caer mal a todo el mundo, que en su empecinamiento suelen terminar arruinando sus vidas y proyectos y decepcionando a todos sus seguidores; aún aceptando todo esto, me temo que les necesitamos.

Porque fue preciso que existiera el Juez Giovanni Falcone, que persiguió incansablemente a la Cosa Nostra para que hoy sean combatidas todas las mafias en Italia y fuera de ella. Es necesario que existan médicos como Pedro Cavadas, el endiosado cirujano plástico valenciano, odiado y envidiado por igual quien, lo mismo que tiene dos Porshes descapotables en la puerta de casa, realiza el primer transplante de cara completa en el mundo y se lleva su quirófano a África para realizar operaciones en Ruanda, Kenia o Sierra Leona durante un mes cada año. O incluso como el mismo Gawande, que no deja de ser una estrella más, entre tantísimas otras en cientos de ramas diferentes de especialización.

Es porque considero que Gawande es necesario, que no estoy de acuerdo con él. Porque, aunque el conocimiento humano sea voraz e inabarcable como una enorme ola, o precisamente por ello, necesitamos de algunas personas que, aún divas insoportables, sean capaces de ir por delante de toda esa ingente masa gris de datos y embarcarse en proyectos suicidas a los que nadie más se atreve, ni desea, acompañarles.  

La razón para todo esto es sencilla. Ya la descubrió la nota que una niña dejó en el árbol junto al que la mafia asesinó al Juez Falcone en 1992. La nota decía “no quisiste tener hijos; yo hubiera querido ser una de ellos”.


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