Opinión

Decía Kafka (Lucas Gavilán)

Decía Kafka en el párrafo final de un relato al que tituló Un viejo manuscrito:  “¿Cómo terminará todo esto?, nos preguntamos todos ¿Hasta cuándo soportaremos esta carga y estas molestias? El palacio imperial ha traído a los nómadas, pero no sabe cómo echarlos. El portal permanece cerrado; los guardias, que antes solían entrar y salir con paso marcial, están ahora siempre encerrados, detrás de las rejas de las ventanas. La salvación de la patria depende de nosotros, artesanos y comerciantes; pero no estamos preparados para semejante empresa; tampoco nos hemos jactado nunca de poder afrontarla. Hay algún malentendido, y ese malentendido será nuestra perdición”.

Casi un siglo después toma vigencia en mi mente este relato por su asombroso parecido con la realidad que nos ha tocado vivir durante estos dos últimos años. Quizás en este mundo estemos condenados en base a un determinismo inextricable a repetir a través de los años las mismas cosas, los mismos acontecimientos, tanto los más insignificantes y cotidianos, como los extraordinarios. Un incesante retorno que convierte ese río de Heráclito en cuyas aguas sólo podemos bañarnos una vez, en un circuito cerrado y centrífugo que, una y otra vez, generación tras generación, reedita y actualiza los mismos acontecimientos, aunque maquillados y mimetizados bajo las características propias, estéticas y culturales de los nuevos tiempos sobre los que se proyecta; pero sin transformar apenas su esencia. Convirtiendo de este modo el presente en una prolongación del pasado donde el valor aleatorio sucumbe ante el determinismo.

Kafka en su relato habla de un emperador que permanece callado e impasible ante una repentina invasión perpetrada a manos de unos asilvestrados y hediondos nómadas del Norte acostumbrados a la rapiña. Claramente el emperador mantiene una complicidad y coautoría soterrada con los agresores. En nuestro presente ese emperador que traiciona a su pueblo se transmuta en la figura de muchos de nuestros políticos ( no todos, pero si una buena parte de ellos), y los invasores nómadas que continuamente saquean los bienes del pueblo, se transfiguran y corporeizan en la actualidad en esa masa informe, codiciosa y especuladora, en esa caterva de usureros que conforman el tándem de bancos y ciertas empresas de la construcción, sin dejar de nombrar a grandes corporaciones transnacionales que día a día cuales vampiros famélicos nos chupan la sangre bajo el paraguas protector de una globalización mal entendida, una economía neoliberal depredadora y depravada, y un FMI, que propician y legitimizan el atropello y el expolio de los países, que previamente han sido anestesiados, desmovilizados y sutilmente adoctrinados con la inestimable ayuda de la gran mayoría de los medios de comunicación. Kafka explica esta circunstancia en su relato con las siguientes palabras: “Si necesitan algo, lo roban. No puede decirse que utilicen la violencia. Simplemente se apoderan de las cosas, y uno se hace a un lado y se las cede”.

Un país como el nuestro que actualmente soporta el peso de una enorme deuda externa, que una gran parte de su población activa permanece indefinidamente en paro, y cuya recaudación en concepto de IVA ha bajado drásticamente, mucho me temo, señores, que poco podrá hacer por nosotros en la próxima década; y si añadimos a esta descorazonadora recua de despropósitos el handicap que supone contar con unos ayuntamientos endeudados hasta las cejas, apaga y vámonos. Sobre la situación aquí en Ronda, nada diré, porque bastante dicen ya al respecto mis compañeros Lete y Sánchez Martín. Lo que si volveré a repetir es una de las frases de Fafka en su premonitorio relato: “ La salvación de la patria depende de nosotros, artesanos y comerciantes”. En situaciones tan graves como la que actualmente vivimos donde gobernantes, bancos y ciertas empresas, unidos en vergonzoso contubernio, despiadadamente se han convertido en los jinetes de nuestro particular apocalipsis, somos nosotros los autónomos, los comerciantes, los artesanos, los productores de alimentos y los pequeños empresarios, los que al margen del estado y de un sistema económico criminal e ignominioso, debemos tomar las riendas de este caballo desbocado y esquilmado, y aportar nuestro saber, nuestras ideas, nuestro esfuerzo y nuestro poco dinero, con el objetivo de mantener vivo el tejido productivo de este pueblo. Si nuestro emperador local permanece “asomado a una de las ventanas de palacio…. contemplando cabizbajo lo que ocurre ante su castillo”, según Kafka y siguiendo el paralelismos literario, porque hace ya muchos años que los ciudadanos somos victima de bárbaros especuladores, los vecinos tendremos que sustraernos de su poder y buscar una salida nosotros mismos con nuestros propios recursos, que pasa ineludiblemente por abandonar y dejar a un lado para siempre esa pasividad e indolencia que siempre nos caracterizó y nos invistió de una pátina conformista y cobarde. “Soy zapatero… Hasta ahora no me he ocupado de este asunto; pero algunos acontecimientos recientes me intranquilizan”. “Yo me pasé una hora entera tendido en el suelo, en el fondo de mi tienda, cubierto con toda mi ropa, mantas y almohada, para no oír los mugidos del buey mientras los nómadas se abalanzaban sobre él…”, decía Kafka al respecto. Entre antes nos demos cuenta de que estamos solos, antes abandonaremos nuestro miedo y nuestra pasividad y comenzaremos a mover ciertos resortes mentales encaminados a resolver o paliar la penosa y grave situación. La codicia de políticos ineficaces y mal preparados, junto con bancos que han ido a los que mejor saben hacer y empresarios cegados por el beneficio rápido, han desangrado el país, llevándolo al borde de la bancarrota y el colapso social. Solos estamos, como ya he dicho, todos aquellos que movemos la microeconomía local, y cuanto antes nos demos cuenta de ello, antes saldremos de este maldito atolladero que nunca pedimos y en el que nos metieron prometiéndonos un Dorado que no fue más que humo, haciéndonos vivir una mentira que durante muchos años nos llevó a vivir por encima de nuestras posibilidades reales.

La honrosa excepción de Antonio Aranda añade un toque de cordura y honestidad ante tanta sinrazón, y deja al descubierto una nueva forma de hacer la política que considero clave para afrontar esta terrible crisis, y que por cierto ninguno de aquellos que llevan la ideología en la cartera se han atrevido a respaldar y secundar; porque como decía Kafka en la última frase de su relato: “Hay algún malentendido, y ese malentendido será nuestra perdición”. Somos muchos los que hemos creído que la salvación nos llegaría de las manos de nuestros políticos, de nuestros emperadores, y desde este malentendido hemos esperado sus medidas como agua de mayo, cuando nuestra salvación depende única y exclusivamente de nuestro propio esfuerzo y sinergia. Todo lo demás no será más que invasiones temporales de “nómadas” que lanzan ataques financieros y especulativos y que mueven el capital deslocalizando empresas de una lado para otro del mundo, expoliando la riqueza de los pueblo allá donde esté en cada momento puntual de la historia.


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