Opinión

Armas contra la Crisis (Manuel Giménez)

Mientras trabajaba, sufría al escuchar a un locutor que hablaba de los acuerdos alcanzados por Zapatero y Rajoy en su encuentro de Moncloa. Fue la primera vez que, sincera y profundamente, temí por la viabilidad de España como cosa económicamente sostenible. Rumores de ataque especulativo, la supuesta necesidad de 280 mil millones de euros para sacarnos del hoyo financiero, la caída de la bolsa, peleas internas, el ruido de sables del separatismo, el colapso de España.

Y aquellos dos Señores, a la salida de Palacio. No los vi, pero vestían iguales. Nadie habría notado si, a mitad de reunión, uno le hubiera cambiado la corbata al otro. No los oí, pero dijeron lo mismo. Lo que importan son las formas.

En ese momento casi de ataque de pánico, una compañera me sacó de la ensoñación. Se había caído del tejado de uralita de sus vecinos mientras intentaba conectar no sé qué cable. Podía haberse matao, pero sólo tenía un pie magullado. En el hospital, una Señora nos despachó. Decir que nos atendió sería mentir. Hizo algunas preguntas –ninguna de ellas relacionada con el pie dolorido-. No se lo tocó, ni le quitó el calcetín. De lo que pudimos entenderle, en San Cristóbal (120.000 habitantes), no había máquina de Rayos X –desde hacía unos doce o catorce días, porque al dueño del lugar de radiografías le había pasado algo-, ni traumatólogo. Así que nos teníamos que ir a Tuxtla, capital del estado. Tampoco sabíamos si había especialista allá. La Señora no nos supo decir. Lamentablemente –os juro que es cierto-, no tenían el número de teléfono del hospital de Tuxtla y aunque lo hubieran tenido, no pueden realizar llamadas. Y, aunque hubieran llamado, en Tuxtla no agarran el teléfono después de las dos de la tarde. Tengo testigos.

Abochornados, optamos por la sanidad privada. Encontramos radiografía, pero no médicos.

A la mañana siguiente, la radiografía del día anterior no era válida, pues no era del servicio público y nos mandó hacer otra porque, eso sí, al final resultó que había máquina de Rayos. Para cuando regresamos en la tarde, el doctor ya no estaba y hubo que esperar a un tercer día y un tercer doctor para obtener el diagnóstico. Una fisura en el pie, nos dijo. Las radiografías, las dos, no las miró, ni preguntó por ellas.

Una historia aún más absurda que aquella anécdota hospitalaria de la Semana Santa de 2006, en Ronda. La noche del Jueves Santo, creo. Habíamos empezado con Juanma en la Verdad y seguido en nuestro lugar secreto de la calle Montes, por todos conocido. Habían llegado dos amigos de Barcelona a pasar el puente a Ronda. Inicialmente, sólo eran amigos de un par de nosotros, pero sucede que Ronda es, con mucho, el lugar más hospitalario del mundo – y que alguien me demuestre lo contrario-. Como otras decenas –no exagero- de veces, mis amigos y mi familia les abrieron las puertas de su casa y de su corazón y se rebuscaron en los bolsillos hasta que no quedaron ni telarañas para homenajear a los invitados. Dieron su cante, su sonrisa y su complicidad a completos desconocidos. Uno de los barceloneses terminó encima de una banqueta, cantando que nació en el Mediterráneo. Fuimos a la salida de Padre Jesús, que ni vimos porque nos quedamos en el barecito que hay junto a los Ocho Caños. Sólo recuerdo que el dueño era montejaqueño. En aquel lugar platicamos sobre la tradición de la Semana Santa. Tan así fue nuestra charla que, semanas después, aquél amigo publicó en el Diario Avui, en forma de artículo, los resultados de nuestra plática. Baste decir que aquellas letras, críticas con la Semana Santa y la actitud de los cofrades, corrieron como la pólvora y fueron usadas por muchos malintencionados para inventar un absurdo odio de los catalanes a Andalucía.

Terminamos rodando como croquetas por la cuesta de Santa Cecilia, hasta que uno de los catalanes se fastidió el pie, claro.

Al Hospital llegamos con vasos de plástico. Tuvimos la brillante idea de levantar a las 3 de la mañana a Maite, doctora y madre de Javier, uno de nosotros, para que nos acompañara. Mientras nuestro amigo catalán gritaba “¡vengo a recuperar mi IRPF!”, Javier calentaba la cabeza a su madre. A los demás, simplemente nos echaron de Urgencias. Al final, nuestro amigo perdió su DNI. Bueno, y le vendaron un pie.

Más allá de la anécdota, lo que importan son las formas. Aquella vez era festivo y las tres de la mañana. Las urgencias estaban abarrotadas. Un grupo de profesionales extraordinario nos dio un servicio excelente, técnico y humano. Nos aguantaron y hasta rieron las gracias. Aún sonrío al recordarlos. Abnegados y trabajando a destajo, aunque muchos tuvieran contratos basura como Residentes. Gente a la que nadie le podrá hablar de productividad. La fuerza de la que cualquier país debe estar orgulloso. Con la que cualquier país saldría adelante, como nosotros haremos.

Aquellos catalanes con escayola se llevaron de regreso la imagen de unos hermanos a los que aún hoy quieren y respetan. Signo inequívoco de fraternidad, digan lo que digan las élites políticas.

Y todo después de una fiesta pagada con lo que no teníamos, donde nadie guardó nada y todos colaboramos. Economía real de Juanma y Eulogio, algo que ni todos los especuladores del mundo podrán entender jamás y que nunca vencerán.

Que vengan los especuladores, los que nos quieran hundir, separar. Desesperar. Que les esperamos, con los argumentos de una anécdota cimentada en un pueblo con valores. Con nuestras propias armas.


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