Opinión

Miserias

Al camarero se le debía haber ido la mano con la calefacción del local y se me estaba deshaciendo un sandwich de queso con nueces.

Como consecuencia, una cantidad de crema de queso se desprendía calentorra por el empapado pedacito de pan bimbo. Yo no estaba muy pendiente de esto, sino de la nieve que caía sobre los aviones estacionados del otro lado de la cristalera. También miraba al panel donde aparecía, cada vez más retrasado, el vuelo de Iberia que tenía que llevarme de Madrid a Málaga.

Las horas pasaban, pero no me preocupaba. Aún no había terminado de hojear el periódico y me importaba poco llegar a Málaga tres horas después.

No era ésa la situación de cientos de viajeros, la gran mayoría turistas, que hacían una interminable cola delante del mostrador de Iberia. Desesperados, veían como sólo tres muchachas (acojonadas por la multitud incontrolada), tenían que responder a las exigencias de una cola que daba literalmente la vuelta a la larguísima Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas.

No puedo ocultar que me daba algo de sentimiento ver a todos los turistas -clientes de la primera industria del país- abandonados a su suerte, sin equipaje, explicaciones, ni alternativas. Como creía que mi vuelo saldría a las dos de la tarde, cuatro horas de retraso, invertí algo de tiempo en echar una mano a los que estaban angustiosamente perdidos. Spain is different, ya se sabe.

Pero no, al final, mi vuelo cancelado. Sin explicación, ni compensación. La perspectiva de sumarme a la cola de más de cuatro horas era grotesca, así que cogí mis bártulos y me fui a Atocha, la estación de tren.

Allí, el absurdo era acojonante. Nadie sabía si las vías estaban abiertas, si se podían comprar billetes, si los trenes salían o no. Los turistas, acampados en el jardín interior de la estación de Atocha, incrédulos, se confundían con los vagamundos que allí moran. Los españoles, muchos estudiantes, alucinando. Para cuando conseguí (con unos americanos) coger un tren hacia Ronda, en Antequera nos bajan y nos meten en un bus a 40 grados, con música entre los estilos árabe y del tipo “ocarina”. Obviamente, esa mierda de música es la única que no paga derechos de autor. No se le escapa ni una a estos bastardos de Renfe (o de Adif, no sé quién es el paganini). Sinceramente, se me ocurren métodos tradicionales de tortura mucho más benévolos. Pero, ya os digo, Spain es tela de different.

Es curioso, porque ahora se cumplen cincuenta años de aquel lema. En 1959, el Presidente Eisenhower visitó a Franco, con el propósito de dar el visto bueno a la dictadura, a cambio de posiciones estratégicas contra los soviéticos para la incipiente Guerra Fría. Qué contento se puso nuestro caudillo, mediocre y belicoso, que veía cómo después de casi 20 años de aislamiento, iba a salirse con la suya.

Desde entonces, se inició un periodo de rápido crecimiento, sólo superado por Japón, otrora candidata a primera potencia mundial. El dictador y sus adláteres opusinos siempre atribuyeron su éxito a los Planes de Desarrollo franquistas, lo cual sólo era muestra de una terrible petulancia, la misma que derrochaba el generalísimo y que contagió a sus colaboradores. O viceversa.

En pleno milagro español, esa misma petulancia impregnó a las instituciones que abanderaban el Franquismo a través de sus directivos. Una lástima que no se transmitieran a las empresas los valores de trabajo y sacrificio que tuvieron todos los curritos de a pie, nuestros abuelos, los que se quedaron y los que se fueron en busca de un futuro. Si así hubiera sido, habríamos construido un tejido industrial verdaderamente servicial (que no servil), atento y capaz. Esto explica -aunque no deja de impresionar- por qué tantas empresas de turismo funcionan en España de manera extraordinaria, pero ello no puede extenderse a Renfe e Iberia.

Es triste, pero Iberia es la peor compañía en la que recuerdo haber volado. Peor que algunas de bajo coste. Su informalidad es legendaria, la falta de educación en el trato al cliente, su indiferencia, el quiero y no puedo de su anticuada flota, la mísera superocupación de sus vuelos, en los que no caben las piernas.

Y Renfe, peor. Exageradamente caro. Los trenes están asquerosos, pero no les importa. No entiendo por qué tiene que ser la norma reinante que no funcionen las luces de lectura, ni el sistema de radio. Por qué nunca hay plazas y la atención en las estaciones es lamentable.

No me extraña en absoluto que sean compañías deficitarias a la cola en competitividad. Su gestión es la heredada de un régimen dictatorial que se aprovechó del trabajo de los pobrecitos para dárselo a los lópez.

Se me hiela la sangre cuando veo la imagen que damos a nuestros visitantes y con la que luego tenemos que cargar todos. Ya está bien. Miserables.

Manuel Giménez.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te pedimos la "MÁXIMA" corrección y respeto en tus opiniones para con los demás

*